En estos días extraños en los que la soledad le ronda la cabeza a tanta gente, la que está sola, la que se siente sola y la que nunca lo ha estado; esa soledad que ahora es, como dice Bernardo Atxaga, la del preso que cuenta los días y resiste, la del peso del mundo cercano y lejano, es lo que sentía Olivia Laing (Buckinghamshire, Reino Unido, 1977) cuando escribió 'La ciudad solitaria' (Capitán Swing), ensayo en el que disecciona una experiencia «dolorosa y al mismo tiempo fascinante» para artistas como David Wojnarowicz o Edward Hopper. «Había muy poco escrito sobre ello pero mucho material en pintura, cine, arte. Quise mapear la soledad y demostrar que es más común y compartida de lo que pensamos», cuenta la escritora británica desde su jardín en Cambridge, salvavidas en estos tiempos de crisis.

En su libro apunta a una gentrificación de los sentimientos con el mismo efecto de blanqueamiento y homogeneización que tiene en las ciudades. «En el brillo del capitalismo alimentamos esa idea de que todo sentimiento difícil, ya sea depresión, ansiedad, rabia, es un problema químico que debemos solucionar en lugar de una respuesta a una injusticia estructural. Buscamos experiencias agradables y felices. Nos avergonzamos de la ira». Pero la realidad es que todos experimentamos la temida soledad. «La gente cree que es un problema de quien se siente así, cuando la causa hay que buscarla en fuerzas sociales como la homofobia o el racismo».

Población estigmatizada

Wojnarowicz, artista que murió de sida en Nueva York en 1997 a los 37 años, cuyo trabajo ha repasado hace unos meses el Museo Reina Sofía en una espléndida exposición, vivía en los márgenes por su doble condición de homosexual y enfermo de sida. Miles de heroinómanos y gais murieron solos en aquella pandemia. «Tres décadas después, un senador de Estados Unidos prefiere que los ancianos mueran de coronavirus a que los mercados caigan. Siempre hay una parte de la población estigmatizada. Cambiarlo llevará mucho tiempo. No desaparece por arte de magia».

El estigma tiene que ver con nuestra condición de animales sociales. «La soledad es nuestro mayor miedo. Sentimos que hemos fracasado en el amor, en la vida, y eso puede ser devastador. La vergüenza que acompaña a la soledad es tan dolorosa como la soledad misma, que por otro lado es inevitable», insiste. «Todos perderemos a alguien, todos necesitaremos más amor. Debemos aceptarlo». La soledad implica dolor, pérdida. Queremos más contacto, más calor del que tenemos. «Y tiene un profundo efecto en nuestro cerebro: dormimos mal, causa paranoia y ansiedad».

Hombres y mujeres la viven de forma distinta. Este universo de la soledad, como tantos otros, también se alimenta de estereotipos de género. Como en las pinturas de Hopper, donde las mujeres parecen atrapadas en las garras de una soledad que tiene que ver con su condición femenina y su apariencia, más tóxica y sofocante con la edad. «Hay algo heroico en la figura del hombre solitario, pero una mujer sola levanta sospechas. A mí me llegó con 35 años y una relación rota, momento difícil para una mujer porque parece un fracaso: la soledad tiene mucho que ver con las expectativas de nuestra cultura», subraya Olivia Laing.

Los sentimientos

Resiliencia, aislamiento, miedo, vulnerabilidad, incertidumbre. Los sentimientos son muchos en el confinamiento. «Estoy asustada. Me preocupa mi familia, que llevo tiempo sin ver. Me pregunto cómo será el mundo cuando esto acabe. Sin duda tendrá efectos catastróficos para los más vulnerables. Ojalá sigamos siendo generosos».

En su ensayo habla de lo que realmente importa: la amabilidad, la solidaridad, estar alerta, ser abierto. Palabras muy presentes hoy, en plena pandemia. ¿Cómo imagina el mundo poscoronavirus? «Espero que sepamos ver lo interconectados que estamos, lo importantes que son las comunidades y los vecinos, sobre todo el trabajo de quienes reparten la leche o recogen la basura. Espero que volvamos al mundo físico y dejemos de vivir solo online. Que apreciemos más nuestras ciudades y seamos más abiertos con los desconocidos. Y que nos demos cuenta de que frenar el cambio climático es posible. Puede que cojamos menos aviones o tiremos menos comida».

Laing no cree, como afirman muchos psicólogos, que la soledad carezca de elemento redentor. «Para mí es una condición del ser humano con todo tipo de beneficios, incluyendo la sensibilidad y una fuerte conexión con la creatividad. ¡Cuánto arte ha salido de la soledad y qué receptivos estamos cuando nos sentimos solos! La soledad nos muestra que todos somos vulnerables, que todos queremos amor. Y nos enseña a ser más amables con los demás». La soledad, insiste, es personal pero es también política, colectiva. «Estamos en esto juntos, en esta acumulación de cicatrices, en este paraíso físico y temporal que tantas veces se parece al infierno. La soledad no significa que hayamos fracasado, sino que estamos vivos».

Interconectados

La autora publica en inglés el próximo 16 de abril un ensayo sobre su gran pasión. 'Funny Weather: Art in an Emergency' versa sobre cómo el arte, que no puede ganar unas elecciones, frenar la crisis climática ni curar un virus, sí sirve como antídoto en plena emergencia política y sanitaria. «Si algo nos enseña este virus es que estamos interconectados. Debemos mantenernos a flote aunque no podamos tocarnos. Eso pasa en el arte, que es una zona de fascinación pero también de resistencia, y que está abierto incluso ahora», escribió la semana pasada en 'The Guardian', diario en el que colabora habitualmente.

Olivia Laing ultima estos días su próximo libro: 'Everybody', sobre cuerpos y libertad, y se agarra a otra pasión, la jardinería, para mantenerse sana. «Un jardín está anclado en el tiempo, pero es también sobre el ahora. Ahora la abeja. Ahora los alhelíes que florecen. La búsqueda de la perfección es infinita. Nunca he encontrado una actividad tan relajante y absorbente. Es como hundirse en una piscina profunda y silenciosa. Pase lo que pase, la primavera ha llegado».