Mientras varios descendientes de Pablo Picasso han tratado de escapar de su sombra -«necesitaba sangre para firmar cada una de sus pinturas», dejó constancia su nieta Marina en un libro-, los de Vincent Van Gogh no han heredado ni un solo cuadro(ni su genio pictórico), pero mantienen ardorosamente su legado y su memoria. El sobrino bisnieto del pintor V. Willen Van Gogh (Holanda, 1953), abogado y embajador del museo Van Gogh, lo demostró en Barcelona, donde hasta el 14 de julio permanece la muestra Meet Vincent Van Gogh.

--¿Y cuántos descendientes directos son?

--Unos 15.

--¿A ninguno le dio por pintar?

--Yo, después de mucha presión, lo intenté. Incluso tomé clases de pintura y hasta fui con unos amigos del museo al campo de trigo del sur de Francia para inspirarnos. Pinté tres óleos y, de regreso a casa, se los enseñé a mi mujer con orgullo. «¿Qué narices vamos a hacer con esto?», me dijo, y los metió en el sótano.

--La incomprensión parece ser un destino familiar.

--Un genio de ese calibre aparece una vez cada siglo. Sin embargo, a diferencia de Picasso, cuyos trabajos de niño ya eran muy convincentes, los de Vincent dejaban que desear. Tuvo que practicar muchísimo. Le llevó cinco años hacer un primer cuadro del que estuviera moderadamente satisfecho.

--¿En qué momento se dijo usted: «¡Guau, soy un Van Gogh!»?

--Solía ir en vacaciones a casa de mi abuelo [Vincent Willem, hijo de Theo], propietario de unas 200 pinturas, muchas de ellas repartidas por el salón y las habitaciones. Recuerdo perfectamente el Almendro en flor (1890), dedicado al nacimiento del abuelo, que siempre estuvo sobre el cabecero de su cama.

--¿Ahí tuvo la epifanía?

--No. Fue cuando yo tenía 10 años. Fuimos por primera vez de vacaciones al Mediterráneo, concretamente al sur de Francia. Como teníamos que cubrir un trayecto de 800 kilómetros en coche, decidimos hacer noche en un hotel. A mí me tocó compartir habitación con mi hermana, cuatro años menor. Al entrar en la habitación, en un país en el que no entendía el idioma, vi una reproducción de Los girasoles. Me impactó mucho.

--¿Nadie le había dado nunca una charla sobre su antepasado?

--No. Y eso que ya era tremendamente famoso antes de la segunda guerra mundial, aunque sus cuadros no valían entonces millones de dólares.

--El año pasado, ‘Labrador en un campo’ se subastó en Christie’s por 83 millones. ¿Le tocó algo?

--Los Van Gogh no tenemos ni un pedazo de papel tocado por Vincent. Fue una buenísima decisión de mi abuelo. Pensó que si algunos cuadros quedaban en la familia, habría que vender varios para pagar el impuesto de sucesiones. Además, quería mantener la colección junta y compartirla con el mundo. En 1962, creó la fundación que hoy es la propietaria del patrimonio expuesto en el Museo Van Gogh de Ámsterdam.

--Su vida sería diferente si tuviera un par de óleos.

--Ya lo creo. Necesitaría protección para mi casa y para mis espaldas.

--¿No le pesa nada ser un Van Gogh?

--Yo estoy muy orgulloso de ser pariente de Vincent y de Theo.

--Según se ha hartado de repetir, Theo es el coprotagonista de la historia.

--Vincent no encontraba su sitio en el mundo. Trabajó en una librería, fue consejero social para mineros en Bélgica, estudió Teología y fue aprendiz de pastor de la iglesia. Pero Theo sabía que de niño le había entusiasmado dibujar y no solo lo animó, sino que lo sostuvo económicamente, aunque Vincent pasaba con un trozo de pan, un jarro de café y unas cuantas botellas de vino.

--No pudo controlar sus estados de ánimo.

