De Miguel Hernández aprendió "la fuerza de sus palabras", de García Lorca su "capacidad táctil y sensorial" y de Pedro Salinas su talento "para escribir sobre el amor", dijo ayer en Tiedra (Valladolid) el cantautor Pablo Guerrero, un aprendiz de poeta y pintor que se quedó en músico.

"Mi primera vocación fue la pintura que, de alguna forma, guarda relación con la música y la literatura. Me gusta pensar con imágenes, soy contemplativo", afirmó el cantautor extremeño, de 64 años, durante el Simposio sobre Patrimonio Inmaterial que ha organizado la Fundación Joaquín Díaz.

De esas primeras influencias estéticas y culturales le ha sobrevivido la poesía, que se plasma en libros como como Tiempo que espera (2002), Viviendo siglos (2006) y Escrito en piedra (2007). "La poesía y la música van necesariamente unidas", reconoció Guerrero sobre una obra conjunta cuyo origen situa en su infancia en Esparragosa de los Lares (Badajoz), donde aprendió de su abuelo el gusto y el interés por los romances de tradición oral.

Después de estudiar Magisterio, recaló en Madrid a finales de los años sesenta para asistir a las "primeras bofetadas" propinadas contra la "cultura anodina del último Franquismo" en forma de cantautores y canción de protesta. "Tuve la fortuna de vivir una época casi medieval plagada de costumbres y ritos mágicos que se rompió con la llegada de la televisión al cambiar los modos de vida", lamentó el autor de discos como A cántaros (1972), A tapar la calle (1978), Alas, alas (1995) y su reciente Luz de tierra (2009). Su infancia extremeña en una tierra limítrofe con las provincias de Ciudad Real y de Córdoba, le sirvió para asimilar mestizajes ajenos a los bordes territoriales y que a lo largo de su obra ha cristalizado, simbólicamente, en ritmos étnicos, de jazz, flamenco e incluso sones electrónicos.