Pienso en una calle cualquiera de una ciudad donde nunca estaré, cruzada cada tarde por una mujer bellísima a la que nunca conoceré. Pienso en la flor de edelweiss abriéndose en mitad del verano sin ojos que la vean. Pienso en aquellos lápices de la escuela con dos puntas, una azul para escribir y otra roja para subrayar. Pienso en la nariz verdadera del payaso, forzada siempre al anonimato. Pienso en San Simeón, San Niceta, San Daniel, San Walfroy y todos los santos estilitas que perdieron su tiempo en lo alto de una columna. Pienso en la ventana desde la que una noche vi la luna menguante con forma de gajo de naranja. Pienso en los miles de caballos de las miles de películas de indios, vaqueros y romanos, que jamás podrán sospechar que estaban actuando.

Pienso en la esclavitud, en el expolio, en la contaminación, en el odio y en todo lo que nos denigra como especie humana. Pienso en la paradoja del verde, que es el color de la naturaleza y del dinero. Pienso en los viejos carteles de Nitrato de Chile. Pienso en la risa de las hienas. Pienso en la turgencia de los senos maternos y el gesto ancestral por el que son ofrecidos a la boca del hijo. Pienso en Villafranca del Bierzo, Zafra, Garachico, Besalú y algunos pocos lugares donde me he sentido en paz con el mundo. Pienso en la fórmula química del Permanganato Potásico, la Ley de Abogadro, los diagramas de Euler y todos los datos extraños que aprendí en el instituto. Pienso en las miles de firmas que se nos pidieron para cambiar cualquier ley injusta y en las miles de firmas que no se nos pidieron para rescatar Bankia.

PIENSO EN Sócrates , en Heráclito y en Avicena , en la paz de sus rostros de mármol y ceniza. Pienso en los poemas que no escribiré y las canciones que no compondré, con una esperanza ciega en que alguien los escriba y las componga. Pienso en Dios y en todos sus nombres. Pienso en el bigote pintado de Groucho Marx . Pienso en las manos de mi abuela y la ternura de su tacto. Pienso en que de la palabra Grito y de la palabra Guitarra alguien debería inventar un palo flamenco llamado Gritarreo. Pienso en Morgan Freeman, Sidney Poitier, Denzel Washington y todos los actores negros que admiro. Pienso en las señoras con la permanente recién hecha que me dan la vez en la carnicería. Pienso en las bolsas de plástico que el viento hace bailar sobre nuestras cabezas ciertos días de otoño.

Pienso en la batuta de los directores de orquesta y su crucial insignificancia. Pienso en Gutiérrez Mellado ordenando a Tejero deponer las armas. Pienso en totas las momias que aún descansan bajo tierra. Pienso en el sonido metálico y terrible que hacen las puertas de las cárceles al cerrarse. Pienso en la obsesión de Dalí por las moscas y de Bukowski por las arañas. Pienso en Ginebra, que es nombre de ciudad, de mujer y de bebida. Pienso en el primer pétalo que me dijo sí y en el último pétalo que me dirá no. Pienso en las nubes que cruzan la noche y en las estrellas fugaces que cruzan el día. Pienso en los pensamientos tristes que debe tener un hombre el día antes de cumplir cien años. Pienso en los brazos de la Venus de Milo y en las piernas de la Gioconda.

PIENSO MUY seriamente en aquel anuncio de televisión del busque, compare y si encuentra algo mejor cómprelo. Pienso en Tarzán y en la mona Chita como símbolos sexuales de una selva inexistente. Pienso en la elegancia suprema de la hormiga que carga con la cáscara de cacahuete junto a mi pie derecho. Pienso en el globo que sobrevuela el parque de atracciones y en las lágrimas del niño que lo persigue con la mirada. Pienso en el hocico ensangrentado del león y los ojos exánimes de la gacela. Pienso en todas las palabras que se utilizan para escribir un libro y, sobre todo, en todas las palabras que se desechan para escribir un libro. Pienso en el servicio militar que no hice y en los viajes a países en guerra que hice. Pienso en José Agustín Goytisolo y en su hija Julia y en el poema que todos los padres deberían dejar escrito para sus hijos.

Pienso en la sinrazón del bolso de Mary Poppins. Pienso en la vieja Olivetti de mi padre y el compás hipnótico de sus teclas. Pienso en Rita Hayworth quitándose un guante. Pienso en esos juegos de tazas chinas y cubertería de plata que guardamos en un lugar privilegiado de la casa esperando una celebración que nunca llega. Pienso en Romeo la primera vez que vio a Julieta. Pienso en Julieta la última vez que vio a Romeo. Pienso en el pecho de Sabrina en la Nochevieja del 87. Pienso en la mentira de la política y en la verdad del trabajo. Pienso en la media maratón y el lanzamiento de jabalina, dos deportes que me hubiera gustado practicar. Pienso en Pedro Páramo y Rayuela , dos libros que me hubiera gustado escribir. Pienso en Juana de Arco y Ava Gardner , dos mujeres que me hubiera gustado amar.

PIENSO EN todos los pensamientos acrobáticos, azarosos y libres que me hacen ser como soy y pensar como pienso. Pienso, cada día, en gritar te amo a quienes amo, en viajar a Roma o Buenos Aires, en que me salen alas de la espalda, en prender una cerilla por el simple gusto de verla consumirse. Pienso en mí al pensar en ti y pienso en todos al pensar en nosotros. De otra forma, me sería imposible sostener los brazos en el aire antes de abrazar a un buen amigo al que su novia ha abandonado por otro. De otra forma no sabría cómo limpiarme el rastro de una lágrima en la última escena de Me llaman Radio , ni recordar mi infancia con nostalgia, ni decir algo medianamente inteligente delante de setecientas personas que esperan que diga algo medianamente inteligente, ni terminar el año 2013 con la única decencia de un puñado de ilusiones por hacer realidad.

Pienso, pienso. Siempre pienso. Pienso en pensar qué pienso y, sobre todo, en cómo lo pienso. La gran mayoría de esos pensamientos mueren en mí o se postergan para otro instante, ahora impensable. Sólo algunos perduran en un poema, en una canción, en un relato, en una conversación entre amigos o entre otros mil pensamientos de las páginas de un periódico como este, deseando encontrar lectores que les sepan dar su mejor sentido.