Según relataba uno de sus sobrinos, Jane Austen escribía en pequeñas hojas de papel que podían esconderse rápidamente frente a los criados y las visitas para que nadie fuera de su familia supiera que, ¡horror!, era una escritora profesional. Y es que la época marcaba a fuego: «No querida amiga, antes prefiero exhibirme como acróbata», escribió una colega de Austen a una amiga ante la posibilidad de revelar su verdadera identidad. Qué poco podía imaginar la autora que andando dos siglos, se convertiría en una fructífera industria cultural.

Lo cierto es que hoy todo lo que respecta a la autora de Orgullo y prejuicio se convierte en oro a través de reediciones, series de la BBC, largometrajes, sociedades literarias y gadgets de todo tipo para alimentar la austenmanía, una tendencia que lleva ya décadas floreciendo y no da síntomas de agotarse. El último eslabón es el volumen Las cartas de Chawton (Alba) en el que se recogen 12 misivas de la escritora que actualmente forman parte de la Casa Museo Jane Austen en Chawton, donde se exhiben al público, más una escrita por su hermana Cassandra, dos años mayor, poco después de la muerte de Austen.

Cassandra, la hermana más querida, fue la depositaria de la correspondencia de la escritora, cifrada en unas 3.000 misivas, de las cuales solo alrededor de unas 160 sobreviven (95 están dirigidas a Cassandra). El resto fue destruido a petición de la autora con vistas a eliminar cualquier atisbo de revelación de la intimidad. Y, claro, de aquel celo deriva ese lugar común que sitúa a la escritora en una vida anodina.

Tampoco consta que llevara un diario y si lo hubo, acabó entre las llamas. Así que las cartas que han sobrevivido, como dice la encargada de la selección y la edición, Kathryn Sutherland, profesora en Oxford y miembro del patronato de la casa museo, «son el único testimonio en el que Jane Austen habla y escribe con su propia voz. Las cartas nos acercan al mundo en el que se movía pero desvelan pocos secretos personales». A pesar de ello, buena parte del estilo chispeante con el que se aproximaba a la cotidianidad doméstica, territorio de sus obras, está en sus cartas. En ellas apenas habla de la cocina de su escritura, pero sí ofrece un retrato colorido de la vida que llevaba: las visitas, las cenas y las viandas que se preparaban, la hora del té, las partidas de whist, los eternos problemas económicos relatados con ligereza.

Odio controlado

Chawton fue el hogar de la madre y las hermanas desde 1809, pocos años después de la muerte del padre, donde fueron alojadas por su hermano Edward. También fue la última casa en la que residió la autora. Y las cartas que llegaron o partieron de allí suponen un retrato muy vivo de los rituales burgueses de la época y de lo que algunos críticos británicos llaman «el odio controlado de Jane», es decir, de una cierta malignidad levemente reprimida que la hace irresistible.

Esa característica está sin muchos filtros en esa correspondencia porque en las cartas dirigidas a Cassandra, y que sabía ella leería en voz alta al resto de su familia, son básicamente crónicas mundanas . En ellas se lanza sin freno a algunas pullas malintencionadas que más tarde encontrarán acomodo en sus novelas para disfrute de lectoras y lectores del siglo XXI.