Werner Herzog ha realizado películas en las que la recreación cinematográfica de una experiencia colonizadora se convierte en metáfora de la propia película. ¿O acaso no explotó Herzog a los indigenas convertidos en extras de los delirantes rodajes de Aguirre, la cólera de Dios y, sobre todo, Fitzcarraldo ? ¿No es lo que cuenta el filme el propio rodaje del filme, confundiéndose actores y personajes, realidad y ficción?

Algo de eso hay también en la última cinta de Icíar Bollaín, aunque su estilo no se parezca en nada al del director alemán y sus pretensiones sean muy distintas. En este caso, la referencia sería más explícita, ya que También la lluvia narra las experiencias de un equipo de rodaje que realiza en Bolivia una película sobre la llegada de los colonizadores españoles a tierras americanas.

Lo que se recrea (la colonización y su virulencia) puede llegar a confundirse con el posicionamiento de quienes lo recrean (el equipo de cine y, sobre todo, el productor que encarna Luis Tosar, un colonizador moderno que solo piensa en su película y no le importa para nada lo que les pueda pasar a sus serviciales extras), pero la metáfora tiene truco, es demasiado evidente y parte de una idea un tanto vaga. ¿Es lícito pensar que unos cineastas de 2010 pueden llegar a Bolivia y darse cuenta entonces, solo entonces, de lo malos que fueron los colonizadores tantos siglos atrás? El planteamiento es inocente y el problema es que la toma de conciencia del personaje de Tosar, que es lo que le interesa más a Bollaín, está mostrado sin matices. Todo lo contrario del escepticismo que corroe al actor encarnado por Karra Elejalde, un personaje más rico, más substancioso, más descreído.