Alexander Payne ha pasado dos décadas contando historias de tipos que se dan cuenta de que nunca obtendrán aquello que creían estar destinados a tener: el éxito literario, un premio de lotería, una jubilación plácida. Sujetos perdidos que asisten a la desintegración de sus carreras, sus relaciones y sus esperanzas. A Payne le gusta hablar de hombres que contemplan cómo sus vidas se hacen cada vez más pequeñas y, por eso, es lógico que finalmente haya decidido hacer una película cuyo protagonista es literalmente reducido al tamaño de un click de Playmobil.

«Es un compendio de todos los temas que he manejado en mi carrera», explica el director sobre Una vida a lo grande, que se acaba de estrenar en España. «Habla de la diferencia de clases y hace sátira política desde un enfoque muy humano. Yo siempre quiero que mis personajes superen los obstáculos que encuentran en su camino del mismo modo que aspiro a superar los que yo me topo en el mío».

UN DON NADIE / Una vida a lo grande es la historia de un don nadie, Paul Safranek (Matt Damon), que busca una versión absurdamente idealizada de la vida que comparte con su esposa y que para encontrarla decide tomar medidas drásticas. El mundo en el que vive, es un lugar superpoblado y supercontaminado en el que los recursos naturales escasean y las desigualdades crecen dramáticamente y en el que a modo de solución unos científicos noruegos inventan una tecnología que permite miniaturizar al ser humano. Sin embargo, los motivos por los que la gente como Paul decide empequeñecerse no tienen nada de humanitarios.

«Mi coguionista, Jim Taylor, lleva años hablándome de lo mucho que mejorarían nuestras vidas si de repente fuéramos diminutos», comenta Payne. «Nuestro dinero valdría mucho más, y por tanto podríamos tener las mansiones y los yates con los que siempre hemos soñado. Pensándolo bien la gente hace cosas mucho más graves y extremas por dinero».

Gracias a los interrogantes que plantea la cinta sobre la creación de un tejido social de gente pequeña, Una vida a lo grande se las arregla para dotar de verosimilitud una premisa ridícula. «Yo no sé si es tan ridícula», matiza.

Payne y Taylor empezaron a trabajar en la cinta en el 2006, poco después de ganar un Oscar gracias al guion de Entre copas (2004). Para ellos parecía el momento idóneo para levantar un proyecto que requería efectos especiales y, por lo tanto, también un presupuesto más elevado. «Pero venderle a los estudios una película cara, en la que no hay explosiones y que no da pie a secuelas es casi imposible. Y, ojo, lo entiendo. Esto es un negocio», afirma.

SOCIEDAD IGUAL DE FALLIDA / El lapso de tiempo, en todo caso, no ha mermado un ápice la relevancia de la película. La sociedad diminuta que retrata Payne en Una vida a lo grande no tarda en ser exactamente igual de fallida que la nuestra, con sus mismas jerarquías de clase y raza y la misma economía basada en la explotación de la mano de obra inmigrante. Pese a sus elementos fantasiosos y su recurso constante al chiste, es una historia que mira con preocupación a nuestro mundo; y de hecho puede entenderse como una alegoría del miedo al apocalipsis que nos invade, y ante el que quizá nuestro único escape sea hacernos pequeños.

«El filme habla de mexicanos que viven detrás de un muro, pero lo cierto es que cuando escribimos el guion no sabíamos que una década después Donald Trump sería presidente de Estados Unidos», recuerda el director. «Por otra parte, entonces gobernaba el país George Bush, que también era un tipo de lo más siniestro», añade. A pesar del estado del mundo que retrata, Una vida a lo grande también da motivos para el optimismo. A través de su odisea personal, Paul descubrirá lo importante que es vivir cada día intensamente, y que cuando una puerta se cierra otras dos se abren. «No me gusta proporcionar mensajes ni decirle al público lo que debe pensar, pero sería bonito que la película hiciera a tres o cuatro espectadores mirar al planeta de otra manera», afirma el cineasta.