Que una primera novela de 665 páginas tenga al menos una frase brillante y subrayable en cada una de ellas no es habitual. Tampoco que la exhibición de ingenio nihilista a veces desborde pero nunca llegue a aburrir, propulsada por una historia con sorpresas, giros argumentales cuando la atención decae, humor y tragedias psiquiátricas, traumas familiares y tramas criminales, odios e idilios en la Australia rural, los muelles del Sena y los tugurios de Bangkok. Una parte del todo (editada hace seis meses por Ediciones B en traducción de Magdalena Palmer) una de las cinco mejores novelas en inglés del 2008 según el jurado del Booker Prize, fue el ruidoso debut de Steve Toltz (Sídney, 1972). El australiano ha regresado a Barcelona, uno de los lugares donde escribió su libro.

Todo empezó con dos historias cortas y con los dos fenómenos que apasionan a los australianos, los criminales y el deporte: "Un día las junte, y tenía que llenar lo que quedaba en medio. Y ese enmedio creció y creció durante cinco años. La primera de esas historias era la de un fugitivo que intenta regresar en un barco de inmigrantes ilegales. La otra era sobre un padre y un hijo".

Y sí, la historia creció y creció hasta convertirse en la épica historia familiar del idolatrado Terry Dean, asesino de deportistas que apañan partidos, de su hemano Martin Dean, un demente filósofo que pasó la infancia en coma, el confundido hijo de este, Jasper, un misterioso tailandés, un veterano delincuente que escribe un manual para hampones y proyecta una ideal Cooperativa Democrática del Crimen...

"Sabes, en Australia tenemos dos tipos de criminales, los criminales a los que amamos y los criminales a los que odiamos. Amamos a los bandidos como Ned Kelly y odiamos a los delincuentes de cuello blanco que dejan sin su dinero a la gente. Creé a un criminal de cada tipo, para explicar dos arquetipos muy australianos, y los hice hermanos". Toltz, eso sí, igual que ha vivido en Barcelona, París, Nueva York, Vancouver y Montreal también se desmarca de esa unanimidad reivindicando al criminal que sus compatriotas odiarían (tampoco le apasiona el fútbol australiano, ni se parece al difunto cazador de cocodrilos). "Australia nació como una prisión, nuestros ancestros fueron convictos. Si investigas puedes descubrir que desciendes de un ladrón de pan de Londres. Esta --bromea-- es la realeza en Australia". Martin Dean proclama (se pasa el libro proclamando algo) que no se debe ninguna lealtad a la patria, pero quiere acabar muriendo en Australia. También Toltz es un australiano ambivalente: "Cuando yo era más joven, nos sentíamos mucho más lejos de todo. Es muy fácil, cuando estás allí, tener una actitud insular ante el resto del mundo. Pero es un lugar maravilloso y con un nivel de vida extraordinario, así que vivo fuera pero siempre vuelvo".

Los personajes de Una parte del todo odian, mucho, a los periodistas. El narrador parece que los desprecia. Pero Toltz parece muy amable. Hasta se ofrece a repetir la entrevista porque acaba de bajar del avión y ha estado un pelín espeso. "Sería muy distinto escribir una novela sobre un tiburón desde el punto de vista de un biólogo marino o desde el punto de vista de un pescador a quien le han arrancado la pierna de un mordisco. Y escribo la novela desde la perspectiva de personajes a los que la prensa les ha arruinado la vida, a quienes todo el mundo odia y que han sido machacados en las portadas de los tabloides. Este fue uno de los impulsos iniciales del libro". Aclarado. A ver: criminales, deporte, Australia, periodistas... También la relación entre un padre y un hijo. "De hecho trato de la relación entre mentor y pupilo. En la ficción el aprendizaje siempre surge como una epifanía, y en la vida real no es así. Cuando aprendes eres como un crío al que arrastran de la oreja y que y lloras, y cometes errores, y los vuelves a cometer...". ¿Algo más? "Bueno, de hecho tuve 20 o 30 ideas y no me podía quedar solo con una", explica.

A Toltz la crítica lo ha comparado con John Irving y John Kennedy Toole. Buen comienzo. Pero ninguno de ellos figura en la pila de libros que, como un manifiesto, llenan la página principal de su web. Sí están Nietzsche, William Carlos Williams, Knut Hansum, Fante, Borges, Cioran, Céline, Dostoievsky, Henry Miller...

"Sí, es divertido porque los críticos siempre parece que son expertos en qué has leído y quién te ha influenciado, y a veces se equivocan completamente. También dicen que obviamente he leído a Mark Twain, pero resulta que no lo he hecho. De hecho, el tipo de libros que me gustan son de personajes, más que de historia, que deambulan reflejando sus pensamientos y relacionándose con su entorno. Pero también entra en juego mi instinto como autor por explicar historias".

"Me halaga que un lector me diga que lee mi libro en el baño y se ríe", añade. Lograr que además no sonar pedante, el libro sea calificado como humorístico ya es de nota.