Que nuestros padres, abuelos, o quizá bisabuelos, calificaran en primera instancia al rock and roll de música primitiva, antiestética, inmoral y un ejemplo de la regresión de la civilización occidental tiene bastante que ver con figuras como Little Richard, alto y salvaje exponente de la primera versión del género que cambió la cara del siglo XX. Su Tutti frutti, desatado al grito tribal de «A-wop-bop-a-loo-bop-a-wop-bam-boom», horrorizó a la generación cultivada con las bellas melodías de Tin Pan Alley y los clásicos crooners, y abrió a la juventud un mundo de emociones y rebeldías.

Little Richard falleció este sábado, a los 87 años, en su casa de Nashville de un cáncer de huesos, según reveló su hijo, Danny Penniman, después de haber superado en tiempos modernos operaciones de cadera, un ictus y un infarto.

Con él se va uno de los últimos grandes exponentes de la primera era del rock and roll, un creador de canciones rompedoras y un intérprete pirotécnico, capaz de crear su propio espectáculo sin apenas necesidad de apartar los dedos del piano.

VIVIENDO A LO LOCO / Frente a la compostura de un Bill Haley, la máquina de riffs de guitarra de Chuck Berry, el toque killer de Jerry Lee Lewis o la demoledora lectura con gancho sexual de Elvis Presley, Richard Wayne Penniman (su nombre real; nacido el 5 de diciembre de 1932 en Macon, Georgia) encarnó un rock and roll deslenguado y tarambana, asociado a la diversión y a la demolición de todo complejo. Negro y homosexual, con un aspecto físico poco homologable (una pierna más larga que la otra, peinado pompadour de ostentoso tupé) y crecido en un ambiente familiar muy ligado a la iglesia baptista (su padre, diácono eclesiástico, lo echó de casa a los 13 años por su vida loca), Little Richard se las apañó para brillar con casi todo en contra.

Tutti frutti, publicada en octubre de 1955 por el sello Specialty, llegó tras una docena de lanzamientos sin mayores consecuencias, primero en RCA (que asistió a su tránsito del rhythm and blues al vértigo rocanrolero) y luego en otra pequeña compañía, Peacock.

En esa canción, Little Richard aceleró el tempo, exageró su vocalización y el toque de gracia lo puso el mítico grito de guerra, onomatopéyico salvoconducto para la juerga.

Aullidos al servicio de una instrumentación trepidante, con los punzantes saxos de Lee Allen y Alvin Red Tyler, y de una letra con mensaje de promiscuidad sexual sin manías con el género, si bien la versión original, rebajada de tono para la grabación, era más explícita y aludía sin rodeos al sexo anal: «Si no encaja, no lo fuerces / Puede engrasarlo, hacerlo más fácil». En los retoques intervino una colaboradora de los estudios, Dorothy LaBostrie, que se ganó los créditos de coautoría.

Siguieron otras canciones desenfrenadas, como The girl can’t help it y Long tall Sally, ambas en 1956, y las lapidarias Lucille (1957) y Good Golly, Miss Molly (1958). Piezas convertidas con el tiempo en estándares del rock and roll con los que se ejercitarían, entre otros muchos, los juveniles Beatles. Su primer álbum, Here’s Little Richard (1957), y su relevo, Little Richard (1958), reúnen todos esos clásicos.

El éxito de estos temas le permitió dejar atrás ocupaciones como la de lavaplatos, aunque un episodio de epifanía le apartó bruscamente de los escenarios: fue a finales de 1957, cuando durante un vuelo en Australia advirtió cómo uno de los motores del avión se incendiaba. Viendo ahí una señal divina, suspendió su trayectoria musical y procedió a estudiar teología. Y, en adelante, su carrera tendió a la inestabilidad, con ocasionales regresos a los escenarios y álbumes de calado irregular: regresos al góspel que cantó de niño (con producción de Quincy Jones) y una destacable operación retorno con The rill thing (1970), con ardorosos mestizajes soul.

Aunque quedara relegado a la casilla del revival con carácter indefinido, Little Richard ejerció un fuerte influjo en artistas de diverso pelaje, desde Jimi Hendrix (que a mediados de los 60, antes de su estrellato, fue guitarrista de su banda) hasta, en otro orden, James Brown, Rolling Stones, David Bowie y Lou Reed, y de ahí a Prince y a Bruno Mars. A partir de los 80 prácticamente dejó de dar señal como artista discográfico, y su última obra fue la lejana Little Richard meets Masayoshi Takanaka, de 1992, cita con este guitarrista japonés, si bien se prestó ocasionalmente a dar giras, como la que, en el 2005, le trajo al Crossroad Festival, de Gijón.

EL CREPÚSCULO / La vocación religiosa, a través de la Iglesia del Séptimo Día, le acompañó en sus años de crepúsculo, mientras su estatus de leyenda le siguió suministrando toda clase de reconocimientos: el último, el pasado mes de octubre, concedido por las autoridades de Tennessee.

El rock primigenio pierde con él a otro de los grandes, como Chuck Berry o como Fats Domino, ambos fallecidos en el 2017; una familia de pioneros cuyo más alto exponente vivo es el octogenario Jerry Lee Lewis.