Nunca en la historia de los Oscar, desde que en 1956 se creó la categoría de película de habla no inglesa, ahora rebautizada como película internacional, un mismo filme había hecho el doblete. Parecía improbable que Parásitos -o cualquier otra producción no estadounidense- lograra el Oscar a la mejor película además de llevarse el que se otorga a la producción foránea. El año pasado, por ejemplo, lo intentó Roma de Alfonso Cuarón, pero logró el triunfo solo en la categoría que los organizadores dedican al cine de fuera, y que habían conseguido previamente cineastas del prestigio de Ingmar Bergman, Federico Fellini, Jacques Tati, Luis Buñuel, François Truffaut, Akira Kurosawa o Pedro Almodóvar. Este último sabía, daba por hecho, que Parásitos iba a vencer a su Dolor y gloria como ya lo hizo en Cannes y en los Globos de Oro.

Bong Joon-ho no solo ha hecho el doblete, también ha sido reconocido su trabajo de dirección y de guion. Un verdadero póquer bastante inimaginable unas horas antes de la gala, no por la calidad de Parásitos, que es muchísima -la mejor película del año pasado para quien esto firma, junto a Retrato de una mujer en llamas y Érase una vez en… Hollywood-, sino porque Hollywood nunca ha sido amante de ningún tipo de revolución:su filosofía es por regla general conformista. Premiar Parásitos puede ser el inicio de un cambio de estrategias y paradigmas en el ecosistema cinematográfico mundial.

Porque además ha ganado el año en el que competían El irlandés, Joker, el citado filme de Quentin Tarantino, 1917 e Historia de un matrimonio. A nadie habría sorprendido que cualquiera de estas películas, de no coincidir en el tiempo con la de Joon-ho, hubiera ganado el Oscar más importante. Parásitos se los ha llevado todos en el año en el que más talento se amontaba entre las obras finalistas. Eso tiene aún más mérito.

Pero no todo es cambio, y las estatuillas de interpretación no han causado sorpresa alguna. ¿Justas? Lo es en el caso de Joaquin Phoenix, ya que media película sobre el Joker le pertenece a él. Más dudosa me parece en la demasiado afectada composición que Renée Zellweger hace de Judy Garland, pero ya sabemos que las interpretaciones en biopics son siempre laureadas. También modélicas en el caso de los secundarios Brad Pitt y Laura Dern, aunque muchos nos preguntamos qué decisiones se toman para considerar que, en determinadas películas, un actor es secundario o principal: las escenas más potentes de Érase una vez en… Hollywood (por ejemplo la desarrollada en el rancho del clan Manson, la reparación de la antena o la pelea con Bruce Lee) tienen a Pitt como protagonista, así que considerarlo a él secundario y a Leo extraño, Pero en el fondo, mejor para Pitt: nominado en la otra categoría, habría sucumbido a la carcajada perversa de Phoenix.