Aunque las tres entregas cinematográficas de la serie Millennium se han repartido entre dos directores, Niels Arden Oplev para la primera y Daniel Alfredson para las otras dos, el conjunto parece una sola película: unidad de estilo total, siempre al servicio de la prosa adictiva de Stieg Larsson.

El caso es similar al de la trilogía de El señor de los anillos realizada por Peter Jackson: tres películas cierto, estrenadas individualmente, pero una misma idea y un mismo concepto detrás de cada una de ellas. Así que Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire cierra el ciclo y el círculo argumental sin deparar sorpresa alguna, y con un tufillo a telefilme, en relación a las otras dos cintas.

La evolución lenta pero firme de la trama, las prestaciones de los actores, la iluminación fría y desangelada, las tensiones en la redacción de la revista Millennium y los avatares de Lisbeth Salander --aquí canalizados en torno a una secuencia de juicio planteada de manera más ágil a como acostumbran a funcionar estas escenas en el cine hollywoodiense-- son intercambiables más allá de que ahora se resuelven las intrigas desperdigadas a lo largo de toda la serie.

Daniel Alfredson, hermano de otro cineasta más dotado para las atmósferas intensas y sorprendentes (Thomas Alfredson, responsable de la vampírica Déjame entrar ), se pone al servicio fiel de esos actores tan identificados con los personajes que encarnan y de la trama urdida por Larsson. En todo caso, visualiza bien esa especie de explosión de orgullo punk que tiene Lisbeth en la parte del juicio y se muestra siempre mejor en las escenas de conversación, sosiego o enfrentamiento dialéctico que en las de pura acción.