Su paso por la escuela de cine fue breve; de hecho duró dos días. Tras el primer suspenso que recibió pidió que le devolvieran el dinero de la matrícula y con eso hizo su primera película, el corto Cigarettes and coffee. Tres años más tarde escribió y dirigió Boggie nights, por la que obtuvo su primera nominación al Oscar al mejor guion original. Autor de las enormes Pozos de ambición y Magnolia, Paul Thomas Anderson (Studio City, California, 1970) -o PTA, como se le conoce en los círculos cinéfilos- es hoy sinónimo de maestría y de alquimia en el proceso de creación. Este es el caso, también, de El hilo invisible (nominada a seis Oscar), un drama en el que se fusionan el arte y el amor de forma tan obsesiva que acaban rozando la tragedia.

La historia se sitúa en el Londres de los años 50, donde Reynolds Woodcock (magistralmente interpretado por Daniel Day-Lewis), diseñador de moda y maestro de la costura al que acuden las damas de la aristocracia y la alta sociedad, busca una musa (papel que interpreta magistralmente Vicky Krieps) que le inspire pero que no altere su proceso de creación. La llegada de esta le enseñará el agitado poder del amor, así como el estrecho vínculo entre la creación y la destrucción.

-¿Cómo se le ocurrió la idea de una historia de amor en el mundo de la alta costura?

-Como dice Daniel (Day Lewis), el mundo de la alta costura es irrelevante en esta historia. Lo que queremos decir con ello es que nuestra intención era contar una historia romántica entre un hombre y una mujer, contar cómo una relación romántica puede existir dentro de una relación de familia, como la que tiene Reynolds con su hermana y socia en el negocio. Cómo la personalidad puede cambiar cuando uno no necesita a nadie o cuando depende de otra persona. Todo eso nos llevó a pensar que necesitábamos un personaje que fuera un artista, obsesionado con su arte y muy controlador. Imaginamos todo tipo de artistas, escritores, escultores, pintores... pero el mundo de la moda nos pareció que encerraba algo delicioso y decadente, un mundo que podía ser muy bello y a la vez accesible para el espectador. Una vez que empezamos a leer y documentarnos sobre el mundo de la moda en esa época, lo tuvimos muy claro.

-¿Es cierto que se inspiró en el diseñador Cristóbal Balenciaga a la hora de crear a Reynolds Woodcock?

-Leímos mucho sobre distintos maestros de la costura, como Christian Dior y un gran número de diseñadores británicos de la época. Daniel tiene un gran gusto por la ropa, en el fondo creo que encierra dentro de sí a un gran diseñador, es muy creador con sus manos y es un gran pintor. Por eso, un creador de ropa no estaba muy lejos de su experiencia como artista. Dicho esto, Balenciaga se convirtió en nuestro héroe por todo lo que leímos de él, por el fabuloso legado artístico que ha dejado y sobre todo porque no solo era un diseñador, sino un extraordinario sastre, admirado y reverenciado por el resto de los diseñadores de su época. Dior era excelente diseñando y tenía un fantástico instinto, pero Balenciaga conocía el oficio desde la base. Hay una anécdota muy interesante en su vida, cuando Givenchy le preguntó: «Maestro, ¿qué puedo hacer para parecerme a usted?» Y él le contestó: «Ya es demasiado tarde» (ríe). Queriendo decir que se requiere de muchos años de aprendizaje del oficio para llegar a ser el gran sastre que era él.

-Habla siempre en plural al hablar del proyecto. Entonces, ¿no fue usted quien escribió el guion y puso en marcha el largometraje?

-La premisa básica era mía. Pero fue un trabajo de colaboración entre Daniel y yo. Escribía 10 o 15 páginas y se las daba a leer a él, que las repasaba, corregía y añadía ideas. Yo hablo inglés americano, por eso me ayudó mucho tener a Daniel a mi lado puliendo el guion con un perfecto inglés británico.

-¿Se involucró él en el diseño del vestuario o contó con otros especialistas?

-Completamente. Sabiendo que Balenciaga era capaz de construir un vestido desde el principio al final, sin la ayuda de ninguna modista, Daniel decidió que no podía simular ser un experto en la costura, sino que tenía que aprender a coser. Y eso hizo. Estuvo trabajando casi dos años con Marc Happel, que es el diseñador del vestuario del Ballet de Nueva York. Con él aprendió y trabajó en muchos de los trajes del ballet. Luego se empeñó en copiar un modelo de Balenciaga, basado en los antiguos uniformes de colegio femenino. Eligió la tela, tomó las medidas de su mujer, que le sirvió de modelo, lo cortó y lo ejecutó él solo. El resultado fue magnífico.

-Háblenos de su proceso creativo a la hora de llevar a cabo un proyecto desde el principio. ¿Le llegan fácilmente las ideas o sufre bloqueos creativos, como les ocurre a tantos escritores que tardan varios años en presentar nuevo trabajo? ¿Es importante para usted trabajar siempre con un colaborador, como en este caso Daniel Day-Lewis?

-Tengo la suerte de no haber sufrido nunca eso que llaman bloqueo del escritor. Sé que existe, pero en mi caso el problema es justamente lo contrario. No me paran de llegar ideas, con lo cual me cuesta dejar de escribir y eso también es peligroso, porque a veces me alejo de la idea original y me meto en terrenos pantanosos (ríe). Tener un colaborador como Daniel, como mi productora, Jo Anne, o mi montador, Dylan, es muy importante a la hora de centrarme en lo que es importante y más interesante, en vez de irme por las ramas. En este caso lo importante era centrarme en la historia de amor entre este hombre y esta mujer, el resto era como vestir un escaparate. Lo que siempre trato de hacer es tomarme el tiempo para que esas ideas acudan a mi mente. Es importante tumbarse en el sofá y dejar que las musas se acerquen a ti.

-¿Tiene ya en mente su próximo proyecto?

-No, ahora es el momento de tumbarme en el sofá y dejar volar la imaginación.

-¿Se imagina volviendo a trabajar en equipo con Daniel Day-Lewis, a pesar de que él haya anunciado su retirada profesional? ¿Cree que se arrepentirá y volverá para otro proyecto?

-Eso sería maravilloso. Sé que lo ha dicho en serio, pero también sé que tiene un gran sentido del humor y quizá nos esté tomando el pelo a todos.