Creo Creo que Anabel Veloso (Almería, 1979) está segura de que el flamenco llega a todos, cuando todos están dispuestos a escuchar. No hablo de todo el mundo, hablo de todas las edades, y es que esta bailaora y directora artística ha presentado en la Bienal Flamenca de Sevilla El árbol con alas, una obra flamenca destinada a un público con una franja de edad de 0 a 3 años. Rompiendo con el tópico de que hay públicos y públicos, Veloso no escatima sobre el espacio donde se desarrolla la obra para acercarse a estos singulares aficionados, que por cercanía física o por pura curiosidad, se adentran en un arte insondable que hasta ahora exploraba de puntillas a un público tan singular. No hay edad para el flamenco ni fronteras, para los artistas que apuestan firmemente por ello.

--‘El árbol con alas’ permite el vuelo a niños de una edad a los que hasta ahora, no se les contaba como ‘potenciales aficionados’, ¿cómo le surge esa necesidad de llegar al público infantil?

--En mi caso, la necesidad surge por querer unir las dos facetas de mi formación: la artística y la didáctica. Estudié Magisterio por Educación Física y Psicopedagogía en la universidad, pero nunca he llegado a ejercer dado que desde muy joven el escenario ocupó todo mi tiempo, así que pensé que dedicar alguna de mis creaciones al público infantil me ayudaría a poner en práctica mis conocimientos e inquietud por la parte docente y didáctica, y estar en contacto con los más pequeños. Le sumo mi maternidad, que ha despertado especialmente en mí una conciencia ‘conciliadora’, un instinto que se ha convertido casi en necesidad.

--¿Qué enseña a los más pequeños ‘El árbol con alas’?

--No pretende tanto enseñar como descubrir. Además del oído con la música, la vista con la danza..., el espectáculo les llega también con el tacto y el olfato, ya que hay elementos escénicos que ellos pueden tocar, agarrar, oler...

En su parte más didáctica, el espectáculo cuenta la fábula de tres mujeres que son un árbol. Viven enraizadas, unidas a la tierra y unidas unas a otras por el paso del tiempo. Pero ellas lo que desean es volar, cantar, bailar. Y para ello se desenraiza, liberan sus ramas, sus brazos, para alzar el vuelo. La moraleja está servida de esta manera.

Y todo ello, cómo no, mientras escuchan, quizá por primera vez, el cante, el toque y el baile flamenco. Nuestro árbol va viendo pasar las estaciones del año: la primavera despierta por cabal con castañuelas; el verano por alegrías; el otoño se lleva por tangos y tanguillos y en el invierno una nana les deja dormiditos, invernando hasta la nueva primavera.

--¿Cómo reaccionan?

--Con total entusiasmo. Se quedan inmóviles, silenciosos, con las boquitas abiertas al ver la primera estampa de esas mujeres árbol. Quieren tocar las hojas que caen, oler los pétalos de las flores y coger las pompas que flotan en el aire, mientras disfrutan de la música de la guitarra por tangos o alegrías. A partir de ahí, de cara al final, vuelve el recogimiento con la escena de inviernos y es impresionante ver como de nuevo se relajan, se acomodan en ese nuevo ritmo y nos acompañan en esa nueva emoción que se genera.

--¿Qué ha aprendido usted?

--He aprendido que los niños son un público exquisito, muy difícil. Porque si bien cuando todo está correctamente hilado te responden favorablemente, si no se trabaja bien la escena son el público más exigente. Sin saberlo, son el público más sincero. La producción escénica didáctica compite con otras producciones como las de Disney, por ejemplo, y eso es un hándicap muy grande…, hay que superar el hecho que el niño no conozca de antemano al personaje que va a ver. No hace falta enfundarse en goma espuma para divertir a los niños. Desde mi compañía defendemos que al igual que los niños entienden a Mozart desde que nacen, igualmente pueden apreciar un espectáculo de danza, de música o de flamenco si está bien planteado.

--Usted se ha mostrado al público como bailaora, directora artística y coreógrafa, ¿en qué papel se encuentra más cómoda?

--En el de bailaora, sin duda, aunque he de reconocer que la dirección escénica me apasiona. Coreografiar y dirigir ha venido después, me ha llegado solo, de una forma muy casual y muy natural, sin decidirlo y la verdad es que me encanta. ¿Lo ideal? bailar y coreografiar piezas propias y quizá dirigir las ajenas. Sé que es tremendamente difícil hacer todo a la vez, así que… poco a poco. H