Venga Venga ya, primero le dan el premio a un negro, luego a un escritor judío y ahora a un payaso. ¿Qué pasa? Como dicen en Nápoles: ¿pazziàmme? ¿Han perdido el seso?”

Esto lo dijo Darío Fo en su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura, hace más de una década. Darío Fo murió cuando se anunciaba el galardón de este año. Se lo dieron «por fustigar al poder inspirándose en los bufones de la Edad Media para devolverle la dignidad a los oprimidos». Este año, Sara Danius, la secretaria permanente de la Academia Sueca, decía que Bob Dylan «ha creado nuevas expresiones poéticas dentro de la tradición de la canción estadounidense». Y que, también ha dicho, «lo merece porque se lo hemos dado».

La Academia decidió, a principios de los años 90, sacar a los estadounidenses de las quinielas. Se lo dieron a otros autores que escriben en inglés, sí: a Doris Lessing, a Alice Munro. Pero de Estados Unidos, no, en dos décadas. Joyce Carol Oates, eterna candidata, ha sido todo lo elegante que se puede ser, a pesar de saber que ya no le darán el premio, y ha dicho que la decisión de los suecos ha sido una elección inspirada y original y que la música y las letras de Dylan, evocadoras, siempre le han parecido, en un sentido profundo, literatura.

Pero son discursos distintos, nos pongamos como nos pongamos. Si vamos a ser tan eclécticos, consideren a Ware, Tardi, Spiegelman o Satrapi. A Satrapi menos, que es mujer, no se vayan a cortocircuitar. O que les den el Príncipe de Asturias de las Artes. Dylan ha escrito, sí: una única obra de ficción, Tarántula (que buena no es, todo hay que decirlo: la tengo, la he leído). Luego sí, recopilaciones de letras y autobiografías, algo infantil y poco más. Pero no se lo han dado por su producción literaria. Se lo han dado por las letras de sus canciones y, además, después de que la Academia Sueca de la Música le diera también el Polar en el año 2000. Y es ahí donde se habla de patinazo. El Nobel, siempre lo hemos dicho, es como Eurovisión. Más político que otra cosa. África se cuenta como país y además se mete a Asia también de refilón ahí. Se premia a varones blancos. De los más de 100 galardonados solo 14 son mujeres. Negros o chinos hay muy pocos. De Oceanía uno y por supuesto es australiano. Los franceses y angloparlantes se llevan la palma. L’espagne douze points. Y sabemos todo esto, pero siempre esperamos el anuncio del Nobel. Por si acaso se lo dan a Charles Simic o a Margaret Atwood.

No niego la calidad de Bob Dylan. De hecho, tengo hasta los discos malos. Que los ha hecho, ojo. Y comprados. En CD. Con sus carátulas y todo. Y varios libros, los de sus letras a la cabeza, en inglés. Nadie en su sano juicio negaría la calidad de Dylan. Porque parece que, si dices que la Academia sueca ha tenido un patinazo, eres una antigua que no entiende la importancia del acercamiento del Nobel a la cultura popular (pongamos que soy una conservadora en las categorías de designación: eso sí, lo reconozco), no has leído a Dylan y no lo has escuchado. Pues sí: sí lo escucho, a menudo. De hecho, ahora suena I’m a fool to want you, que es de su último disco. Muy bien grabado, por cierto, porque tiene más voz que en los 70. Entiendo y valoro como la que más la importancia de Bob Dylan: llevo escuchando a Dylan desde que tenía cuatro años, porque yo he crecido con Dylan, los Beatles, Jimi Hendrix, Tracy Chapman, Alfredo Kraus y con casi nadie más en esta vida (ah, sí: Serrat). Y considero, además, un insulto premiar a un músico por sus letras y no por ese discurso entrelazado que, en una canción, componen la letra y la melodía.

Que, si somos aperturistas, yo se lo daría también a Tom Waits, Peter Gabriel, Bruce Springsteen, Alanis Morissette, Paul McCartney y Leonard Cohen. Y Elton John: esperen un par de años, que va a publicar su autobiografía. Y sí: sabemos que la obra de Shakespeare se escribió para ser escuchada y vista, antes que para ser leída. Y la de Dario Fo también y la de todos los dramaturgos. Y la de Safo y Homero. Bueno, venga, vale. Seamos abiertos de mente. Démosle el Pritzker a Margaret Atwood porque construye con las palabras.

O no. Porque, de todos modos, aunque ya sabíamos por Jónatan Sark (un librero que siempre acierta, una cosa tremenda la de este chico) que la cosa iba «por donde Bob Dylan», la cosa en sí no sorprende si pensamos en los trasiegos de esta Academia. Mi patinazo favorito es el Nobel a Kissinger, ese señor que participó en el golpe de estado a Allende en Chile el mismo año en que le concedieron el premio por esa guerra de Vietnam que, sin embargo, acabó 800 días más tarde. Un premio con anticipación, sí señores. Lo de que apoyó al asesino de Pinochet se supo después, vale, pero es como si le conceden el Nobel a Merkel por su papel en la crisis de los refugiados de Europa. Y ha estado en las apuestas, ojo. No, no bromeamos: la realidad siempre supera a la ficción.

Han hecho siempre florituras para parecer abiertos y variados. No lo son. Ninguna Academia lo es.