Cuando las mujeres dan un concierto profesional de rock duro sin caer en estereotipos femeninos son automáticamente una amenaza». Esta frase, firmada en diciembre de 1976 por la periodista de la revista Sounds Vivien Goldman, anunció el desembarco de las mujeres en el punk. Diez días antes los Sex Pistols habían protagonizado su controvertida aparición televisiva, de modo que el término punk aún no era de uso común; de ahí que usase rock duro. Pero Goldman ya intuía un cuestionamiento a «la supremacía masculina» y una invitación a todas las mujeres que «nunca se atrevieron a admitir que querían estar sobre el escenario dándolo todo en vez de mirar con admiración pasiva».

El punk marcó un punto de inflexión en cuanto a la presencia de mujeres en la música. No es que antes no existieran, pero en la mayoría de casos estaban sometidas a los dictados de una industria musical dominada por hombres, y cuando se mostraban rebeldes o dominantes, a menudo calcaban roles masculinos. A partir del 77 ya no se trataba de obedecer las órdenes del patrón ni de ajustarse a su mirada y deseos. «La consigna punk del hazlo tú misma era justo lo que necesitaban las mujeres», sintetiza Goldman. La pregunta que se harían ahora las cantantes e instrumentistas al subir a escena ya no sería: ¿qué debo hacer? o ¿lo he hecho bien?, sino ¿quién soy yo? o ¿qué necesito expresar?

UN CONTEXTO FAVORABLE / «Gracias al refugio inclusivo del punk, todo tipo de bichos raros pasaron por delante de las narices de los guardianes del campo de nabos del rock. ¡Incluso las mujeres!», exclama Goldman en La venganza de las punks, un ensayo traducido por la editorial Contra donde la periodista inglesa analiza la importancia del punk para las luchas feministas. Analizarla significa también contextualizarla. El punk resultó providencial, pero nació en un contexto social favorable. En 1977, el Movimiento Nacional de Liberación de las Mujeres llevaba años batallando. En 1976 entró en vigor la ley que permitía a las mujeres denunciar a sus maridos por violencia machista. En 1975, las mujeres conquistaron el derecho a firmar préstamos bancarios sin el permiso de sus maridos o padres.

«Aunque los punks odiaban superficialmente a los hippies, eran el reverso de los mismos ideales. Eran el otro lado de la moneda, pero seguía siendo la misma moneda», puntualiza Goldman con perspectiva. El problema es que las mujeres del punk apenas tenían referentes femeninos «con libertad autoconcedida más allá de alguna pionera del blues y el jazz». La chicana Alice Bag vio la luz en un concierto de Patti Smith: «Hasta entonces, las mujeres que había visto sobre el escenario tenían la manicura perfecta», recuerda. «Las mujeres del punk no buscaban que se las valorase solo por su sexualidad, no estaban relegadas al rol de musa o groupie y eso era un cambio revolucionario», añade.

Por esa grieta abierta en una industria profundamente patriarcal se colaron The Slits, The Raincoats, Au Pairs, Bush Tetras, X-Ray Spex, ESG, Delta 5, Mo-Dettes y tantas otras que rescata el libro de Goldman. «En la revista Sounds solo escribíamos dos mujeres. Los chicos eran muy hostiles a la idea de que las mujeres hiciesen música», señala para justificar que muchas apenas sean conocidas. Apunta Goldman que el punk fue una venganza: «la venganza de tener las mismas oportunidades y sonar como quisieras». El tiempo demostró que eso de «las mismas oportunidades» no fue del todo real, pero Kate Korris, guitarrista de Slits y Mo-Dettes, coincide en que hacer música fue un modo de demostrar que «ser mujer no era algo de lo que disculparse o que ocultar».

VICTORIA O ESPEJISMO / La de los 80 sería una década de retrocesos en las conquistas de las mujeres; en la música y más allá. «Es la década del mit-erialismo», acuña Goldman, conjugando el individualismo y el materialismo que barrerán muchas luchas colectivas e igualitaristas. Cuando en 2016 llegó el momento de museificar el punk, la guitarrista de The Slits Viv Albertine denunció la escasa presencia de mujeres en la exposición retrospectiva que albergó la British Library. Según Goldman, la creciente presencia de mujeres en los escenarios y en las listas de éxitos a menudo es solo el espejismo de una victoria. Para reforzar su tesis echa mano del estudio de una universidad californiana que señalaba que de las 600 canciones más populares de 2012 tan solo un 12,3% habían sido compuestas por ellas.

El asalto de las mujeres a los escenarios que propició el punk sería un primer paso, pero quedaba mucho por hacer. No ya en la sociedad, sino en la propia industria musical. Kate Korris lo descubrió al repasar el contrato discográfico que iba a firmar con las Mo-Dettes: «Habían intentado colarnos una multa en caso de embarazo», explica en La venganza de las punks. «Incluso en la industria independiente, que era más abierta, los directores de las discográficas eran siempre hombres», recuerda la portuguesa Ana da Silva, miembro de The Raincoats, en el libro God save the queens publicado por la editorial 66 rpm y que recoge entrevistas a pioneras del punk europeo y estadounidense.

Preguntarse por el efecto de estas desigualdades implica preguntarse por qué los escasos grupos punks de mujeres que conocemos tuvieron carreras efímeras y, en cambio, grupos punks masculinos de esa hornada siguieron en activo durante décadas. ¿Tenían más voluntad o tuvieron menos trabas? Goldman es extremadamente clara en este sentido: «Para algunos hombres, no todos, la música es su imperio y les irritan las mujeres librepensadoras que se comportan como si no formasen parte de su harén». «Pensaba que en el futuro habría más igualdad en el mundo de la música, pe ro aún no sucede», lamenta Da Silva. Tal vez por ello, a sus 71 años, su actitud no es victoriosa sino aún más exigente: «Nuestra misión ahora no es solo hacer música y reivindicar el hecho de ser mujeres; es también ser más viejas y seguir haciendo música».