Tenía la intención Taika Waititi de homenajear a Charles Chaplin y Mel Brooks componiendo una versión modernizada y bufa de Hitler que sirviera para poner de manifiesto la insensatez del nazismo justo en un momento en el que el auge de la extrema derecha ha vuelto a remover los fantasmas del pasado a través de la intolerancia, la represión, el radicalismo y la cultura del odio hacia el otro.

Para ello se sitúa a la altura de los ojos de un niño (excelente Roman Griffin Davis) cuya inocencia le impide ver más allá de las mentiras que le ha inculcado la propaganda fascista, hasta el punto de tener al propio Führer como amigo imaginario.

Pero lo que podría haber sido una imagen irreverente y provocadora, se queda en mero ejercicio de parodia con regusto kistch. El director, quizás consciente del material sensible con el que trabaja, opta por componer una fábula que no pueda herir sensibilidades. ¿El resultado? Que precisamente por no arriesgar e ir a por todas, resulte demasiado inofensiva y condescendiente. En ese sentido, la mirada de Waititi hacia el nazismo parece domesticada, no genera en ningún momento incomodidad y, lo que es peor tratándose de una comedia, tampoco risas antológicas.

Se podría decir que Jojo Rabbit es naíf porque está contada desde el punto de vista de un crío de diez años, pero lo cierto es que el director no sabe cómo salir de la propia trampa en la que se ha metido: un cruce entre La vida es bella y el cine de Wes Anderson. A Jojo Rabbit le cuesta encontrar su propia identidad, y quizás por ello los mejores momentos son aquellos en los que vuelva libre de referencias y ataduras.

Lo consigue gracias a un elenco de actores secundarios que contribuye a generar un universo marciano: un Rockwell pletórico encarnando a un oficial nazi desencantado, tuerto y con impulsos homoeróticos, una aguerrida Rebel Wilson con metralleta y un niño debutante, Archie Yates, inolvidable en su papel de Yorki.

Jojo Rabbit es ante todo una tierna fábula de aprendizaje que intenta ser una oda a la imaginación infantil antes de la pérdida de la inocencia. Ojalá TaikaWaititi hubiera tenido la capacidad fabuladora de Jojo para rematar mejor esta historia demasiado bienintencionada para resultar memorable.

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