Confío en poca gente. Vaya eso por delante: siempre que tengo que escribir el artículo semanal y voy a hablar del Festival de Cine Gay y Lésbico de Extremadura o del Festival de Cine Inédito de Mérida, quiero letras muy rojas en el periódico. Sus dos directores son amigos míos. Amigos de los que te escuchan cuando zozobras, de películas en casa, de cenas, comidas, obras de teatro, excursiones y desayunos de fin de semana. No me pagan, así que no hay conflicto de intereses estricto, pero sí ético. Soy socia del cine club Fórum, eso sí, y siempre bromeo con que podría ser la primera socia heterosexual de Fundación Triángulo Extremadura.

Y, sin embargo, a pesar de eso, no nombrarlos o no dedicarles una columna sí que sería mala praxis. Porque son los dos festivales de cine más importantes de la región. Uno, por su capacidad de transformación social desde hace 21 años en una comunidad eminentemente rural, con toda la idiosincrasia de lo rural (los pueblos y las ciudades tienen sus propios monstruos y son distintos). El otro, porque desde hace 13 (a ver: el primer año fue solo de películas que no se habían estrenado en Mérida porque no dio tiempo a más), ofrece a los extremeños (sí: alguno se desplaza) la posibilidad de ver cine en versión original que no hemos podido ver antes. En ningún lugar. Muchas se estrenarán el año próximo.

Esto, no recuerdo cómo porque yo no les conocía, se les ocurrió a David Garrido (actual director de la filmoteca) y a Ángel Briz hace más de una década y año tras año, ahora con el cuidadoso Emilio Luna y con sus realizadores favoritos (amamos a Hirokazu Koreeda y podremos ver ‘Un asunto de familia’, que ha ganado la Palma de Oro este año en el Festival de Cannes) y los de nuevo cuño, con el objetivo de mostrar películas de muchas latitudes (Francia, Noruega, Alemania, Líbano, Macedonia…), haciendo malabares con el dinero y rompiéndose la cabeza con las distribuidoras, ha conseguido perdurar en una ciudad que ya se ha acostumbrado a ver cine en el idioma en el que se rodó, a escuchar otros acentos y otras lenguas y a reconocerse en historias de países muy lejanos porque no somos tan distintos.

La cultura es política. Siempre se hace cine, se escriben poemarios, canciones, guiones y obras de teatro desde un lugar en el mundo. Mañana sábado se premia a Ángelo Néstore en el FanCineGay. Él escribe: «Por la mañana abandono mi sexo. / Al atardecer vuelvo / cuando me desnudo para entrar en la ducha. / Mi madre siempre dice que tengo los hombros de mi padre. / Con el vaho en el espejo el contorno es más ancho, más generoso. / Dibujo una línea recta con los dedos, con la mano la deshago. / En los ojos guardo la tristeza de las muñecas / que jugaron a ser hijas / y que mis padres acabaron regalando. / El agua fría me trae a mi cuerpo, / escondo el pene entre las piernas. / Mamá: ¿a quién me parezco?».

El cuerpo es política, sí. Nos sitúa en el mundo de una u otra manera. Paul B. Preciado contaba en un artículo que había quien se empeñaba en nombrarle en femenino, en lugar de en masculino, resituándolo de nuevo en un lugar del que había querido salir. Eso se ha hecho hasta legalmente con las personas transexuales: darles un nombre que no es el suyo, una asignación de género que no es la suya. La plumofobia (este tío es demasiado femenino y lo femenino, ya lo sabemos, es inferior e in-deseable) también es una resignificación política del cuerpo: siempre hay alguien que domina. Ya lo dijo Lewis Carroll: «El problema es saber quién manda».

Quién manda y de quién es la culpa. La individual y la colectiva. Y de qué manera se narra. A Nadine Labaki, la directora de Cafarnaúm, la han acusado de maniquea por retratar la vida de dos niños pobres en Beirut a golpe de drones y por (al menos, eso dice un crítico) indicar en la película que la culpa es de los desheredados que traen hijos al mundo porque no son capaces de usar métodos anticonceptivos (¿hay que esterilizar a los pobres?) y no saben entretenerse con otra cosa.

Halla, por su parte, es profesora de canto, independiente y lucha contra la industria del aluminio en Islandia… hasta que un huérfano entra en su vida. ¿Hay que elegir entre ocupar el espacio público o dedicarse al espacio privado?. «A veces los sueños no se cumplen», dicen en The Rider. ¿Se puede exigir superación personal a alguien que se ha quedado paralítico? Alain edita libros y quiere decirle a Léonard que se está quedando atrás en el mundo digital. Léonard escribe. Hablan de tecnologías, de edades, del mundo editorial, de política. Es Non-Fiction. Koreeda se plantea, en Un asunto de familia, si la familia (de sangre o elegida) puede serlo cuando hay necesidades. Y la pobreza. Y la precariedad laboral. Y el desamparo de la infancia. Y veremos por última vez a Kirin Kiki.

El cine sirve para confrontarnos, también: para reflexionar sobre cuerpos, de privaciones, políticas, responsabilidad social, para admirar la belleza y escuchar música y ver ciudades que no existen y sí existen. Y, a veces, para cambiarnos un poco.