U nas 400 personas, muchas de ellas con discapacidad, ensayan estos días en el Teatro Romano de Mérida una experiencia única en el mundo, la de acercar y hacer accesible a todos los públicos, desde su propia concepción como espectáculo, un género tan elitista y exclusivo como la ópera.

Se trata de Sansón y Dalila, el montaje que abrirá el próximo jueves la 65 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, concebido y dirigido por Paco Azorín, con la Orquesta y Coro de Extremadura y un reparto integrado por la mezzosoprano María José Montiel, los tenores Noah Stewart y Alejandro Roy y los barítonos David Menéndez, Simón Orfila y Damián Castillo, bajo la dirección musical de Álvaro Albiach.

Para Azorín, dirigir esta ópera inclusiva y participativa en la que el coro representa a un grupo de personas refugiadas, víctimas de los conflictos bélicos, es «una experiencia apasionante y emocionante», que pondrá una «energía irrepetible» en la escena del teatro romano. También se muestra convencido de que va a ser «algo muy especial, no solo por la cantidad sino también por la calidad de un espectáculo» digno de los grandes teatros del género como el Liceo de Barcelona o La Scala de Milán.

Sin embargo, lo que hace realmente única a esta ópera es su coro, en el que más de 300 figurantes pertenecientes mayoritariamente a colectivos de personas con discapacidad se mezclan con los cantantes del Coro de Extremadura para ir dando vida a la obra.

personal de apoyo / En el proyecto participan, además de escolares de Mérida y actores aficionados de la región, personas ciegas y sordas, con discapacidad física e intelectual y jóvenes que padecen autismo o síndrome de Aperger, algunos de ellos con necesidades de personal de apoyo en el escenario, como las personas con parálisis cerebral y en silla de ruedas.

La idea inicial era aún más ambiciosa, pues Paco Azorín quería tener en el coro a representantes de otros colectivos como el pueblo gitano, las asociaciones de víctimas de violencia de género o de alcohólicos anónimos, pero la complejidad en la organización de los ensayos finalmente ha hecho que no pudieran sumarse a la iniciativa.

«El trabajo es de una organización total, casi como si hiciéramos una jornada de apertura de los Juegos Olímpicos», ha reconocido en declaraciones a Efe el director del montaje, quien ha destacado que por eso ha sido esencial la colaboración de entidades como la ONCE y Plena Inclusión.

Sansón y Dalila batirá un récord de intérpretes en escena, con unas 450 personas, entre figurantes, solistas y los integrantes del Coro de Cámara y de la Orquesta de Extremadura, lo que supone una «gran partitura escénica que tiene que encajar a la perfección para que luego el arte y la música emocionen a la gente», dijo.

Responsable de más de 150 escenografías para ópera, teatro, danza y música, este director cree que un festival como el de Mérida «debe de servir para hacer cosas extraordinarias», para «hacer una ópera accesible a todo el mundo» en la que su coro muestre «la inmensa diversidad» de la sociedad».

Paco Azorín reconoce haber aprendido de esta experiencia «la verdad absoluta desde la que trabajan» las personas con discapacidad. «Lo dan todo» y cuando se les pide «caer al suelo, lo hacen con una intensidad que cualquier actor a su lado es un puro aficionado», relata, además de agradecer poder salir del contacto con ellas «con las pilas cargadas para trabajar 25 años más».

Para uno de los participantes, Víctor Manuel Segura, que padece síndrome de Asperger y es actor aficionado, tener cabida en esta ópera en el Teatro Romano de Mérida supone «un reto muy gratificante» que le permite estar pasándoselo «en grande» y al mismo tiempo aprender.

aportan «autenticidad» / Convencido de que es necesaria la plena inclusión de todos en la cultura, cree que ellos aportan al teatro «autenticidad» y otros valores como la solidaridad, ya que están acostumbrados a ayudar a otros compañeros para que «no se sientan discriminados».

«Soy feliz aquí», dice sin rodeos otro de los participantes, Cristofer Montero Vázquez, un chico con discapacidad intelectual, que refleja a la perfección el mensaje que Paco Azorín quiere transmitir en Sansón y Dalila, una historia que a pesar de tener 33 siglos habla de la «cronificación del odio» en conflictos como el de Israel y Palestina y de la completa inocencia de sus víctimas.