Hace dos años, Luisa Matienzo productora, Iñaki y yo vagamos durante días en rigurosa fila india por el acantilado de Bandiagara. Amon nos guiaba e Iñaki iba grabando. Cuando Amon señalaba algún paisaje, la cámara, en vez de girar, seguía centrada en su rostro. Y enseguida se fue creando una complicidad extraña entre ellos dos a través del objetivo. Durante nuestros paseos casi no se hablaban: Iñaki grababa su escorzo, sin mirar al vacío que se tendía bajo sus pies, olvidando el vértigo que siente cuando va sin cámara. Temí que Amon se desesperara y nos abandonara a nuestra suerte. Sin embargo, cada día estaban más unidos, y durante las cenas parecían amigos que se han contado muchas cosas y no necesitan decirse nada más.

Me explicó que tenía cuatro hijas pero ansiaba un niño. Hablaba sin mirar a cámara, sabiendo que yo estaba fuera de cuadro y él dentro. Y se movía hacia la luz correcta: aceptaba y disfrutaba convertirse en personaje. Ese día Iñaki le vaticinó que pronto tendría un varón. Evidentemente, no le hicimos el menor caso a ese presagio.

Meses después, Amon gritó en medio del desierto y el coche dio un frenazo: un camaleón acababa de cruzar la pista. Había que capturarlo, era la señal de que el bebé acababa de nacer. Lo cazó Luis Bértolo tras algunos mordiscos y, al llegar al pueblo, supimos que Amon acababa de tener un hijo. El niño se llama Isaki Dolo, el primer Isaki auténtico que existe. Sigo pensando que debería llamarse Luis, pero Amon sabrá lo que se hace.

Por Isa Campo, su pareja y guionista.