--¿Describir en la gramática la lengua de los 400 millones no puede desorientar al hablante inseguro?

--La gramática describe el español común. Y cuando algo no es común se dice que es del Caribe insular. O de España. Porque en anteriores obras el español era el eje vertebrador y como excepción se recogían variantes americanas. Pero esas variantes corresponden al 90% de los hispanohablantes. Por otra parte, ninguna gramática puede ser solo normativa. El idioma no es un instrumento ajeno a los individuos. La lengua está en nosotros. Las academias son observadores atentos de la realidad lingüística y deciden qué es prestigioso y qué no. Pero no fabrican las leyes del idioma.

--Sí la ortografía.

--La ortografía sí es un código consensuado, con un total acuerdo. Es un logro extraordinario.

--¿El idioma se desune o converge?

--La cohesión es muy alta, y cada vez mayor. Algunos fenómenos, como los movimientos migratorios o los medios de comunicación, favorecen la mezcla de variedades. Y la variación en el nivel culto es muy baja.

--Se considera una aberración hablar de diputados y diputadas...

--Bueno, ahí no decimos que es una aberración, sino que es un circunloquio innecesario. Y también que en ciertos casos no hay más remedio que desdoblar: decir que los españoles y las españolas pueden servir en el Ejército permite interpretar mejor esta secuencia. Pero si hablamos, por ejemplo, del hombre prehistórico, o de los vecinos de un edificio, está claro que las mujeres están comprendidas en estas expresiones.

--¿El idioma debe forzarse para cambiar la realidad social?

--La lengua es como es. Los políticos que se dirigen públicamente a los diputados y diputadas, cuando no tienen delante un micrófono hablan como todos nosotros. Eso es muestra de que utilizan un código artificial y forzado por razones sencillamente políticas.