Pese a ser británico hasta la médula, y a que su carrera como actor está plagada de adaptaciones literarias ilustres Cumbres borrascosas (1992), La lista de Schindler (1993), El paciente inglés (1996), El fin del romance (1999) (la música la puso el español Alberto Iglesias, El jardinero fiel (2005)--, Ralph Fiennes nunca hasta ahora había protagonizado una película basada en la obra de Shakespeare. En Coriolanus , recién estrenada en España, da vida a un señor de la guerra que, pese a sus heroicidades en el campo de batalla, es condenado al ostracismo a causa de la arrogancia y el desprecio que siente por sus conciudadanos. Pero, además, Fiennes interpreta aquí otro papel aún más difícil y poderoso: el de director de cine. Y no le ha temblado el pulso al trasladar el texto de Shakespeare a unos Balcanes (casi) actuales, un mundo brutal e implacable en el que imperan los oscuros juegos de poder, la corrupción y la venganza.

--A partir de ahora, pertenece usted a una élite muy reducida de actores, como Laurence Olivier, Orson Welles y Kenneth Branagh, que se han dirigido a sí mismos en adaptaciones shakespearianas. ¿Cuándo comprendió que estaba preparado para ingresar en ella?

--Eso nunca se sabe. Pero tengo una sola vida y no podía quitarme la idea de la cabeza. En diversas ocasiones perdí o me topé con gente que trató de disuadirme, pero por otra parte hubo suficientes personas que me ayudaron a mantener la llama viva, a pesar de que incluso ellos me consideraban un loco.

--¿Por qué?

--Porque Coriolanus es un texto difícil, muy denso y lleno de retórica. El lenguaje y los personajes son algo chirriantes. Y, además, tiene la reputación, posiblemente basada en la ignorancia, de no ser una obra muy buena.

--Y aun así usted ha escogido adaptarla para su debut tras la cámara. ¿Por insensatez o por ambición?

--Ambición desmesurada, creo. Tenía la certeza de que si tomaba el texto y lo editaba agresivamente, lo podría convertir en un thriller político muy dinámico. Me consta que el público le tiene miedo a Shakespeare, piensan que no lo van a entender. Por eso quise retratar a un militar que pareciera sacado de los titulares de los periódicos.

--Hábleme de la relevancia de Coriolanus hoy.

--El mundo que he intentado crear es como Rusia, Chechenia o Georgia, porque creo que Coriolanus siempre es vigente, por sus tejemanejes políticos y luchas de poder, y porque habla de una sociedad continuamente disfuncional y en conflicto. Ese mundo de líderes autoritarios y suciedad moral es justo como el nuestro, se llame Birmania, Grecia o Afganistán. No conozco autor más moderno que Shakespeare.

--El mensaje de la película es muy amargo. Coriolanus es expulsado de Roma porque se niega a negociar con su pueblo, pero el pueblo es retratado de forma no precisamente amable.

--Ya, es un relato muy nihilista, lleno de desolación y desesperación. No es extraño que Coriolanus sea la única obra de Shakespeare que en algún momento fue víctima de la censura: antes de la segunda guerra mundial fue prohibida en Francia porque la consideraron profascista. En todo caso, creo que es un error buscarle ideologías políticas. Tan solo trata de decirnos, por un lado, que algunos líderes militares deberían mantenerse lejos de la política y, por otro, que los ciudadanos tienen una responsabilidad para con sus gobiernos que no deben tomar a la ligera.

--¿Desde cuándo ha estado interesado en llevar Coriolanus a la pantalla grande?

--Interpreté al personaje en teatro en el año 2000 y desde entonces no me ha abandonado. Durante todo este tiempo he querido darle vida otra vez, porque pensaba que tenía cuentas pendientes con él. Es una obsesión. Sé que es egoísta, porque los grandes papeles necesitan ser sometidos a diferentes reinterpretaciones. Creo que todos los actores nos sentimos especialmente posesivos con alguno de nuestros personajes.

--Sí, pero, ¿por qué se obsesionó precisamente con este? Si hablamos de héroes trágicos, Coriolanus es uno de los más desagradables que existen.

--o sé, pero siento simpatía por él. No quiere ser un dictador, solo es un soldado que no tolera la democracia, pero precisamente porque es un soldado. Solo se siente completo cuando lucha. Creo que algunos militares pueden llegar a sentirse completamente alienados del mundo civil, y en su caso es extremo. Sin embargo, también es un hombre que trata de ser fiel a un código de honor muy estricto, y de ahí su negativa a hacer concesiones y negociar. Pero nuestra existencia en sociedad se basa en parte en la necesidad de negociación. Su gran tragedia es que, cuando finalmente accede a negociar, se da cuenta de que fue un error.

--Los actores-directores suelen quejarse de que el trabajo tras la cámara les impide ser cuidadosos con sus interpretaciones. ¿Le pasó a usted?

--A ratos sí. Lo que pasa es que cuando ejerces solo de actor, no tienes ningún reparo en ser caprichoso y decir: "¿Puedo hacer otra toma?", y la labor del director es la de ser paternal y darte confianza: "Ha estado muy bien, no te preocupes". Ser padre e hijo a la vez no es fácil.

--¿Qué prefiere usted, dirigir una película o actuar?

--Actuar, sin duda, y cada vez más. Lo que primero me empujó a actuar fue el interés en escapar a otros mundos, se trataba de vivir aventuras. Pero con el tiempo he comprendido que lo importante es explorar otros seres humanos llenos de ambivalencias y contradicciones, y permitir que la audiencia reconozca todas esas capas. Es decir, lo importante es identificarse tanto con el personaje como con el espectador, y lograr que este se sienta puesto a prueba, y conmovido, y sacudido. No conozco otra forma más fascinante de conectar con el público.