La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina , segunda entrega fílmica de la saga literaria de Stieg Larsson, ratificó algo que ya se sabía: que el personaje de Lisbeth Salander es simplemente irresistible y que la actriz que lo interpreta, Noomi Rapace, una joven sueca hija de un bailaor pacense, no lo puede hacer mejor. ¡Tres hurras por el director del casting! Al enorme carisma de la inteligente hacker se aferra el director Daniel Alfredson (hermano de Thomas Alfredson, director de Déjame entrar ) para mantener en pie el filme, una pulcra, casi televisiva, adaptación de la segunda novela de Larsson. Inferior, en cualquier caso, a la notable revisión del primer Millennium , (Los hombres que no amaban a las mujeres) a cargo de Niels Arden Oplev.

MUY FILTRADA LA NOVELA

No es fácil comentar la película con el recuerdo de libro aún fresco: las situaciones son las mismas que en la novela (aunque severamente filtradas: adaptar al dedillo las más de 600 páginas sobre las mafias de la prostitución y los avatares de Salander, el periodista Mikael Blomkvist y el malo malísimo Alexander Zalachenko daría para una teleserie de varias temporadas), así que el factor sorpresa se reduce a lo mínimo.

Podría decirse que La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina es menos una película capaz de funcionar eficazmente por sí sola que un producto más del merchandising oficial de la trilogía literaria, manufacturado con el reconocido estándar de calidad nórdico, para que los militantes de la causa larssoniana tengan el placer de poner imágenes a lo imaginado durante la lectura.