Les escribo con tiempo, porque, desde que encendieron el alumbrado público, ustedes andan muy ocupados. Al grano: pasemos de puntillas por el fin de las guerras y del hambre en el mundo: la ingenuidad se me acabó hace mucho tiempo: esas dos cosas son solo cuestión de voluntad política.

Ciertamente, lo que les voy a pedir son cuestiones que se arreglan también con voluntad política: bajar el IVA cultural (también para el cine, no solo para los espectáculos en vivo) depende del Gobierno. Unos planes de fomento de la lectura que consigan ciudadanos que lean mucho y que lean bien. Ayudas a la edición (los únicos Premios Nacionales que no tienen dotación económica son el de la edición y el de Fomento de la Lectura). Que el libro sea un referente cultural entre la población, como pasa en otros países y que su valor intrínseco no sea tan bajo comparado con otras propuestas. El tema es muy complejo, pero solicitaría de Sus Majestades que mantengan la biodiversidad librera.

Quiero más. Unas directrices que nos permitan construir un imaginario colectivo sólido (aunque me temo que dejaríamos de ser españoles si lo conseguimos). Que el Ministerio de Hacienda deje de pelearse con el sector cultural. No hablo de Europa: hemos leído a Habermas, que la definía como una «creación intergubernamental de mercados». Nada que añadir, señorías. Pero, centrándonos en lo pequeño, podríamos solicitar unas políticas que no se planteen que la cultura es un objeto estratégico de visualización, sino de construcción social. Que se acabe la desconfianza del Estado hacia los proyectos culturales en general y hacia ciertas industrias menores, que dependen de las comunidades autónomas para sobrevivir. Que aprendan, de una vez, que la creación no nace solita. Que la promoción está muy bien, señores, pero para promocionar hay que tener un producto que ofrecer.

Crisis económica

Durante los últimos años de crisis económica, se han perdido más de 100.000 empleos (cien mil personas, una detrás de otra, sin trabajo), se han cerrado 4.500 empresas dedicadas a la cultura y se ha bajado casi un 30 por ciento el consumo de productos culturales. Ha habido castigo por parte del Gobierno en forma de un 21 por ciento de IVA (que es el más democrático de nuestros impuestos: paga igual el tío que cobra 400.000 euros al año que la señora que cobra 9.000 —y digo «la señora» y «el tío» para remarcar las diferencias salariales dependiendo del sexo con el que uno haya tenido la desgracia o la suerte de nacer—). Ha habido recortes en las ayudas, a mansalva. «La crisis de este sector, en España, ha sido más fuerte que la del resto de los sectores económicos». Lo dijo Enrique Bustamante, coordinador del último estudio que se ha realizado sobre el estado de la cultura. La creación cultural puede florecer sin apoyos. Pero seamos serios: globalización, nuevas tecnologías, competencia, TTIP, multinacionales... ¿Realmente creemos que podemos competir con eso sin un apoyo institucional fuerte y con un Gobierno que ha creado obstáculos a la expansión cultural del país?

Las salas de música están ahogadas también. Hagan algo. Ahora se paga para tocar en ellas, con lo cual su programación se resiente. Se inventan fórmulas alternativas: no todo es páramo, porque los Festivales destacan por su fortaleza: parece que el dinero aquí fluye (excepto para algunos, no lo olvidemos, que siguen necesitando del concurso de lo público). Eso sí: los grupos emergentes tocan a una hora en la que nadie los escucha. Y eso impide giras. Los intereses son diversos, con lo cual el peligro es que la música pierda su consideración de fenómeno cultural. O que se asocie a una imagen de marca. Habrá que analizar el papel de las redes sociales en todo esto: en el consumo cultural, por ejemplo. En las corrientes. Lo que se lleva y lo que no.

Y no les he hablado del teatro. Puedo resumir y resumo: que no sea solo una cuestión de resistencia. Por favor. Que haya dinero en los ayuntamientos para que puedan pagar, por ejemplo y para comenzar con lo básico. Que las ayudas lleguen pronto. Oh: mejor aún: que no sean anuales: que no sean tan cortoplacistas, que vamos siempre con la lengua fuera. Que se pase de una estrategia de producto a una estrategia de servicio, como ya se estableció en las conclusiones de una mesa redonda en Mercartes hace un par de años. Que la educación no desdeñe la formación artística, porque sin ella, ni hay nuevos públicos ni hay nuevos creadores. O los que hay no se saben la teoría.

Me quedo en el tintero los museos, la música clásica, las orquestas (aquí, con que no desaparezcan, tengo bastante), la educación musical, las relaciones internacionales, el TTIP y su incidencia en la cultura y las industrias nacionales, el papel omnipotente del mercado y las corporaciones. Pero es que se me acaba el papel. De todos modos, ya ven por dónde voy. Rellenen lo que queda como puedan. Y no se olviden del cine, nunca. Queremos que Víctor Erice ruede. Esto es casi un milagro, vale. Pero ¿no son ustedes magos? Arreglen todo esto, por favor.