Hoy es mi cumpleaños. Todos los años, por estas fechas, salgo a manifestarme por los derechos de las personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales o ‘queer’. ‘Queer’ era un insulto. ‘Invertido’, decíamos en España en los 70. ‘Invertido’ como opuesto a ‘derecho’, ‘straight’ en inglés. Todos los textos académicos están en inglés. Llevo manifestándome más de 20 años sin ser lesbiana, ni gay, ni bisexual, ni transexual, ni intersexual pero sí un poquito ‘queer’, porque yo el tipo de feminidad no lo doy, no lo he dado y no creo que vaya a darlo en la vida, pese a los esfuerzos que hago. Que los hago.

Todos hacemos esfuerzos por encajar en una norma cada vez más constreñida. Dinamitemos la norma.

Soy mujer, soy feminista, soy heterosexual, soy gorda, soy lectora de cómics, soy compradora compulsiva de libros de cocina vegana, soy una apasionada de la capacidad performativa del lenguaje, que es esa capacidad que tiene para construirnos la realidad y quizá por eso sea periodista.

Porque contamos la realidad.

Lo que hay en los primeros párrafos se llama ‘crónica’. Una crónica es una narración en primera persona donde el periodista es el protagonista y lo cuenta todo desde su punto de vista.

Esta profesión trata, sobre todo, de elegir puntos de vista.

No entrevistamos a maltratadores. No entrevistamos a terroristas, salvo que hayan salido. No entrevistamos a racistas. No publicamos artículos de opinión sobre por qué es bueno, moralmente deseable y científicamente demostrado que las mujeres estamos mejor en la casa y en la cocina y no trabajando y ganando nuestro dinero. Los hay. Pásense por la sección de comentarios de cualquier medio de comunicación en cuanto se publique una noticia que exija cualquier tipo de derecho humano.

No es cierto que siempre contemos los dos lados de la historia. Se elige uno y está bien que sea así porque uno, por imperativo ético y por imperativo deontológico no puede poner en el mismo nivel del debate en el espacio público al dirigente del Klu Klux Klan y a la Comisión Europea de Ayuda al Refugiado, al señor que le ha dado una paliza a su mujer y a esa misma mujer que tiene miedo a denunciarle por si en la próxima la mata.

Se llama responsabilidad social y es uno de los mandatos más claros de esta profesión, sean ustedes lo liberales que sean. Y eso lo hacemos con las tres patas del banco, esas que nos repiten millones de veces durante los años que pasamos en la Facultad. Los medios informan, forman y entretienen.

Formamos.

Hacemos lo mismo que los profesores en Primaria: formar mentes. Asumir un lugar en el mundo, colocarnos en él, contar desde ese lugar. Por eso no son lo mismo una crónica de un periodista afín a cualquier Gobierno, que recibe su dinerito en B de cualquier Gobierno y que depende de él para sus cuatro hipotecas, que la de una periodista racializada desde un blog que cuenta sus vicisitudes para encontrar trabajo digno.

El lema de este año es ‘Orgullo Transfeminista’. El feminismo (el que no está en el poder) habla de vivienda, de precariedad, de violencias sistémicas, de maternidades, de prostitución, de otros cuerpos y de cómo se transita el género, del mundo del trabajo, de cultura hecha por mujeres en un mundo en el que el 80 por ciento de los críticos son hombres y de consejos de Administración. Y habla de esa academia en la que ha conseguido entrar, pero poquito.

También es inclusivo. Hay un feminismo que echa a los hombres de los escenarios y a las mujeres trans de la lucha, como ha echado a las mujeres racializadas porque tenían ‘otros problemas’ que no eran, por supuesto, las de las teóricas blancas occidentales, dónde va a parar. No tenían ‘otros’ problemas: tenían ‘más’ y en todos ellos se incardinaba el hecho de que eran mujeres. Como las mujeres trans.

Porque lo puede contar cualquier hombre trans y, de hecho, lo cuentan. Cómo ha cambiado la forma de dirigirse a ellos según les leyeran como mujeres o como hombres y lo fácil que les resulta ser escuchados ahora.

«Desde el mundo de la medicina, en su momento, se empieza a conceptualizar qué significa ser trans de la mano del doctor Harry Benjamin en los años 50. Según él, las personas trans vivimos una incongruencia; un cuerpo de hombre y una identidad de mujer o viceversa, y nuestra felicidad pasa por adecuar nuestro cuerpo a aquel congruente. Esta forma de plantear la realidad trans problematiza nuestra mera existencia. El error lo tenemos las personas trans. El daño que conlleva partir de esta forma de entender lo trans es enorme». Lo cuenta Leo Mulio, hombre trans y responsable de salud de Transgender Europe en la introducción del libro ‘Soy Nicole’, de Next Door Published: «La incongruencia no está en mi cuerpo: está en tu mirada», dice Mulio «este sistema nos coloca la etiqueta de ‘cuerpos equivocados’. La idea de que hay personas con cuerpos congruentes y otras con cuerpos incongruentes la hemos generado socialmente y estamos en un punto en que nos urge destruirla». Ojalá esa urgencia se plasme en una Ley de Identidad de Género.