Cuando Paolo Giordano (Turín, 1982) llegó por segunda vez a Afganistán hacía dos meses que un ataque talibán había matado a varios soldados en la remota base Ice. "Fui el primer civil en llegar tras ese episodio trágico y vi que los jóvenes que lo vivieron seguían allí, con todo su dolor comprimido, sin válvulas de escape --explica el escritor italiano--. Necesitaban hablar, explicarlo. Y lo hicieron con un monstruoso distanciamiento. La imagen que más me marcó me la contó un capitán: cómo él y otros dos hombres tuvieron que recoger los pedazos de los soldados que habían muerto en aquella explosión. La idea de cómo un chico joven, que no estaba preparado para ello, tenía que volver a pegar los trozos de un cuerpo humano me sirvió de guía para el libro. Una vida no es suficiente para asimilar algo así, esos hombres llevarán un trauma nacido en su juventud".

Sobre estas potentes armas, y las "guerras interiores que todos llevamos dentro y que intentamos ocultar, aunque eso nos haga sufrir más", reflejadas en las de un grupo de soldados, urde Giordano su esperado y valiente regreso, El cuerpo humano (Salamandra). Llega cinco años después de La soledad de los números primos --premio Strega, siete millones de ejemplares y versión cinematográfica que se estrena el día 27--, cuyo éxito, cosechado cuando era un físico de 26 años, le pasó factura: inseguridad y temor a no estar a la altura. "Le debo mucho a La soledad... y ahora veo que las dificultades del éxito son un privilegio. Pero tuve dos años difíciles en los que pensé que ser escritor no era el trabajo adecuado para mí". Pero recuperó "la espontaneidad" que creía perdida para describir emociones en Afganistán, donde fue a ver una "guerra de verdad", en un viaje que fue "una terapia de choque" y del que surgió un libro que ha sido para él "una cura".

"La guerra existe en cada uno, no solo pertenece a los soldados. Vivo cerca de un cuartel en Turín y veo a los militares entrar y salir pero los muros ocultan lo que hay dentro. Vivimos rodeados de conflictos y hay que afrontarlos --opina--. Para entender y reconocer la guerra hay que sumergirse en ella a través de libros, películas, del arte, como el Guernica. Por ello veo los discursos pacifistas arrogantes e hipócritas". Aunque admite que "la guerra saca lo peor y lo mejor del ser humano". "Hay brutalidad y hay luminosidad. Esa claridad me sirvió para contar cómo eran esos chicos de entre 20 y 30 años. Esa edad es una época de tránsito, muy gris, hacia la madurez. Para ella solo hallé la definición de Conrad: la segunda juventud. Antes era una etapa breve pero hoy puede alargarse. El ritual de paso para los jóvenes, que antes era la mili, hoy no existe. Cuando alguien como yo acaba de estudiar ve que los raíles se acaban bruscamente y delante se abre un limbo gris, y más con la crisis. Yo salí de él con mi primera novela".

Giordano fue a Afganistán sin documentarse sobre el conflicto para tener una "mirada virgen y sin prejuicios". Allí, le sorprendió sentirse "protegido por muchachos" de su edad y hallar "momentos de comunión" con ellos. Si hubiera sido soldado, su motivación para ir a la guerra, confiesa, habría sido "hallar una nueva familia, de pares, donde disolverse".

Traumas familiares

Porque sus personajes, en los que Giordano vuelca, como en La soledad... , pedacitos de sí mismo, arrastran traumas familiares. "Mis guerras más violentas y sanguíneas las he visto dentro de la familia. En el libro hay cosas de la mía y de ese tránsito de joven a adulto, que coincide con entender cuál es tu familia de origen y cómo es la que quieres construir. Yo me vinculé con una familia que no era la mía y en ella he hallado un nuevo orden". Aunque ríe con ganas al recordarle que el el personaje del subteniente René ejerce de gigoló en su vida civil. "Lo bueno de la ficción es que te permite soñar con lo que nunca tendrías el valor de hacer