Aestas alturas de vida, ya deberíamos saber que los propósitos de año nuevo no se cumplen nunca y que hacer una lista que vamos a abandonar el día 8 puede ser divertido, pero poco práctico. Por esta razón, yo dejé de fumar antes de Navidad, porque soy única eligiendo fechas y porque, total, ya sabía que me lo iba a comer todo, así que me he encontrado con un grandísimo michelín que antes no estaba ahí, con un síndrome de abstinencia tamaño catedral, con la boca pastosa durante días, con más mocos de los que pensé acumular jamás y con la sensación del deber cumplido. Después del 1 de enero no duras ni dos asaltos: esto es como ponerse a dieta. Nunca un lunes.

No voy a dar consejos para dejar de fumar porque yo lo he hecho a pelo. Sin pastillas. Con patatas fritas, turrón de almendra (del duro y del blando y de Castuera, porque la patria se hace también comprando), donuts, más patatas fritas, polvorones, hummus, patés de anacardos con zanahorias y miso, fideos tres delicias, nueces caramelizadas, galletas, natillas, tarta de chocolate y flan.

Estos días hemos conmemorado el nacimiento de un crío que no fue nada condescendiente con los ricos, que vino al mundo en la periferia de la periferia (¿algo bueno podía venir de Nazaret?) y que tuvo como mejor amiga (al menos como mejor amiga: otras interpretaciones históricas dicen que Magdalena fue su mujer) a una prostituta. Estos días, las administraciones (la Junta entre ellos) han reconocido que la burocracia impide a muchos menores migrantes quedarse en la región. Burocracias ágiles: eso queremos para año nuevo.

Hay quien conmemora el solsticio de invierno porque no cree en Dios alguno, pero eso no impide que estas sean las fiestas más marcadas socialmente de todas cuantas existen: te dicen cómo las tienes que vivir (el 24 en familia; el 31 con los amigos), qué tienes que sentir (alegría: también se admite, pero no demasiado, algo de duelo por los que ya no están y faltan en la mesa), lo que has de comer (que nos lo digan a quienes elegimos tener unas Navidades sin crueldad alguna y no comemos animales), cómo has de comer el resto de los días y qué has de escuchar (villancicos y el concierto de Año Nuevo de Viena y el discurso del rey).

Lo que se salga de ahí supone conflicto.

A este estrés, añadamos el balance de final de año. Se nos fue Julián Rodríguez. ‘Buñuel en el laberinto de las tortugas’ no ha parado de cosechar premios. Unos buenos pellizcos de la lotería de Navidad tocaron en Extremadura. Seguimos sin transportes públicos dignos. Hubo elecciones generales. Volvió a haber elecciones generales y ocurrió lo que todos previmos: que ya somos europeos y que también tenemos a nuestra ultraderecha haciéndose fuerte. Todavía no tenemos presidente, por cierto, ni lo tendemos, previsiblemente, antes del año que viene.

Nuestros partidos políticos no nos decepcionaron: ninguno habló de cultura y, cuando asumieron competencias de gobierno (y cuando las asuman en un futuro, que esto lo vemos venir) la metieron con los deportes, porque, como todo el mundo sabe, son las áreas que más relación tienen y no estamos creando un cajón de sastre con competencias que, en realidad, no nos importan nada.

Qué podríamos pedir para año nuevo con estos mimbres.

El espíritu de la Navidad podría adueñarse de mí y escribir que deseo cohesión y encuentros, pero una es muy mayor y sabe que hay gente con la que no va a encontrarse en la vida, más que nada porque quiere acabar con los derechos de otra gente. Casi podríamos pedir saber en qué trinchera está cada uno al primer vistazo, que luego rascas un poco y te das cuenta de que ese niño tan mono es un machista, que la otra es tránsfoba, el de más allá dice que primero los españoles y el otro que por qué lo llaman matrimonio, por no hablar de los terraplanistas y antivacunas que creen que el mercado se regula solito y que, si te esfuerzas mucho, puedes conseguir lo que te propongas.

Mientras escribía, con el ordenador encendido y conexión a internet, que es como dice Zadie Smith que nunca hay que comenzar una novela, le pregunté a Pablo Cantero (director del FanCineGay y, sobre todo, amigo, qué esperaba del 2020 en materia cultural. Se lo pregunté no porque quisiera hacer una encuesta o un artículo con varios testimonios, que hubiera estado bien si yo no anduviera de vacaciones: lo hice porque es amigo, porque hablamos todos los días y fiestas de guardar, porque estaba chateando con él en esos precisos momentos y, también y sobre todo, porque Pablo tiene una visión global de las cosas y es de las personas más transformadoras que he conocido en mi vida.

«Vivimos tiempos confusos en los que necesitamos —me respondió— que la cultura se convierta en asideros de resistencia y de sostén. El cine, los libros, el teatro… nos tienen que servir para buscar la cohesión social más que el enfrentamiento. Ojalá seamos capaces de huir de dogmatismos, de enfrentamientos banales, de luchas culturales que sólo nos conducen a desligarnos en lugar de a construir espacios de resistencia y convivencia».

Así sea.