La imagen que tenemos todos es la de un emperador tocando la lira, enajenado, mientras su ciudad se incendia. Fue en el año 64 y Roma se había quemado muchas veces. Le sirvió para, dicen, culpar a los cristianos y para construir la Domus Aurea. En el Coliseo había una estatua de 30 metros de altura cuya reproducción, en unas fotografías inmensas, ocupa todo el frontal del Teatro Romano de Mérida. Arturo Martín Burgos, el escenógrafo, lo ideó así para mostrar cómo el ego de Nerón abarcaba cada confín de su imperio.

«Asesina, pero no hagas versos; envenena, pero no bailes; incendia, pero no toques la cítara». Eso le decía, en ‘Quo Vadis’, Petronio a Nerón. «Considero a Petronio el principal culpable de la obra, en el sentido de que él es el más inteligente, el más ingenioso, el más divertido, el que lo ve todo desde fuera... y no hace nada. No cree en el ser humano». Eso dice Francisco Vidal, que le interpreta. Eduardo Galán, el dramaturgo, se ha inspirado en la novela de Henryk Sienkiewicz y en otros textos clásicos, como los de Suetonio, para escribir una obra que ha querido transformar «en un grito contra el poder absoluto» y contra los desmanes de gobernantes aupados por el pueblo (como Donald Trump, por ejemplo), pero que se convierten en tiranos cuando asumen el cargo.

En la obra, dos mundos contrapuestos. La Roma excesiva, de la que Agripina dice que Nerón está «convirtiendo en un lupanar» y la de los primeros cristianos con su moralidad férrea. Esto, en realidad, no es tan así. Los primeros cristianos, con el sexo, no tenían ningún problema. Lo cuenta maravillosamente bien, en un libro que se titula ‘Eunucos por el reino de los cielos’, una señora llamada Uta Ranke-Heinemann. En 1970 se convirtió en la primera mujer del mundo en obtener una cátedra de teología católica: la cátedra de Nuevo Testamento e Historia de la Iglesia Antigua en la Universidad de Essen. Casi 20 años después, la Iglesia le prohibió continuar la enseñanza en su cátedra y la excomulgó por hereje. Se atrevió a decir que la virginidad de la Virgen María no era una realidad biológica. En este libro, que ojalá todo el mundo leyera, explica de dónde viene lo que ella denomina «el pesimismo sexual de la Iglesia»: de los gnósticos, que llegaron más tarde. La cosa es que, como el pesimismo sexual de la Iglesia Católica sigue existiendo, mostrar una iglesia complaciente con el sexo en una obra de teatro en el siglo XXI, es mucho mostrar. ¿Sería más fiel a la historia? Sí. ¿Se entendería? No. Porque el relato inicial ha desaparecido.

Lo hemos perdido / También lo ha hecho el de Nerón. Hemos perdido al emperador niño que asciende al trono con 16 años, al chaval al que enseñó Séneca y al que dependía en exceso de su madre Agripina, que era sobrino de Calígula y al que le gustaba cantar, actuar y recitar versos. Hemos perdido al buen administrador que quería ser popular entre el pueblo llano, que siempre le fue fiel. Nos ha quedado la imagen de un loco excesivo y, sobre esos dos pilares, pivota este Nerón.

«Mi Nerón es el Nerón de Eduardo Galán», dice Raúl Arévalo, pero los que vemos teatro sabemos cuán distinto es un personaje si lo encarna uno u otro intérprete. Lo explicó muy bien, sobre todo, Denis Rafter en ‘Hamlet y el actor. En busca del personaje’. Así que, sí, el texto es de Galán, pero el cuerpo y los modos los pone él. Es una obra muy coral, de todos modos. Están Carlota García como Ligia (la inolvidable protagonista de ‘Quo Vadis’) y Marco Vinicius, su enamorado (al que interpreta aquí José Manuel Seda: por cierto, qué voz más preciosa tiene este hombre). También Petronio, claro. Y Tigelino, la mano derecha de Nerón, el ejecutor de sus órdenes, el que luego, como explicó el actor Javier Lago, también duda. Diana Palazón encarna a Popea, su segunda mujer. Y Daniel Migueláñez se pone en la piel de dos personajes: Esporo, al que Nerón castró para casarse con él y que adoptara la imagen de la emperatriz, y Pablo de Tarso, el futuro San Pablo, al que han optado por dibujar como un filósofo que también es un guerrero.

Lo que nos cuentan los mitos hoy es lo mismo que contaban ayer. Quiénes somos, cómo somos, cuál es nuestro lugar en el mundo y ante los que nos gobiernan (eso lo explicó Pablo en una Carta a los Romanos), cómo se construye la sociedad y qué podemos esperar según nuestro modo de comportarnos. Aquí hay poder, hay baile, hay arte, hay megalomanía, hay ambiciones y sexo y excesos y política y amor también y deseos y un personaje al que, quizá, nada humano le es ajeno.

PARA ENTENDER A LOS CLÁSICOS

En otras obras hay otras explicaciones. Si quieren saber más sobre ellas, pueden acudir desde esta tarde (en la que se hablará de Filoctetes) hasta el día 14 y desde el 18 al 21 de julio, a las siete, al Museo Nacional de Arte Romano: varios expertos hablarán sobre todas las obras que pueden ver estos días en la escena del teatro emeritense. Son los Encuentros con los Clásicos, que pueden arrojar mucha más luz y otras perspectivas de estos mitos en los que nunca podemos dejar de ahondar, por muy bien que creamos conocerlos.