Si algo no está roto, ¿para qué arreglarlo? ¿O mejor dicho, extenderlo? Convertir una trilogía perfecta en tetralogía es una misión arriesgada, al menos a nivel artístico; quizá no tanto en el comercial, y de ahí que la cartelera sea básicamente un popurrí de secuelas, reboots y franquicias. Toy story 4 se suma desde hoy a la colección.

«Mi propia madre me lo dijo: ‘¿Por qué hacer una cuarta parte cuando la tercera era tan buena?’», reconocía esta semana su director, el debutante tras las cámaras Josh Cooley, en Barcelona, durante una rueda de prensa en la que estuvo acompañado por Tom Hanks (quien da voz en la saga a Woody, el vaquero en permanente crisis) y los productores Mark Nielsen y Jonas Rivera. El mismo Hanks recordó haber preguntado a los chicos de Pixar, división de Disney desde el 2006: «¿Cuarta parte? ¿Estáis seguros?»

DAR MUCHAS VUELTAS / «Pero ellos dan muchas vueltas a cada cosa», continuó Hanks. «Ninguno de nosotros quiere hacer una película de Toy story que esté bien, a secas. Una de la que la gente salga diciendo: ‘Ha sido mona, ¿no?’ Siempre buscamos superarnos». Es decir, el famoso «al infinito y más allá» de Buzz Lightyear, relegado a secundario en esta secuela con nuevos personajes robaplanos, como Forky, el juguete-Frankenstein construido por la niña Bonnie; Ducky y Bunny, tronchantes premios de feria, o Duke Caboom, un motociclista de acrobacias a imagen y semejanza del mítico Evel Knievel.

Cuando le preguntan a Hanks si le gustaría hacer la voz de algún otro personaje de Toy story o algún otro título de Pixar, imita de forma hilarante el tono grave que aporta Keanu Reeves a Caboom. La sala entera se parte de risa, pero él considera poco efectivo este intento de salir de su zona de confort. «No, no puedo hacer otra cosa. Mi voz es naturalmente aguda y estridente. No tengo un gran repertorio de voces». Por ese mismo motivo asegura con rotundidad que nunca podría estar en una película de Marvel, a no ser que hiciera de «ese poli que va corriendo hacia el Capitán América para avisarle de que hay 76 personas encerradas en un ascensor».

En el 2019, Pixar ya no es ese último bastión de originalidad en un mundo de secuelitis. Ya hace tres años nos quejábamos desde estas páginas sobre la deriva de la compañía hacia la (sobre)explotación de personajes ya conocidos, en algún caso motivada menos por necesidades creativas que por las ventas de ciertos objetos de merchandising, como los coches de juguete de Cars, trilogía algo injustificada.

Siete de las últimas 11 películas de Pixar han sido secuelas. No es lo que se esperaba de una compañía que a principios de siglo arriesgaba y acertaba sin cesar. El productor Jonas Rivera habló de la «mucha gente joven» que ha entrado en su sala de guionistas; ojalá estos nuevos creadores consigan rescatar la marca del eterno retorno a los mismos universos.

PELÍCULA BRILLANTE / Toy story 4 es una película brillante, cómo no, sobre todo a nivel técnico. ¿Puede esperarse alguna otra cosa de Pixar? Sí, claro: la novedad conceptual o, como mínimo, cierta osadía argumental. Aquí el viaje resulta muy familiar, casi demasiado. El nuevo cambio en la vida de Woody da para cierta emoción, pero era más resonante la angustia existencial de la segunda parte (casi una nueva Blade runner) o la catarsis del coming-of-age de la tercera. De esta cuarta entrega se recordarán, sobre todo, algunos grandes golpes de humor físico.

Cuando le preguntan si hacer Toy story fue una oportunidad de reconectar con sus orígenes en la comedia, Tom Hanks recuerda sin ningún tipo de rubor su background teatral, que no es poco. Con veintipocos, fue becario del Great Lakes Theater de Cleveland, Ohio, donde actuó en toda clase de obras: «Comedias, dramas, tragedias, farsas… Y no había diferencia entre ellas. El nivel de compromiso del público era el mismo. Tenías que ser fiel a la naturaleza humana».

Hacer humor es serio, y difícil, y tortuoso. Hanks asumió haber hecho comedias malísimas en los 80, pero incluso en las peores, aseguró, nadie se tomaba su trabajo a chiste.