Este mexicano de adopción es el mentor de la Semana Negra de Gijón. De paso (Bruguera) es su más reciente novela.

--Una vez dijo que su literatura le debía tanto a Robin Hood como a Bertolt Brecht.

--Sí. Robin Hood me habla de los libros de aventuras de mi niñez, y Brecht, el escritor revolucionario, me indica dónde poner la mirada.

--¿Cómo se encontró a Sebastián San Vicente, el anarquista que protagoniza su novela?

--En el Archivo Nacional de Washington. Pedí unos documentos y me trajeron anexa la historia de este hombre que supuestamente había atentado contra Theodore Roosevelt.

--Y usted se dijo: tengo que seguirle la pista a este paisano.

--Sí, probablemente era asturiano, como yo, o quizá vasco. En la primera década del siglo XX llega a Estados Unidos, viaja a México y se involucra en todos los conflictos sociales de un país que acababa de vivir la revolución. Colabora en la creación de los sindicatos de prostitutas, se mete en duelos a tiros con los pistoleros de la patronal textil. Su pista se pierde cuando lo deportan a España vía La Habana y en el barco se desvanece.

--¿Qué ocurrió?

--Quizá cambió de nombre. Se sabe tan poco sobre él que eso me dejó el campo abierto para la ficción.

--Hay admiración en su retrato. ¿También identificación?

--Esos personajes de hierro, con una moral a prueba de fuego son parte de mi santoral particular. Yo, que soy ateo, le rezo a San Vicente. Solo le pongo un pero. El pertenecía a la izquierda rígida y yo todo lo contrario.

--¿Cómo se definiría?

--Soy hijo directo del Frente Popular. No en balde me expulsaron de organizaciones anarquistas por socialista y de organizaciones socialistas por ácrata.

--¿Y de dónde surge su incansable capacidad para el trabajo?

--Llevo casi 50 libros publicados pero hay una explicación: no bebo alcohol y soy monógamo.

--Pese a su amor por la rebeldía es usted un hombre ordenado.

--No sé si me gusta el adjetivo. Dejémoslo en disciplinado. Y no es mérito, sencillamente, me lo paso muy bien escribiendo.

--Y en lo literario apenas se mueve de México.

--La novela negra te da la posibilidad de dar una respuesta inmediata a la realidad. Incluso te da la oportunidad de cambiarla.

--¿En qué sentido?

--Descubrí que 52 de las 64 pruebas aportadas por la policía que habían llevado a la cárcel de Guanajuato a uno de mis lectores no se sostenía. Era un chaval condenado a 30 años por asesinato. Lo expliqué en una novela y la Corte Suprema tuvo que declararlo inocente. Hoy es director de una revista de arte.

--Lamentablemente, en México la impunidad es bastante más frecuente que el error judicial.

--Tenemos un sistema judicial podrido, un sistema carcelario podrido y un sistema policial podrido. Y eso ocurre porque hay impunidad política de arriba a abajo. El gran problema no el pobre tipo que asalta un supermercado para robar comida sino el gobernador del estado que ha construido tres pistas de aviación para ponerlas al servicio de los narcos a cambio de que financien sus próximas campañas políticas.

--Es una realidad terrible para el ciudadano de a pie, pero también provechosa para un escritor.

--¿Sabe usted lo que cuesta, o costaba hace un tiempo un sicario? 600 pesos al mes. Por ese precio es más fácil contratar a un policía que ya está entrenado, tiene pistola y permiso para usarla. Los jefes de las bandas rivales los utilizan para sus enfrentamientos y los resultados son terribles. En la plaza principal de uno de los pueblos de la frontera con Estados Unidos apareció un tipo colgado por los pies y con las tripas al aire. Era solo un mensaje, una indicación para demostrar quién mandaba.

--Pero en sus novelas usted no se muestra partidario de recrearse en esa violencia.

--Es verdad, la realidad en México es tan brutal que me siento como un guionista del dibujante Walt Disney. Además, yo nunca quise hacer un culto estético de la violencia. La repulsión no se produce a golpe de detalle.

--A los 60 años cumplidos ¿mantiene vivo al adolescente que leía las aventuras de Sandokan?

--Siempre. He sido muchas cosas, pero sobre todo soy el tipo que se levanta por la mañana, se mira al espejo y sonríe.