--Lo intentó. Mucha gente dice que Arlés es la capital de Vincent, y sí, allí pintó el retrato del cartero Joseph Roulin, Los girasoles y La noche estrellada, tuvo la pelea con Gauguin, y aceptó recluirse en un psiquiátrico, pero fue Theo quien le mandó una carta diciéndole: «Me da la sensación de que no estás mejorando, ¿por qué no vuelves al norte? Conocemos al doctor Paul Gachet, que vive en Auvers-sur-Oise y es amigo de artistas». A París no solo fue para conocer a su cuñada Johanna [Bonger] y a su sobrino, Vincent Willem, mi abuelo, ni a ponerse en manos de Gachet. También contactó con la ebullescente vanguardia. Estaba mejor que Theo.

--Ninguno de los hermanos saboreó el éxito.

--Vincent solo vendió una pintura, El viñedo rojo (1888), que está en el Museo Pushkin de Moscú. Y eso que durante sus últimos 10 años de vida produjo alrededor de mil pinturas y centenares de dibujos, que solo realizó cuando se sintió bien.

--En ‘Van Gogh. La vida’, Steven Naifeh y Gregory White Smith sostienen que no se suicidó.

--Esa biografía es muy interesante, pero no hay que leer el apéndice, donde aparece esa tesis.

--La de que fue un disparo accidental cuando dos jóvenes jugaban con una pistola defectuosa y él quiso evitarles el reformatorio.

--Definitivamente, Vincent se suicidó. Lo intentó el 27 de julio de 1890, avisaron a Theo, que vivía en París, a unos 30 kilómetros. Theo le preguntó: «¿Qué ha pasado? ¿Has intentado suicidarte?». Y Vincent le respondió: «Sí». Es la respuesta que da a la persona más importante de su vida en los últimos minutos de su vida. ¿Por qué iba a mentir?

--¿Está clarísimo el diagnóstico de sus tormentos?

--Se montó un seminario con neurólogos, psiquiatras y psicólogos sobre el grado de sufrimiento de Vincent y llegaron a la conclusión de que padecía un trastorno bipolar, agravado por su afición al vino. Sin embargo, quedan muchas incógnitas sobre su muerte.

--Personalmente, ¿cuál le gustaría despejar?

--Las circunstancias. ¿Cómo logró la pistola? Y si se disparó detrás del murito en el campo de trigo, donde está enterrado con Theo, ¿cómo llegó a la habitación? ¿Sangrando? ¿A cuatro patas?

--¿No existe ningún documento?

--No que sepamos.

--Su bisabuelo murió seis meses después. ¿Sífilis o tristeza?

--De sífilis. Aunque sufrió, porque ambos se necesitaban mentalmente, algo de lo que no suele hablarse.

--¿A usted le importa hablar de su mala suerte en el amor?

--Vincent estuvo enamorado cuatro o cinco veces. El último affaire fue con Agostina Segatori, la dueña del Café Au Tambourin de París, que era de origen napolitano. La relación duró cinco meses.

--Muy poco.

--Me temo que era un tipo complicado. El poco dinero que tenía lo gastaba en telas y óleos. A Segatori, en vez de flores, le regaló varios bodegones de flores. Sin embargo, una mujer, su cuñada Johanna, implicada en el movimiento feminista de la época, fue quien creyó en su obra y, tras la muerte de Theo, se encargó de cuidar su legado.

--¿Existe algún otro falso mito sobre él?

--Un aspecto muy significativo para mí es que Vincent no llevaba una vida aislada. Tuvo hasta el fin de sus días muchos amigos. Entre los más íntimos, Émile Bernard y Paul Gauguin, con quien compartió durante dos meses la Casa Amarilla. La historia de Vincent es de lucha, inspiración, desesperación, pero también de amistad.

--¿Sobre la obra hay alguna novedad?

--La semana pasada hemos inaugurado una exposición dedicada a Los girasoles, que él creía que era su obra más importante, y una de las novedades es que hay cinco versiones. En uno de los lienzos, cómo no era suficientemente grande, le añadió una maderita para poder pintar la flor superior. Es un cuadro en dos materiales.

--¿Cómo explica el consenso universal que despierta?

--Diría que tiene que ver con su honestidad. Su arte habla de lo cotidiano. Quizá sea el primer artista de la historia que pintó su habitación, extremadamente sencilla. Eso es lo que interpela a todo el mundo. Pintar la vida.

--¿Aprobaría Vincent el ‘merchandising’ que genera?

--Si después de visitar el museo, te compras una taza con Los girasoles o el Almendro en flor y desayunas cada mañana con ella, de algún modo te conectas con su legado, ¿no?