Cada verano necesita su película de tiburones. Hace dos años fue Infierno azul. El año pasado tuvimos A 47 metros, o Mandy Moore contra los escualos. Y este año Jason Statham hace frente al Megalodón, un tiburón prehistórico cinco veces más grande que un gran tiburón blanco, con dientes como botellas de whisky. Por lo que parece, es basura de lujo: una serie Z rodada con 150 millones de dólares.

Sea como fuere, no hay mejor plan de agosto que pasar casi dos horas con el sublime tipo duro Statham, un tiburón prehistórico y aire acondicionado. Megalodón es el Gran Estreno de la Semana y puede que lo sea de muchas otras: la novela de Steve Alten en que se basa cuenta con seis secuelas, por ahora.

¿Qué hace del tiburón una figura antagónica, un monstruo, tan recurrente? El oceanógrafo Matt Hooper (Richard Dreyfuss) lo explicaba claramente en Tiburón. «Lo que tenemos aquí es una máquina perfecta», decía. «Una máquina devoradora. En realidad, es un milagro de la evolución. Lo único que hace esta máquina es nadar y comer y hacer tiburoncitos y eso es todo». Sin complicación, sin matices. El villano perfecto. O como mínimo el más eficiente.

El clásico de Steven Spielberg disparó en 1975 el subgénero del tiburón asesino, pero no fue el primer filme en navegar esas aguas. Los tiburones ya habían aparecido (y atacado) en Pasto de tiburones, rodada por Howard Hawks en 1932, o Costa de tiburones, de 1956, en la que Victor Mature era a la vez hombre de ciencia y de acción. Trece años después, Samuel Fuller descubría el peligro de rodar con escualos en Arma de dos filos: si la película está dedicada a los especialistas, es porque uno de ellos cayó víctima de un tiburón blanco.

Antes de la primera secuela de Tiburón, directores de todo el mundo se lanzaron a cultivar y explotar el fenómeno. El más rápido fue William Grefé con Mako, el tiburón de la muerte, seguido de cerca por William A. Graham con el telefilme Shark kill y el mejicano René Cardona Jr. con las dos horas extenuantes de ¡Tintorera!, solo para devotos muy devotos del selacimorfo.

EN LOS CANALES VENECIANOS / Pero no solo tiburones surcaron los mares de celuloide: también podían ser pulpos gigantes (Tentáculos), barracudas (Barracuda), orcas (Orca, la ballena asesina) o pirañas (en la gris Voracidad pero también la brillante Piraña de Joe Dante, parodia de la ciencia ficción de los 50 con guion de John Sayles).

A principios de los 80, los tiburones empezaban a extinguirse en el cine por culpa de la sobreexplotación y el empuje del slasher sobrenatural. Pero hubo ejemplos destacados, aunque solo fuera por su descaro a la hora de plagiar la saga madre. La italiana L’ultimo squalo, estrenada en España, con todo el morro, como Tiburón 3, llegó a ser retirada de los cines de EEUU por una demanda de Universal.

A finales de los 90, cuando creíamos que nunca más saldría otra buena película de tiburones, el director Renny Harlin nos dio una alegría. En su esteroidal Deep blue sea, una investigación sobre el alzhéimer (así es, amigos) acababa generando tiburones de inteligencia y peligro sin límites. Los experimentos genéticos siguieron en Proyecto: Demonio azul, Sharkman o, esta con cocodrilo, El territorio de la bestia, una de las mejores monster movies de la década pasada.

El abaratamiento de los efectos digitales y el aparente hambre de cine voluntariamente malo han dado pie desde principios de siglo a una proliferación insensata de cine con tiburones. Cuanto más delirante fuese la idea, más fácil era que se rodara. Y así empezamos a ver a tiburones en ríos de agua dulce (Red water) o los canales de Venecia (Tiburones en Venecia, así sin más ni más).

HASTA EN EL SÚPER / Pero el delirio definitivo llegó entre finales de la década pasada, principios de esta. Roger Corman combinó al tiburón y el pulpo en Sharktopus, aunque Lamberto Bava ya lo había hecho en 1984 en El devorador del océano. Por su parte, The Asylum (productora de cine barato a todos los niveles) inició la saga Megatiburón, experimentó con los tiburones de varias cabezas y puso a los pobres bichos en el ojo del huracán: Sharknado se convirtió en el 2013 en fenómeno inesperado capaz de dar pie a cinco secuelas, la última a punto de estreno en Syfy (el 23 de agosto).

Pero en el cine de tiburones del siglo XXI no todo ha sido basura consciente de serlo. Hay que reivindicar algunos (no muy abundantes) intentos de hacer algo más o menos serio, con buenos efectos y/o personajes verosímiles. El clásico Open water jugaba sabiamente a la claustrofobia en mitad del océano; siete años después, El arrecife calcaba con habilidad sus conceptos e intenciones. Y tampoco podemos olvidar esa perfecta película de sobremesa de domingo que es Bait (Carnada), más conocida popularmente como la del tiburón en el supermercado.