La pandemia está redefiniendo la millonaria industria de la ópera a nivel internacional. Hace unas semanas, la diva Anna Netrebko -que en muchas ocasiones cobra un porcentaje de la taquilla por sus actuaciones- calificaba como «una estupidez» el hecho de que los teatros se vieran obligados a reabrir sus puertas con el aforo reducido a un tercio o a la mitad, sobre todo si se compara al público operístico, paciente y formado, con el de un concierto de rock o, incluso, con el interior de un vuelo comercial. Pero la reducción de aforo en espacios cerrados hoy es una realidad, al menos en las fases de desconfinamiento del estado de alarma. Cuando el control pase a manos de las autonomías, el 22 de junio, poco hace sospechar que las condiciones cambien para los coliseos líricos y demás equipamientos con música en directo.

Lo cierto es que muchos escenarios internacionales han preferido evitar la reapertura en la desescalada por temor a las pérdidas que implica abrir puertas sin poder llenar la platea. La Scala de Milán estima que le costaría unos 50.000 euros al día si lo hace obedeciendo las pautas de distanciamiento social definidas para las actividades teatrales en espacios cerrados, que por el momento limita su sala de 2.000 plazas a que puedan ocuparse solo 200. Dominique Meyer, director del coliseo italiano, anunció que el cierre al que se ha visto obligado el teatro desde finales de febrero ya ha costado más de 20 millones de euros.

La Opéra National de París, que arrancaba su temporada en septiembre y que acumulaba varias huelgas antes del estallido de la crisis sanitara, cifra sus pérdidas en más del doble que el teatro milanés.

Con dos escenarios -el Palais Garnier y la Opéra Bastille-, esta fábrica lírica con hasta dos funciones diarias probablemente retrase su apertura hasta el invierno aprovechando el cierre para tareas de mantenimiento.

En la desescalada, Alemania lleva la delantera, sin detenerse mucho en los costes. El Staatstheater de Wiesbaden, con su festival de primavera, fue el primero en ofrecer una ópera después del cierre: lo hizo el 22 de mayo, pero solo ante 200 espectadores, aunque anuncia para julio tres títulos escenificados con coro y orquesta. A Wiesbaden le siguió la Ópera de Fráncfort con un recital, el 29 de mayo, al que pudieron asistir cien espectadores.

En las próximas semanas la Ópera de Viena, la Deutsche Oper Berlin, la Opernhaus de Zúrich, la Ópera de Roma y el San Carlo de Nápoles ofrecerán óperas en espacios abiertos para así mantener el distanciamiento social tanto de público como de músicos y cantantes.

El coliseo berlinés ha optado por montar un escenario en su aparcamiento con una versión reducida de El anillo del nibelungo, de Wagner, contando con algo más de 20 músicos y una veintena de cantantes. La Ópera de Roma llevará su trabajo a mil asistentes en los jardines de la Villa Borghese (Rigoletto e Il barbiere di Siviglia), mientras que el coliseo napolitano, uno de los más importantes del mundo, tirará de divos: montará en una plaza cercana al teatro, también para mil personas, Tosca, con Anna Netrebko, y Aida, con Anna Pirozzi, Jonas Kaufmann y Anita Rachvelishvili.

Otros coliseos, como la Bayersiche Staatsoper de Múnich o la Royal Opera House del Covent Garden de Londres, han optado por conciertos en sus escenarios, pero sin público y para emitir en streaming.

EN ESPAÑA / Los teatros españoles, por su parte, todavía no han cifrado sus pérdidas. Con todos los escenarios cerrados, la temporada cancelada y a la espera de las inminentes directrices de Sanidad respecto de los protocolos de seguridad que se deberán seguir cuando reabran -y que, sin duda, condicionará sus programaciones y también la de todo recinto con música en directo-, aquellos que manejan los presupuestos más abultados, como el Teatro Real de Madrid o el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, han preferido seguir caminos distintos.

El Liceu cortó por lo sano y, después de intentar en vano reprogramar durante este verano algunos de los estrenos cancelados a partir de marzo, dio por concluida la temporada en curso y eso que tenía previstas funciones incluso la primera semana de agosto.

A la espera de la presentación de su próximo curso, el 17 de junio, y sin sacar todavía sus abonos a la venta, el coliseo barcelonés cancelará parte de la oferta que había diseñado, como la ópera con la que tenía pensado inaugurar en octubre, Evgeni Onegin, de Chaikovsky, e, incluso, el segundo título, Dialogues des carmélites. Fuentes del teatro explican que la incertidumbre de la situación que se vivirá en el segundo semestre del año ha obligado a retocar una programación realizada con años de antelación.

Antes, durante el verano, los cuerpos estables liceístas tendrán presencia en festivales como el Cruïlla, mientras se trabaja en los protocolos para garantizar la seguridad en el Gran Teatre a todos los niveles: trabajadores, público, artistas, coro y orquesta, implementando medidas rigurosas pero flexibles que permitan reaccionar a tiempo. Obviamente preocupa la confianza del público y evitar cualquier riesgo.

El Teatro Real, por el contrario, se tiró a la piscina y no solo ya presentó su curso 2020-2021 sacando a la venta sus abonos para la temporada que arrancará en septiembre con Un ballo in maschera, sino que, además, y transformándose en pionero a nivel estatal, quiere ofrecer en julio varias funciones de La Traviata, «incluso en versión semi escenificada», según aclara el director artístico del coliseo madrileño, Joan Matabos.

LOS PRIMEROS / A nivel nacional, antes incluso que el Real, el Palau de Les Arts de Valencia levantará el telón el 12 de junio con un ciclo de conciertos de cámara a cargo de miembros de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, de los artistas del Centro de Perfeccionamiento -que ya está funcionando desde hace dos semanas- y del Coro de la Generalitat. Serán veladas de una hora a un precio de 5 euros, con un aforo limitado al 18 % de la capacidad del teatro, es decir, para unas 250 personas.

La ABAO Bilbao Opera también anunció su temporada, que arranca en octubre. La asociación bilbaína no posee sala propia y deberá adaptarse a las condiciones que el Palacio Euskalduna, su sede principal, adopte ante las medidas de seguridad.

El Teatro de La Maestranza de Sevilla, por su parte, había adelantado sus títulos para el próximo curso, pero ha tenido que retocarlos. «Hemos reestructurado el comienzo de la temporada, periodo en el que existen menos garantías de que se pudiera realizar tal y como la teníamos planificada», aclara Javier Menéndez, su director artístico. «Mantenemos un criterio de prudencia en cuanto a los colectivos en el escenario, evitando los primeros meses obras que requieran grandes coros y orquestas. Eso no quita que vayamos a proponer una programación audaz y atractiva», dice.

Esa prudencia en el despegue es la que subraya Oriol Aguilà, presidente de Ópera XXI -asociación que reúne a los coliseos líricos españoles- y director del Festival Castell de Peralada. «Sobre todo hay que recuperar la confianza del público. Los teatros de ópera son seguros. Ir a la ópera es muy diferente que ir a un concierto multitudinario. Nuestro público lo sabe y tiene unos usos y costumbres que aseguran que los protocolos se cumplan».