«Para él no habría sido más que una mancha, una bastarda que ensuciaba el honor familiar. Seguro que mi abuelo me habría fusilado». Él era Amon Göth, comandante austriaco del campo nazi de Plaszów (Cracovia), que fue detenido, acusado de genocidio, juzgado y ahorcado en 1946; sus últimas palabras fueron «Heil Hitler» y casi medio siglo después, en 1993, el actor Ralph Fiennes le encarnaba en la oscarizada La lista de Schindler de Steven Spielberg. Ella es Jennifer Teege (Múnich, 1970) -mulata nacida de la breve relación entre la hija de Göth, Monika, y un joven nigeriano-, publicista que a los 38 años descubrió que era «la nieta de un asesino de masas», «un psicópata y un sádico», «que mataba en serie y al que eso le producía placer».

Hace cuatro años relató su caso en Mi abuelo me habría pegado un tiro (Nagrela), escrito con la periodista Nikola Sellmair y que ahora se publica en España. «Hoy siento que tuve una vida antes de descubrir la verdad y otra después. Mi vida ha cambiado por completo, pero para bien. Me he liberado de un secreto familiar tóxico y he podido convertir algo negativo en positivo, compartiendo mi historia con el resto del mundo», cuenta desde Madrid.

«Al principio me sentí culpable, pero fue un sentimiento irracional porque la culpa no se puede y no se debe heredar -afirma-. A mi abuelo le rechazo como persona y rechazo por completo lo que hizo. Fue un criminal de guerra».

Teege había visto La lista de Schindler, vivido cuatro años en Israel, sabía hebreo y tenía amigos israelís. Entonces aún no sabía que su abuelo fue «alguien furibundo, cruel, incontrolable», como lo recordaban los supervivientes, y «un monstruo» que «sonreía y silbaba cuando venía de matar», como testimoniaba Helen Rosenzweig, sirvienta judía de Göth, a la que este pegaba con un vergajo en su casa del campo de Plaszów.

Un día, tras dejar a sus dos hijos en la escuela, Teege visitó una biblioteca de Hamburgo. Allí se topó de bruces con su pasado al hallar por casualidad un libro escrito por su madre biológica, Monika, que había nacido pocos meses antes de la ejecución de Göth. Esta creció rechazando los crímenes de su padre.

Monika, con trastornos psíquicos, se vio incapaz de cuidar del bebé y llevó a Jennifer al hospicio con cuatro meses. A los 3 años, Teege fue a una familia de acogida, que la adoptó a los 7 con el consentimiento de la madre, quien mantuvo esporádicamente el contacto con la pequeña. También recuerda Jennifer a su abuela biológica, Ruth Irene, que siempre negó los crímenes de Göth y lo consideraba el hombre de su vida. Tiene hacia ella «sentimientos encontrados con los que es difícil vivir». «Era amable y nunca tuvo problemas con el color de mi piel. Pero descubrí que tenía un lado diferente, que era una mujer capaz de vivir con un sádico como mi abuelo al lado de un campo de concentración. Me sentí devastada», admite.

Teege siguió el consejo de un psicólogo que le animó a investigar su pasado para derrumbar las mentiras y silencios familiares. Así empezó a leer más sobre el genocidio nazi y sobre Göth y a visitar escenarios como Auschwitz o el campo y la casa de su abuelo. «Es imprescindible tener una discusión abierta sobre estos temas. Afortunadamente en Alemania la educación sobre el Holocausto es obligatoria ahora. Y si miramos la actualidad y la subida de los líderes nacionalistas esto es más necesario que nunca. Es un gran avance sobre cómo creció la segunda generación: rodeada de silencio sobre lo que pasó en la segunda guerra mundial», opina quien, «como nieta de un nazi pero también como ser humano», llama a asumir «la responsabilidad hacia el pasado para que no se repita».

Una estudiante le preguntó si tenía miedo de sus genes. «No. Porque no existe el gen nazi. Cada uno decide quién quiere ser y en quién quiere convertirse», respondió taxativa.