Hace 20 años, la industria del disco funcionaba más o menos como en los años 80: el pop era la música para todos los públicos, el rock era solo para rockeros y el rock alternativo era una subterránea escena para los jóvenes insatisfechos con el viejo rock. Traducido en gráficas de venta, eso significaba que cuando Michael Jackson publicase Dangerous , en no1991, sería automático número uno en EEUU. Así fue hasta que el creciente éxito de Nevermind , lanzado el 24 de septiembre de ese mismo año y avanzando a una vertiginosa velocidad de 300.000 copias vendidas por semana, barrió en enero de 1992 al rey del pop. El ensordecedor sonido grunge pasó a ser el nuevo pop.

Nirvana consumó el michaelcidio con un disco editado hace hoy 20 años y del que ya se han vendido más de 30 millones de unidades. La cifra aumentará algo más con la actual reedición de Nevermind , que además de la versión remasterizada del disco original y todas las caras B de sus cuatro singles, incluye un segundo CD con sesiones de la BBC y maquetas previas con canciones del disco. Una versión más cara incluye un tercer CD con mezclas de trabajo realizadas por Butch Vig antes de encontrar el sonido definitivo para el grupo; y un cuarto con un concierto del trío días después del lanzamiento de Nevermind y que también se oferta en DVD, con sonido 5.1, alta definición y otros lujos audiovisuales.

A la caza del grunge

Nevermind es el disco que disparó el fenómeno Nirvana. Acto seguido se sumó el fenómeno grunge, aquella familia de bandas surgidas en Seattle cuyo rabioso, angustiado y contundente sonido bebía del punk y el rock duro. Y, de rebote, se benefició una generación que llevaba desde mediados de los 80 proponiendo una visión del rock más independiente y alejada de los clichés. Una generación que halló a su público en los campus y que, gracias a Nirvana, vio que se podía vivir de la música; hasta la fecha, solo malvivían.

Que Nevermind alterase la dinámica del negocio no significa sólo que vendiese millones de discos, sino que durante los próximos años todos los cazatalentos se calzaron el traje de rockeros enrollados y bajaron a los grasientos camerinos de las salas de conciertos en busca de sus Nirvana. Decenas y decenas de bandas independientes (Lemonheads, Melvins, The Posies, Dinosaur Jr, Soundgarden...) firmaron contratos con multinacionales. Los grupos exigían la máxima libertad creativa y los directivos, máxima rentabilidad comercial. Como Kurt Cobain demostró con sangrante elocuencia, el pacto tenía trampa: era inviable. Nevermind fue un éxito descomunal, pero también fue un enorme sopapo. Ese disco prueba perfectamente que el plan de transformar el negocio musical desde dentro es una quimera. Es más fácil que el artista revolucionario acabe convertido en una marioneta. Hay otra opción: bajar del tren en marcha. Eso hizo Kurt Cobain el 5 de abril de 1994 pegándose un tiro.

El presunto legado

Ante una fecha tan solemne como un vigésimo aniversario apetece soltar sentencias como "el legado de Nirvana es absolutamente vigente" o "su influencia es fácilmente detectable en docenas de grupos actuales". Pero resulta que no es así. Mientras estuvo en activo, el trío de Seattle tuvo muchos compañeros de viaje, pero cuando desapareció del mapa, solo desafortunados clones como Bush o Silverchair perpetuaron su sonido. Entre finales de los años 90 y principio del nuevo siglo sí abundaron grupos de letras depresivas y sonido metálico y atronadoramente ecualizado, pero cuesta creer que Kurt los reconociese hoy como hijos suyos. Y lo mismo puede decirse de Foo Fighters, la banda que formó Dave Grohl tras la precipitada disolución de Nirvana.