Si como escribe Carlos Bardem (Madrid, 1963) las historias son barcos y los lectores son su puerto, el viento le sonríe. Su nueva novela, Mongo Blanco (Plaza & Janés), avista ya una tercera edición. Es una brutal historia sobre un personaje real, el malagueño Pedro Blanco, Mongo Blanco, uno de los grandes negreros del siglo XIX. El látigo y el alma humana latiendo en 600 páginas.

-Cinco años de trabajo, la mitad documentándose. Además de encontrar una historia silenciada, recupera las voces de la época. ¿Ha sido lo más difícil?

-Uno de los retos era sumergir al lector en esa época y recuperar esas voces y ese lenguaje, darle el barroquismo, la ampulosidad del castellano del siglo XIX sin que se convirtiera en una barrera. He intentado hacer buena literatura histórica, con rigor y emoción.

-La vida de Pedro Blanco, que hizo fortuna en Cuba traficando con esclavos africanos, ya la había abordado el escritor Lino Novás en ‘El negrero’, en el año 1933.

-Sí. Primero me topé con el personaje y luego leí esta novela, que es una magnífica biografía, que devoré y acto seguido descarté. Es una referencia, pero no abarca todas las épocas del personaje, su infancia por ejemplo.

-¿Quiénes eran los mongos?

-Fueron tres: el mongo John Ormond, el mongo ChaCha Da Souza y Pedro Blanco, que aprendió de los errores de los otros dos y los superó en fuerza, en territorios bajo su control, en volumen de esclavos. Haciendo un símil inexacto, Pedro Blanco fue el Pablo Escobar de la trata de esclavos, un tipo que amplió ese negocio hasta cotas que no se habían dado antes.

-Los conseguía por unos 20 dólares de la época y los podía vender por unos 350.

-Dependiendo de la edad, el sexo y el físico, hasta 450 al otro lado de la travesía. Los negros eran bienes muebles. Había anuncios en la prensa en la que se cambiaba una cocinera negra por una mesa y cuatro sillas. Ese es otro de los temas que abordo. ¿Cómo fue lícito que todo el mundo estuviera de acuerdo con la compra y venta de seres humanos?

-Porque fue un negocio lucrativo que hizo mover el mundo.

-Y es curioso también porque cuando pensamos en la esclavitud evocamos los campos de algodón del sur de Estados Unidos. Pues tan grandes como los algodonales eran las plantaciones de caña de azúcar con esclavos en Cuba y en Puerto Rico. Pero es que la esclavitud había calado tanto en la época que todo el mundo quería tener un esclavo. Determinaba la actividad económica a todos los niveles y en todos los estratos sociales. Todas las expediciones de los negreros se financiaban con participaciones, muchas veces de gente muy común.

-Es un escritor muy sensorial. No se ha frenado con las tres eses: sangre, sudor y semen.

-Yo fui un gran lector de novelas de aventuras: Salgari, London, Melville, Conrad... Siendo las suyas grandes historias, eran un invento burgués apto para la juventud. Pero soy hijo también de HBO y de una época muy cínica y entonces ya no puedes echar el freno ante el horror, el hedor o el sexo. He procurado darle al lector la experiencia completa. Los piratas y los negreros eran violadores. Las negras eran violadas sistemáticamente desde que las capturaban hasta que dejaban de ser deseables para sus dueños. Cuando se ha visto lanzar bombas atómicas sobre población civil no puedes dejar de narrar la crueldad humana y contar las cosas como eran.

-Y como son. ¿O es que no hay otras formas de esclavitud?

-El del tráfico de subsaharianos en el Mediterráneo. La gente que intenta llegar en pateras es esclavizada en África por las mafias. Y Europa vuelve la espalda a este espectáculo desagradable. Es responsabilidad nuestra alertar de que la esclavitud no ha desaparecido, ha mutado, y existen otras formas de esclavitud aquí, en nuestras ciudades. Vengo explicando estos días la definición de esclavo: la persona que carece de derechos, el más evidente el de la libertad. Vivimos en una sociedad donde la única revolución que ha triunfado es la neoliberal capitalista en una deriva que lleva al recorte de derechos, cada vez más numerosos y profundos. Bien, pues eso es una forma de protoesclavismo.

-¿Cómo ha podido empatizar con la bestia?

-Ahí entra mi formación como actor y las muchas veces que me toca ser malvado. Cuando quieres dotar de complejidad a un personaje no debes juzgarlo, debes humanizarlo, mostrar sus contradicciones, comprenderlo, que no es justificarlo. Yo quería meterme en la cabeza de un tipo que era muy bueno en lo suyo, aunque se tratara de cometer atrocidades. Y su biografía me sirve para abordar dos temas que me apasionan: la memoria histórica y la locura.

-¿Llegará a ser una serie?

Esperemos. Tienen los derechos los hermanos Sánchez Cabezudo (Crematorio, La zona). Ahora están entrando muchas plataformas y parece que hay posibilidades. Sería una forma de recuperar una parte de la historia que, como digo, nos han escamoteado.