Aunque se había propuesto no volver a escribir sobre terrorismo, el atentado yihadista que sacudió Barcelona en agosto del 2017, del que se enteró mientras visitaba Córdoba con sus hijos, le hizo cambiar de opinión y retomar el libro que había empezado tras el shock que le provocaron los ataques de París en noviembre del 2015. Los comandos que actuaron en el Estadio de Francia, las terrazas del Canal Saint Martin y la sala Bataclan reavivaron en él el recuerdo de la guerra que libró en Argelia durante ocho años contra los Grupos Islámicos Armados. Yasmina Khadra (Kenadsa, Argelia, 1955), el autor árabe más traducido, intenta explicar en su nueva novela, Khalil (Alianza), por qué un joven de origen marroquí que vive en el barrio belga de Molenbeek se embarca en un viaje con la única promesa de la muerte. Khadra lo hace con una apuesta arriesgada: metiéndose en la piel del terrorista y narrando en primera persona una historia que deja un poso de amargura.

«Convertirse en terrorista no es una fatalidad, es un disfuncionamiento social que lleva a los jóvenes sin referencias a renunciar a sus sueños», dice el autor de El atentado en una entrevista en París. Khadra forjó su carácter en la disciplina del Ejército argelino, donde ingresó a los 9 años y pasó cuatro décadas. Allí empezó a escribir ocultando su nombre -Mohamed Moulessehoul- tras el de su mujer, el seudónimo literario que le ha hecho célebre. Su larga experiencia en la lucha contra el terrorismo le ha llevado a la conclusión de que el adoctrinamiento islamista solo es posible cuando hay signos de fragilidad en la familia, sea burguesa o humilde.

«Todo empieza en casa. Si un chico no encuentra protección, amor y orientación en su familia, lo buscará fuera. Y en la calle puede aparecer gente estupenda, un entrenador de fútbol que le convierta en campeón o un músico que lo hará cantante, pero también puede caer en manos de narcotraficantes o de gurús que harán de él un yihadista», sostiene.

¿Hay que empezar a trabajar con las familias, entonces? «Claro. Ni las prisiones ni las mezquitas fabrican terroristas. Allí terminan el trabajo. El producto está preparado para lo que quieran hacer de él. Es vulnerable, frágil, necesita visibilidad y los gurús le dan un ideal», responde. También hay factores sociales que abonan el terreno. «Los discursos de odio, la discriminación...».

Cuando dice que la palabra fascina a la gente, no es el militar el que habla sino el poeta íntimo que escribe en árabe para su mujer. «Los políticos desarrollan un discurso fabuloso y la gente les cree. No podrán cumplir sus promesas, pero están tan fascinados por el verbo que se dejan arrastrar. Imagina a un chaval sin cultura a quien le hablan con una retórica cósmica. Si la gente que votó a Trump hubiera sido arengada por los yihadistas habrían seguido a la yihad», suelta.

Khadra espera que Khalid se lea en los institutos para que los chavales sean conscientes de las redes que operan como una secta y arrastran como una droga. Repite una frase del libro: «El racista y el yihadista son hermanos siameses». «El yihadismo pasa a la acción y el racismo espera su momento, pero tienen el mismo discurso, la misma mirada de odio, la misma voluntad de hacer daño», apunta.

Y confiesa: «De los atentados de Barcelona me llamó la atención la dignidad del pueblo español. Había cólera e indignación, pero distinguían entre terroristas y musulmanes. En Francia, en cambio, hay una corriente intelectual que quiere estigmatizar a los musulmanes por razones puramente ideológicas».