«Me dio miedo, sí». Se asustó Paco Roca cuando en Astiberri, su editorial de siempre, le dijeron, más que convencidos, que iban a lanzar de entrada 20.000 ejemplares de su nuevo trabajo, El tesoro del Cisne Negro (la mayor tirada inicial que han hecho en sus 17 años de existencia). Hace apenas dos semanas que llegó a las librerías esta hábil combinación de «aventura marina, piratas modernos e intrigas políticas» sobre el mayor botín hallado jamás en un barco hundido, como la define el dibujante desde Granada, donde está de promoción, y ya han reimpreso una segunda edición con 10.000, cifras que ya querrían para sí muchos autores.

Aunque quizá el auténtico tesoro es el autor, pues, cual rey Midas de la viñeta, convierte en oro cualquier historia que toca: desde Arrugas (que le valió el Nacional de Cómic 2008 -72.000 ejemplares vendidos- y que con su relato sobre la vejez y el alzhéimer abrió, junto a María y yo, de Miguel Gallardo, una nueva etapa dorada del medio) no ha parado de sumar lectores con títulos con temas tan diversos y celebrados como El invierno del dibujante (homenaje a los antiguos dibujantes de Bruguera), la autobiográfica La casa (la nostalgia del padre desaparecido), Los surcos del azar (la memoria histórica de los republicanos tras la guerra civil; 35.000 ejemplares) y La encrucijada (cómic-disco junto al cantante de Seguridad Social). «Siempre busco historias sobre las que me apetece reflexionar, que sean novedosas, que supongan un reto por la documentación o el tema. Me costaría hacer un Arrugas 2», afirma.

Sin embargo, la de este Cisne negro, inspirada en la realidad del caso Odyssey pero con algún eco tintiniano de El tesoro de Rackham el Rojo y El secreto del unicornio, le llegó sin buscarla. Fue el diplomático Guillermo Corral, que firma el guion y la vivió de primera mano, quien se la propuso a Roca (Valencia, 1969) en Chicago, en un viaje de la Embajada española en Estados Unidos. Todo empezó cuando en el 2007 la empresa norteamericana Odyssey (en el cómic, Ithaca), especializada en buscar tesoros de pecios hundidos, halló lo que luego el Gobierno español demostró que se era el Nuestra Señora de las Mercedes, una fragata militar que barcos británicos hundieron a cañonazos en 1804 frente al cabo de Santa María (costa portuguesa) cuando volvía de Suramérica con 249 personas a bordo. La Odyssey se llevó en secreto el tesoro -17 toneladas, 549.000 monedas de oro y plata (un botín valorado en 370.000 millones de euros)- a Tampa (Florida), donde tenía su sede y bautizó la operación como Cisne negro. Allí empezó una batalla en los tribunales para recuperarlo, impulsada por César Antonio Molina, entonces ministro de Cultura del Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero. Tras muchos giros e intrigas, la sentencia falló en el 2012 a favor de España.

BUENOS Y MALOS / «En la historia real, se invierten los papeles, se da la vuelta a la imagen romántica de la búsqueda del tesoro, del cazatesoros, que aquí serían los malos, porque en la mayoría de los casos se trata de expolio del patrimonio de un país. Y los funcionarios, la burocracia, que intentan recuperar el tesoro de manos del aventurero, aquí son los buenos, los héroes; son gente que hace muy bien su trabajo pero que no obtiene ningún reconocimiento público y quedan en la sombra, como Guillermo», reivindica.

Denuncia que esas empresas «juegan a ser arqueólogos pero lo que en realidad les interesa es la parte metálica, económica, sin respeto por el país al que pertenece ese patrimonio». «Es la misma mentalidad colonialista y racista por la que se consideró normal en su día, por ejemplo, que el Museo Británico expoliara los restos del Antiguo Egipto. El valor del tesoro es testimonial, como las ruinas de Pompeya o un cuadro de Diego Velázquez, cuenta una parte de nuestra historia y pertenece a toda la humanidad. No se puede comerciar con ello. Y si no puedes recuperar un yacimiento sin destrozarlo, es mejor no tocarlo», remarca.

La historia que cuenta, de la que Astiberri ha vendido los derechos a Movistar+ para convertirla en una miniserie de televisión con imágenes reales, utiliza nombres inventados e introduce notas de ficción. «Eso nos permitía no autocensurarnos y evitar problemas legales porque hay personajes muy reconocibles, como los ministros, o el cazatesoros, que queda mal y es muy dado a los juicios». Pero a la vez es un espejo verosímil de lo que ocurrió. «Guillermo también es escritor y quería una visión más de cómic francobelga, tipo Tintín. Pero yo preferí explorar nuevos caminos y evitar ciertos tópicos buscando casi un documental, una crónica periodística con partes noveladas pero alejada del cómic de aventura. Al final hallamos un equilibrio», explica Roca.

Insiste el historietista en la importancia de darle al relato el «máximo realismo». «Para dibujar los pequeños detallitos que la imaginación vería de otra forma» incluso aprovechó una visita al Ministerio de Cultura para colarse en el párking y hacer fotos («me pillaron...», confiesa), pidió a la exministra Ángeles González-Sinde imágenes de su despacho y usó las fotografías que Corral tomó del búnker donde se guardaba el tesoro en EEUU. «Las monedas estaban en cubetas de plástico apiladas y en estanterías de metal. No tenía glamur. Yo lo habría imaginado como una gran cueva de Alí Babá o la tumba de Tutankamón», admite.

Aunque en la compleja trama se suceden las presiones e intrigas políticas, intervenciones de los espías del CNI, la supuesta compra de favores de un senador estadounidense que debía votar a favor de cambiar una ley clave en el litigio, los contactos con el poder del cazatesoros, las luchas y la falta de coordinación entre los ministerios..., «posiblemente la realidad supere a la ficción», opina Roca, preocupado por mostrar la trastienda de los hechos. «Todo está muy documentado. El caso fue muy seguido en los medios, Odyssey publicó un documental propagandístico antes de que acabara el juicio que mostraba la otra cara de la moneda, y la Guardia Civil colgó un vídeo en internet explicando todo el despliegue policial para proteger el traslado del tesoro...».

No tiene tiempo de descansar, asume, embarcado en la gira mientras prepara una exposición en el valenciano IVAM, en marzo, con Álvaro Pons de comisario, y piensa en descubrirnos un nuevo tesoro.