El cineasta francés Xavier Legrand ha estrenado su primer largometraje, Custodia compartida, una impactante mirada a la lacra de la violencia de género. En el filme toma la controvertida decisión de una jueza de familia como punto de partida para describir el horror que un hombre incapaz de reprimir sus instintos más brutales causa sobre su exmujer y su hijo.

-Sobre la violencia doméstica ya dirigió el corto ‘Antes de perderlo todo’ (2013). ¿De dónde viene su interés en explorar el asunto?

-Siempre me han apasionado las tragedias griegas. Y siento que los casos de maltrato familiar son el equivalente actual de esas historias, porque también hablan de lazos sanguíneos, de poder y de venganza. Y, sobre todo, porque cada vez que sale a la luz un nuevo maltrato me hierve la sangre. Y es hora de que los hombres nos pronunciemos sobre ello.

-¿Le planteó algún dilema ético convertir un tema socialmente tan traumático en una obra de entretenimiento?

-Me esforcé en hacer las cosas bien. Pasé años documentándome, conociendo a víctimas de abusos y visitando grupos de terapia para hombres violentos; pasé noches acompañando a grupos policiales y estudié el trabajo de un juez de familia para entender cómo funcionan las vistas orales en las que se dirime la custodia de los hijos. Entrevisté a psicólogos, a trabajadores sociales y a presidentas de asociaciones de mujeres maltratadas. Y no hablé con hijos de abusadores porque pensé que habría sido duro para ellos. No me tomé el asunto a la ligera.

-¿En algún momento se planteó hablar de ello a través de un documental en lugar de hacerlo con una cinta de ficción?

-La violencia doméstica sigue siendo un tabú. Las víctimas no denuncian, y los familiares y vecinos no quieren interferir en los asuntos de la pareja. Es un problema silenciado, a pesar de que los noticiarios hablan cada vez más de él. Por eso no quise adoptar un enfoque periodístico. Preferí utilizar los métodos para generar tensión que aprendí viendo las películas de Hitchcock, y Chabrol, y Haneke, y de esta manera tratar de implicar emocionalmente al espectador.

-A medida que avanza ‘Custodia compartida’ va convirtiéndose en una película de terror.

-En efecto, quise que empezara pareciéndose a Kramer contra Kramer (1979) y que acabara recordando a El resplandor (1980). Y esa evolución tiene sentido, porque un elemento esencial de la violencia doméstica es el miedo: las víctimas no se atreven a enfrentarse a sus cónyuges ni a huir, por eso aguantan situaciones terribles. Por otra parte, evité usar los trucos del género. No quise acabar la película con un baño de sangre, a pesar de que quizá habría sido lo más apropiado. Al fin y al cabo, en Francia una mujer muere cada dos días y medio a manos de su pareja o su expareja.

-De qué manera espera que la cinta contribuya al debate sobre la violencia contra las mujeres?

-Cuando se habla de este tema hay una pregunta que casi nadie se hace pero que yo considero que es extremadamente relevante: ¿Puede un marido violento ser un buen padre? Claro que no. No sé qué sucede en España, pero en Francia se da por hecho que las víctimas de la violencia de género son solo las esposas o compañeras sentimentales; los jueces suelen considerar que, si un hombre maltrata exclusivamente a su pareja, no hay motivo para negarle la posibilidad de ver a su hijo. Personalmente, yo creo que es un razonamiento terrible. De todos modos, no debe de ser fácil arbitrar esos casos, en parte porque los juzgados de familia están desbordados y no tienen medios. Y, además, no tiene sentido señalar culpables. Todos somos culpables.

-¿En qué sentido?

-Seguimos siendo parte de una sociedad patriarcal que hace creer a los hombres que las mujeres les pertenecen, y por eso ellos creen que tienen derecho a ejercer control y violencia sobre ellas. El protagonista de mi película es un hombre infeliz e incapaz de amar que se siente rechazado por todo el mundo y que en realidad se considera una víctima. Y ese es uno de los problemas que perpetúan el maltrato: los que lo ejercen se consideran víctimas, y las que lo sufren se sienten culpables. Si queremos progresar como sociedad debemos echar por tierra esos prejuicios urgentemente.