Durante las últimas tres décadas, Oliver Stone ha consagrado su trabajo como director a las miserias históricas de Estados Unidos. Desde 'Salvador' (1986), en efecto, el tema de cabecera de su cine ha sido la locura que parece haber impulsado las políticas de su país desde la segunda mitad del siglo pasado, tanto dentro de sus fronteras como fuera de ellas. Por eso no resulta sorprendente que esta mañana, durante su visita al Festival de San Sebastián, se haya mostrado tan crítico con la administración del presidente Barack Obama.

“En 2008 Obama dijo que eliminaría el sistema de escuchas, y la gente confió en él”, ha recordado Stone. “Pero desde entonces Estados Unidos se ha convertido en el Estado de vigilancia y espionaje más desarrollado de la historia, más incluso que Alemania del Estedurante los años de la Stasi”. Tampoco se ha mostrado especialmente optimista respecto al futuro que le espera a su país tras las elecciones de noviembre. “Gane quien gane, estamos condenados a atravesar una carretera llena de socavones. El pueblo americano debe saber que se dirige a su autodestrucción”.

Es una pena, eso sí, que en ese puñado de frases haya más furia y pasión que en la totalidad de los 134 minutos de metraje de la película que hoy ha presentado en el certamen: el biopic 'Snowden' recrea la historia de Edward Snowden, el soplón que en 2013 hizo públicos documentos secretos sobre varios programas de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA).

QUIÉN ES SNOWDEN

“Mi intención no ha sido describirlo como un héroe sino dejar que cada espectador decida por sí mismo quién es Snowden”, ha explicado el director neoyorquino, que en preparación del filme visitó hasta nueve veces Moscú, donde el exanalista de la CIA y la NSA reside desde 2014. “Es cierto, por otra parte, que lo vi una persona transparente. No me pareció justo que la película le atribuyera defectos que no tiene”. Sea como sea, el retrato que Snowden lleva a cabo es esencialmente hagiográfico, y se dedica a repetirnos una y otra vez que lo que su protagonista hizo fue patriótico, y necesario, y bueno.

"EEUU se ha convertido en el Estado de vigilancia más desarrollado de la historia, más que la RDA"

Quizá la otra gran pega que se le puede poner al filme es que convierte la experiencia de Snowden en el típico relato de un individuo enfrentado al sistema, y por tanto esquiva sin reparos las particularidades más espinosas de un asunto esencial para entender el mundo actual: la libertad que quienes mandan nos quitan en nombre de la seguridad que dicen darnos. “Hay que ser muy cauto frente a aquellos que dicen protegernos”, advierte Stone. “Después de todo, es lo mismo que los nazis le dijeron al pueblo alemán en los años 30, y lo mismo que cualquier fascista proclama al llegar al poder. Yo no quiero ese tipo de protección. Además, ¿qué hacen realmente por nuestra seguridad? ¿Acaso evitaron el 11S?”.

Snowden recurre a una sucesión de 'flashbacks' que repasan el historial del informante en el ejército y los servicios de inteligencia y aparecen enmarcados por escenas que recrean el rodaje de 'Citizenfour' (2014). También esa estrategia narrativa le resulta contraproducente al filme, más que nada porque no hace sino recordarnos lo bien contada que la historia de Snowden estaba ya gracias al oscarizado documental de Laura Poitras.

Asimismo, y pese a que Snowden siempre ha insistido en que las miradas no deberían centrarse en su persona sino en el contenido de las filtraciones, la película dedica una escena tras otra a retratar la relación del héroe con su novia, Lindsay Mills, y apartar así la mirada del debate político. En parte como resultado de ello 'Snowden' es algo que hace dos décadas, en sus años de apogeo como cineasta político, nadie habría esperado de Oliver Stone: una película tibia, y correcta, y blanda.