Queridos Reyes Magos: se está convirtiendo en una tradición comenzar el año escribiéndoles. La cultura es política: es transformadora, o ha de serlo.

El 2 de enero, uno de los mejores editores de poesía del país (échenle un ojo al catálogo de Kriller71), Aníbal Cristobo, escribía: «Con casi 13 horas de experiencia en un tema, cualquier argentino que se precie puede dar su veredicto -aunque, como en mi caso, se haya pasado más de la mitad de ese tiempo durmiendo-. El hecho es que lo que he visto del 2019 ‘so far’ me agrada: leo mensajes en las redes, amigxs desde Brasil, Argentina, España, concentrados no en pedirle suerte al 2019 sino en asumir que los tiempos que vienen (que ya están aquí) exigen de nosotros lo mejor: concentración en nuestras tareas de alcance local, cuidado de nuestros semejantes, atención a los avances del autoritarismo, delicadeza en el trato y firmeza en las decisiones. Que todo esto nos lo estemos pidiendo a nosotros mismos, y no lo dejemos librado a la superstición del calendario, es el mejor de los augurios para este 2019».

Nos despertamos con Donald Trump diciendo que hace falta un muro. No los queremos: dinamítenlos. Los miembros de ‘Open Arms’ salvaron a gente de una muerte segura: protejan sus naves, denles buenos vientos. El dirigente de Vox, que ha chupado siempre del dinero público, llamó a esa embarcación «barco negrero». Solo dos palabras hacen falta para definir una ideología: «barco negrero». Todavía estoy hiperventilando. Ojalá, como decia Dickens (sí, también es tradición en estas páginas y en estas fechas citar ‘Canción de Navidad’): ojalá todos aprendiéramos de una vez que somos «compañeros de viaje hacia la tumba». En Twitter, el 1 de enero (no nos dejan descansar ni un día, leñe), muchos decían que recoger aceitunas a ocho euros y medio la hora no está mal pagado. Unas clases de matemáticas para estos señores y de derecho laboral y de dignidad, por favor.

Nos va a hacer falta mucha magia este 2019 para frenar la insolidaridad, porque está apareciendo en frentes que no me hubiera imaginado nunca. ¿Recuerdan el autobús de Hazte oír, ese que mentía diciendo que los niños tenían pene y las niñas vulva? Pues tienen adeptos. Adeptas, más bien. Hay un puñado de mujeres que se autodenominan feministas y dicen que son «políticamente incorrectas» (el «soy políticamente incorrecto» en la red es el nuevo: «miren, les voy a decir claramente que soy homófobo, tránsfobo, machista y racista, pero de modo que quede muy guay») que andan diciendo, con mucho ruido, que las mujeres transexuales no son mujeres. Les pido también espacios seguros para todas nosotras. Y muchos compañeros de batalla al lado, porque el reparto de la representación pública solo puede hacerse con cesiones.

Necesitamos más historias diversas. No historias unívocas, no se equivoquen. Margaret Atwood decía, en el prólogo de El cuento de la criada. que le preguntaban a menudo si es una novela feminista. Su respuesta: «Si eso quiere decir un tratado ideológico en el que todas las mujeres son ángeles y/o están victimizadas de tal modo que han perdido la capacidad de elegir moralmente, no. Si quiere decir una novela en la que las mujeres son seres humanos -con toda la variedad de personalidades y comportamientos que eso implica- y además son interesantes e importantes y lo que les ocurre es crucial para el asunto, la estructura y la trama del libro... Entonces sí. En ese sentido, muchos libros son ‘feministas’».

Eso les pido: historias en las que las mujeres, o las personas que pertenezcan a una de las etnias o religiones u orientaciones sexuales no dominantes, asuman su propio discurso sin necesidad de mostrarlos siempre empoderados y sin mácula. Queremos saber cuánto de monstruo hay en nosotros para poder cambiarlo y eso, a menudo, nos lo enseñan el teatro y el cine y la danza y ciertas novelas y ciertos poemarios.

Para eso haría falta, también, poner sobre la mesa el tema del dinero. De dinero y de precariedad hay que hablar más. Hacer fotografías, escribir, preparar un espectáculo, componer canciones, estudiar partituras, dibujar, iluminar, sonorizar, coser y cualquier disciplina que se les ocurra exige años de formación. Pido también que lo tengamos en cuenta: que el alquiler, la hipoteca, las legumbres, el agua, la luz, el gas y el ocio se pagan con billetes. Y que hemos de tener un sueldo digno para no enfermar. Un contrato precario, una vida laboral insana, una amenaza de desahucio, no tener mantas suficientes para entrar en calor, no saber qué les vas a dar de comer a tus hijos o malvivir con 420 euros al mes son causas de enfermedades. No tengo las claves para arreglar el problema del paro y por eso les escribo, aunque suene como pedirles la paz en el mundo y esas cosas. Que tampoco estaría mal, oigan: ¿eh?

Hay que ser un poco niño y bastante ingenuo para escribir una carta a los Reyes Magos. Ya me voy. Lo hago con José Hierro, que escribió, hace mucho, mi mejor deseo de año nuevo. «Serenidad, tú para el muerto / que estoy vivo y pido lucha».