Cuando al británico Simon Sebag Montefiore, un superventas de la divulgación histórica, se le comenta que subtitular la antología Escrito en la historia (Crítica) como Cartas que cambiaron el mundo es un tanto exagerado, acepta que, "of course", su selección de misivas quizá solo fuera crucial en algún caso puntual, pero le gusta la idea de que los corresponsales no solo sean importantes políticos, sino también artistas como Miguel Angel contando en verso sus penurias en los trabajos de la Capilla Sixtina o mujeres revelando una conciencia de género que solo cristalizará algunos años después. Y ahí está la carta de Frida Kahlo a Diego Rivera: "El hueco de tu axila es mi refugio. Mis yemas tocan tu sangre". O la de Catalina la Grande a su amante el príncipe Potemkin, "la más romántica que se ha escrito jamás", asegura Sebag Montefiore.

El trabajo es serio, por supuesto, pero el historiador, descendiente de una rancia familia de banqueros judíos, lo percibe más bien como un divertimento, una pausa entre sus grandes trabajos del pasado como Llamadme Stalin, Jerusalén o Los Romanov, verdaderos monumentos históricos (aunque se lean como fascinantes novelas) que en un futuro próximo se convertirán en series de televisión o en películas. Un descanso frente al "irracional y loco" proyecto de abordar una historia de la humanidad, su próximo trabajo. 'Escrito en la historia' es algo más íntimo: "Uno de los objetivos de este libro es que pueda leerse como un entretenimiento, sin necesidad de que el lector tenga una cultura histórica muy amplia". También supone un homenaje a una actividad prácticamente en desuso (échale la culpa a internet) a la que en el pasado la ciudadanía dedicaba tiempo y espacio tanto para la reflexión personal como para pasar el rato.

Sebag Montefiore coloca el kilómetro cero de su recorrido histórico en el año 1370 a. C. cuando el rey babilonio Kadashaman-Enlil envía una carta al faraón Amenofis III, una tablilla con escritura cuneiforme, intentando casar a su hija a cambio de mucho oro y se acaba con otra bravata masculina: la carta que Donald Trump envió el 24 de mayo del año pasado al líder norcoreano Kim Jong-un. "Usted habla de su capacidad nuclear; pero la nuestra es tan colosal que ruego a Dios que no se tenga que usar nunca".

MISIVAS SECRETAS

Lo que queda entre las dos fechas no ha sido organizado cronológicamente sino a través de diversos temas, como el amor, el poder, la guerra, la locura y las despedidas (ahí está la famosa carta de Leonard Cohen a su querida Marianne Ihlen). "Aquí hay muchas cartas dirigidas a un ámbito público. Algunas elaboradas con una gran voluntad literaria. Otras se escribieron con conciencia de que iban a ser publicadas. Pero otras más, y ahí sí me siento culpable de indiscrección, eran secretas, íntimas, celebratorias del amor y el sexo". Así, el zar Alejandro II y su amante (y posterior esposa) se cruzan la correspondencia más tórrida "jamás escrita por un jefe de Estado": "Quisiera comerte, besarte, degustarte". O la que, sin movernos de Rusia -Sebag Montefiore es un gran especialista en la materia-, dirigió la zarina Alejandra a su confidente Grigori Rasputín: "Solo tengo un deseo: caer dormida, dormir para siempre en tus hombros , abrazada por ti". El historiador sostiene que -como suele decirse-, no es lo que parece, es decir, que no hubo conocimiento carnal entre la sobrina de la reina Victoria y el monje que jamás se lavaba. La carta fue filtrada al público por un sacerdote rival y mermó de manera fulminante el prestigio de la monarquía rusa.

Junto a esas efusiones amatorias, el libro presenta dos cartas de Stalin. Una postal de cuando él era solo un revolucionario bolchevique enviada a una amada adolescente: "Un 'beeessso' con pasión". En contraste con una nota escrita por el ya dictador durante una sesión del Politburó en la que fantaseaba con un posible castigo a un comisario político del que desconfía: "Por todos los pecados -nuevos, existentes y futuros-, que cuelgue de las pelotas: y si las pelotas son fuertes y no se rompen, perdonémosle y pensemos bien de él; pero si se rompen, arrojémosle a un río". Acabó ejecutándolo, al igual que al camarada Valeri Mezhlauk al que iba dirigida la carta.