El personaje de Joker, nacido como antagonista de Batman y encumbrado a la categoría de icono pop, ha constituido un vehículo ideal para los actores que lo han encarnado a la hora de desatar sus recursos interpretativos más extremos. Cada uno se ha enfrentado a él de una manera diferente, aunque en el fondo complementaria, para componer una mitología desquiciada en la que late el espíritu provocador y el desenfreno expresivo.

Cada representación de Joker es, de alguna forma, un reflejo de su tiempo, al igual que cada una de las películas en las que ha aparecido supone una relectura de su esencia y las motivaciones que lo impulsan a hacer el mal.

Fue el actor de origen cubano César Romero el primero que se puso en la piel del payaso villano en la mítica serie de televisión de los 60 que alcanzó una gran popularidad en la época durante dos temporadas. El suyo fue un Joker amable, en coherencia con la imagen mucho menos áspera que durante esos años se trató al personaje en los cómics, teatral, kistch y tan infantil como colorista. «¡Una broma al día mantiene la alegría!», fue una de sus frases icónicas.

Veinte años después recogería el testigo Jack Nicholson en lo que se convertiría en uno de los mayores fenómenos sociológicos de finales de los 80, el Batman de Tim Burton. El actor no tuvo que esforzarse mucho para apoderarse de la función y el director supo cómo sacar partido a su energía saltarina y su carisma arrollador en escenas como en la que irrumpe en el Museo de Arte de Gotham al grito de «¡Señores, vamos a ampliar nuestras mentes!», mientras sonada el tema de Prince Partyman.

El caballero oscuro de Christopher Nolan puso las cosas algo más serias. Sus personajes eran reflexivos y se encargaban de constatarlo en sus diálogos metarreferenciales. De nuevo el villano se encargaba de quitar protagonismo al superhéroe, demostrando que no importaba el rostro de Batman cuando Joker entraba en acción. Heath Ledger ganó un Oscar póstumo por una interpretación perversa en la que había poco lugar para las bromas del payaso. Fue un Joker más físico y encargado de introducir en la película la acción a través de la alteración del orden establecido. Se definía a sí mismo como un agente del caos y por eso su diversión consistía en hacer saltar todo por los aires.

Después de semejante contundencia, la interpretación de Jared Leto en Escuadrón suicida podría calificarse como poco memorable. Un Joker de aspecto punk, sin matices y al servicio de una estética videoclipera. Hasta que llegó Joaquin Phoenix para demostrar que quedaban muchos recovecos oscuros por explorar dentro del personaje. La suya es una transmutación en toda regla, un trabajo de psicología enferma que desafía los límites de la moralidad. Su presencia lo inunda todo y demuestra hasta qué punto una película puede resultar memorable gracias a un actor que sabe cómo explorar la locura como símbolo de nuestra sociedad degenerada.