Retrato de corrupción corporativa en la América de Reagan, Wall Street resultó ser una película profética. 23 años después, muchos esperaban ver en Wall Street: el dinero nunca duerme, presentada esta mañana en el Festival de Cannes, un documento igualmente penetrante acerca de la crisis financiera que estalló en el 2008.

Sin embargo, esta secuela es otra cosa. "Es un nuevo enfoque", ha asegurado el director Oliver Stone en la rueda de prensa, en la que lo acompañaban, entre otros, los actores Michael Douglas --que vuelve a encarnar al mítico especulador Gordon Gekko--, Shia LaBeouf, Carey Mulligan y Frank Langhella. "Se trata de una historia sobre padres e hijos y sobre maridos y esposas, gente que trata de equilibrar su necesidad de dinero y poder con su necesidad de amor", ha explicado el director.

¿Tiene sentido ambientar una película en el centro de la actividad económica mundial actual y no tratar siquiera de aportar cierto análisis? Es una de las preguntas que la proyección de la película ha dejado en el aire. Aparte de abordar de forma tangencial asuntos como las hipotecas de alto riesgo, que resultarán familiares a todo aquel que viera el telediario al menos un día durante el último trimestre del 2008, Stone tan solo usa la crisis como telón de fondo.

PESADA SIMBOLOGÍA

Donde debiera haber ideas, solo se detecta pesada simbología: un ejemplar del cuadro Saturno devorando a sus hijos, de Goya, como reflejo de la ferocidad del mundo financiero; unos niños jugando con pompas de jabón, como metáfora de la burbuja a punto de estallar.

En cualquier caso, quizá lo más imperdonable de Wall Street: el dinero nunca duerme es cómo convierte a Gordon Gekko, hasta hoy uno de los villanos más atractivos del cine moderno, en un ser humano dañado e imperfecto pero, en última instancia, de buen corazón. "Han pasado muchos años, durante sus años en la cárcel perdió a su hijo y su hija lo abandonó, tuvo que empezar de cero… No quisimos repetir la misma historia", ha explicado Douglas.