En su nueva película, Liberté, el de Banyoles explora el deseo sexual a partir del retrato de un grupo de libertinos huidos del gobierno de Luis XVI que se entregan a una noche de frenético cruising -sexo en lugares públicos- en un bosque. Inspirada en una obra de teatro que él mismo dirigió en el 2018 -y que también dio lugar a una instalación en el Reina Sofía-, la película se ha presentado en el Festival de Sevilla tras haber sido premiada en el de Cannes. El viernes llega a la cartelera.

--Está usted mucho más delgado que de costumbre. ¿Tiene que ver con el cliché del artista consumido por su obra?

--Esa es una idea muy romántica, pero mi caso tiene una explicación más prosaica. Las prisas por acabar la película a tiempo para participar en el Festival de Cannes me mantuvieron tan ocupado que prácticamente ni comía. Y, desde entonces, trato de mantenerme en forma. He dejado los azúcares. Que dure.

--¿Es el título de la película irónico? Después de todo, uno de sus asuntos es la dependencia que genera el deseo, en parte por la represión social que lo rodea.

--El título es una pequeña provocación, sí. Recuerdo que no hace mucho, durante un coloquio, una señora del público intervino muy enfadada para decirme que, para ella, era inconcebible que lo que muestra la película se pudiera identificar con libertad; supongo que esa es precisamente la reacción que buscaba generar. En cualquier caso, yo soy de los que piensan que, para ser verdadera, la libertad no debe predicarse sino ejercerse, sin nombrarla demasiado.

--Y, de hecho, la libertad siempre ha sido un componente esencial de su forma de hacer cine.

--Así es. Curiosamente, la libertad que me impongo para hacer películas, y sin la cual no sería capaz de hacerlas, es consecuencia de un sistema muy pautado a la hora de rodar: tres cámaras, planos muy largos, incomunicación con los actores… Todo ello me permite crear una atmósfera propicia para que pasen cosas delante de la cámara. En ese sentido, no tengo ninguna idea preconcebida; dependo de la inspiración de los actores. Por eso reniego tanto de los actores profesionales, que echan mano de métodos y técnicas interpretativos que matan la inspiración.

--Hablando de su trabajo con los actores, ¿hasta qué punto se vio condicionado por el alto contenido sexual de la película?

--Para los actores, desnudarse frente a la cámara resulta increíblemente difícil, y por eso la mayoría de los intérpretes profesionales se niegan a hacerlo. Lo que pasa es que, como digo, a mí siempre me ha gustado apretar las tuercas de mis actores. El objetivo era lograr que las escenas no fueran mero exhibicionismo pornográfico y banal pero que tampoco resultaran demasiado falsas y mecánicas, porque entonces se perdería toda la tensión. Y Liberté es una película que genera mucha desazón en el espectador y le interpela muy directamente. Le absorbe, le vacía.

--En todo caso, usted siempre ha dicho que su relación con el público se basa en la indiferencia.

--Sí, me importan muy poco las reacciones que mi cine cause. Habrá quien se ofenda con Liberté, y me parece bien. Hay gente que se merece que la ofendan. No hago películas para gustar a los espectadores, y de hecho no me gusta gustarles. Un director que busca la aprobación del público es un director incapaz de rodar algo interesante.

--¿Está de acuerdo en que la corrección política es uno de los grandes enemigos del arte?

--Obviamente. Y es un enemigo feroz. En la actualidad, por primera vez en la historia, la censura es de izquierdas. Y eso es terrible. La ficción se inventó para romper tabús y para poner sobre el tapete lo peor del ser humano como modo de catarsis. Así nació la tragedia griega, y toda la ficción posterior viene de ella. Pero hoy a los artistas se nos exige que nos autocensuremos para no decir nada que sea demasiado oscuro, o demasiado ambiguo, o demasiado ofensivo para algún colectivo. De hecho, el exceso de reglas lo destruye todo.

--También el sexo.

--Ahora, por culpa de las redes sociales y las nuevas tecnologías, el sexo y la atracción física ya no están sometidos al misterio y el abandono consustanciales al cruising. Antes de tener una relación íntima con otra persona ya lo sabemos absolutamente todo de ella, ya hemos evaluado, calculado, comparado. Liberté sostiene que, para que exista verdadera comunión entre cuerpos, uno debe abandonarse para ser utilizado, despojarse de la conciencia de su propia individualidad y sus propios deseos. No se trata de recibir gratificación sino de facilitarla; y, evidentemente, deja de importar si la otra persona es alta o baja, delgada o gruesa, joven o vieja y hermosa o fea.

--No es la primera de sus películas que se sitúa en una Europa posrenacentista y prerrevolucionaria. Al verla resulta inevitable pensar en la Europa actual, que también está al borde del colapso.

--El proyecto europeo actual está condenado al fracaso porque se ha fundamentado en lo económico, y se ha excluido el componente cultural. No hay valores compartidos ni se tiene en cuenta el pasado común. Y en cuanto la brecha económica entre países ricos y países pobres llegue a ser lo suficientemente amplia, en cuanto se den cuenta de que los países pobres somos una carga, esta Europa está acabada.

--¿Y qué hay de la brecha entre Cataluña y el resto de España?

--Si no hay diálogo es porque ninguna de las partes lo quiere. Dan la sensación de ser incapaces de solucionar el conflicto, pero yo soy optimista. El imperio del capitalismo conlleva mucho pragmatismo. El terrorista Ilich Ramírez, más conocido como Carlos, tiene una autobiografía interesante; en ella dice que, en la geopolítica igual que en la economía, «no hay verdaderos amigos ni verdaderos enemigos, solo intereses comunes». Estoy de acuerdo.