Roman Polanski lleva días erigido en el gran protagonista de esta edición de la Mostra de Venecia no tanto a causa de 'El oficial y el espía', la película que este viernes ha presentado a concurso en el certamen, sino por lo que su mera existencia representa en la era del MeToo. Y eso significa que también es el gran ausente, puesto que su aparición en Venecia podría provocar su detención y su posterior puesta a disposición de las autoridades estadounidenses, que emitieron una orden de busca y captura contra él hace cuatro décadas por la violación de una menor. Antes del inicio del festival se sugirió que el director quizá celebraría un encuentro con la prensa por videoconferencia, pero finalmente no lo ha hecho. Quizá el ruido mediático en el que se ha visto envuelto en las últimas jornadas lo ha disuadido de tener que dar explicaciones a los periodistas.

Eso no significa, ojo, que Polanski se sienta culpable. Es más bien todo lo contrario, y eso queda demostrado a través de 'El oficial y el espía' empezando por el material promocional del que el cineasta polaco ha decidido acompañar la película. En él se incluye una entrevista, como respuesta a una pregunta que incluye la expresión "macartismo neofeminista" en su enunciado, él contesta: "Hacer una película como esta ayuda mucho. En la historia, a veces encuentro momentos que he experimentado, puedo ver la misma determinación por negar los hechos y condenarme por cosas que no hice".

Lo que en su metraje se cuenta es la historia de Alfred Dreyfus, un capitán del ejército francés condenado injustamente por espionaje y alta traición en 1895 e inicialmente recluido de por vida en una prisión de la isla de Guyana. Mientras recrea las pesquisas que condujeron al teniente coronel Georges Picquart a descubrir que el recluso había sido un chivo expiatorio señalado por sus superiores a causa de su condición de judío, la película retrata una sociedad podrida de arriba abajo por el antisemitismo y la corrupción institucionales.

En el proceso, Polanski establece claros paralelismos entre Dreyfus y él mismo, que no se limitan al hecho de que el director fue superviviente del gueto judío de Cracovia durante el nazismo. Ambos fueron sometidos a procesos penales irregulares: si los jueces del francés decidieron ignorar pruebas que demostraban su inocencia, el polaco decidió huir de Estados Unidos al enterarse de que el juez de su caso planeaba romper el acuerdo de culpabilidad al que había llegado con él. Los dos, asimismo, fueron situados en el centro de juicios paralelos y linchamientos públicos, y vieron cómo sus respectivas carreras profesionales eran dañadas de por vida.

Todo lo dicho ayuda a contextualizar lo que 'El oficial y el espía' ofrece a lo largo de sus 126 minutos. Se trata de una recreación exhaustiva y minuciosa, que se expresa de forma similar a la de un forense. Polanski evita por completo recurrir al suspense y a los clímax dramáticos, y esa austeridad narrativa se ve equiparada en el ámbito formal a través de una ausencia general de florituras visuales. Da la sensación de que el director ha tratado de borrar cualquier rasgo estilístico de la película para demostrarnos que, en el caso Dreyfus -y, según su lógica, también en su caso-, las evidencias hablan por sí solas. Y precisamente en esa convicción está el problema.

'El oficial y el espía' es una buena película. No está a la altura de las obras maestras de su director -'La semilla del diablo' (1968), 'Chinatown' (1974), 'El pianista' (2002)- pero, valorada por sus méritos artísticos, es una obra irreprochable. Pero Polanski la ha hecho para compararse con Alfred Dreyfus. Y también con Émile Zola, que escribió el manifiesto 'Jaccuse' en defensa de Dreyfus y fue condenado por ello a un año de cárcel -el título original de la película es 'Jaccuse'-, y eso tiene tanto sentido como que el comisario Villarejo se compare con Nelson Mandela. Que Polanski sienta la necesidad de usar su cine para reflexionar sobre su caso, que es mucho más complejo de lo que tanto sus defensores como sus enemigos a menudo pretenden, es del todo lógico. Que quiera autoproclamarse una víctima es una desfachatez.