Sentarte a hablar con Ramoncín de su último disco--el primero de canciones nuevas que saca en 13 años--, es una misión incierta. Hay tantos asuntos que tratar con el rey del pollo frito, y es tanto su afán por no dejarse una opinión en el tintero, que una cita con él para charlar de música puede acabar convertida en un análisis de geopolítica mundial, siempre con su experiencia vital como prueba de verdad. De los escenarios a las tertulias de la tele, y de los despachos de la SGAE a los foros de internet, José Ramón Julio Martínez Márquez se ha expuesto al ojo público tan a cuerpo durante los últimos 30 años que cualquiera en su lugar estaría a estas horas abrasado. El, en cambio, llega pidiendo más madera. Su último trabajo se titula Cuando el diablo canta . Veamos lo que Ramoncín tiene en la garganta.

--Poner su nombre en internet es un espectáculo. ¡Las cosas que se dicen de usted! ¿Le afecta?

--No, es algo con lo que tengo que vivir. Antes me cruzaba con alguien a quien no le gusto y esa persona le decía al de al lado: "Mira, ahí va el gilipollas ese". Ahora esa persona lo escribe en un foro. Y esto es igual para todos. Todo el mundo tiene una opinión, como todo el mundo tiene un culo. Pero, ay amigo, hay culos y culos. No se pueden valorar por igual todas las opiniones. Dando pábulo a esa gente, los que más lo van a pagar son los periodistas.

--¿Por qué?

--Porque se está devaluando la información. Hoy se confía demasiado en las redes sociales para transmitir la verdad. No soy el único que piensa así. Noto que a los más veteranos les están tocando un poco los cojones tantas redes sociales. Para publicar una carta en un periódico hay que dar los datos personales. Sin embargo, para colgar una opinión en internet no se pide nada. Me parece perfecto, pero no entiendo cómo se da tanta relevancia a esas opiniones, cuando gente hablando por hablar siempre ha habido. En las tabernas de mi barrio siempre había un tío con un palillo en la boca rajando. Resulta que ese tío hoy tiene un blog.

--Usted nunca se ha cortado de decir lo que piensa.

--Por eso me han llovido hostias de todos lados, pero al final eso me ha hecho más fuerte. Llegué a plantearme cambiar de estrategia y no hablar más, como hacen algunos. Siempre me llamó la atención que figuras del rock que admiraba, como Dylan, Zappa o Reed, no trataban con los medios. Zappa dijo que una revista musical es un lugar donde habla gente que no sabe hablar, con tipos que no saben escribir, para gente que no sabe leer. No le faltaba razón.

--En su último disco afirma que su viaje por la música ha sido "a veces frustrante y amargo". ¿A qué se refiere?

--Este camino no es fácil. El mejor consejo que me han dado en mi vida se lo oí a un amigo de mi barrio, Vicente El Serni, que me dijo: "Un gilipollas nunca se recupera de un éxito, pero un inteligente siempre sabe salir de un fracaso". Este es un negocio muy duro, donde prima ver quién la tiene más larga. Cuántos discos vendes, cuántos conciertos haces, en qué número de la lista estás- Esto, aunque no quieras, termina enfrentándote a compañeros.

--Si encima resulta que a usted le gusta enredar en otros negociados, pues ya la tenemos liada. ¿Por qué se exhibe tanto? ¿Por vanidad?

--Algo de eso habrá. Estoy curado de vanidad, pero luego me veo en la tele y pienso: hay que ser vanidoso para estar ahí hablando de la reforma de la Constitución. No lo hago por vanidad, sino porque es mi curro. Quizá, si fuera multimillonario, no lo haría. Grabaría un disco desde mi isla, lo mandaría a los medios y me quedaría en mi casa. Pero no es mi caso, yo vivo de mi trabajo. Un gran éxito te puede dar para tirar un par de años. Pero luego, o te mantienes en un curro, o palmas.

--¿Con qué paga las facturas?

--Vivo en un equilibrio permanente. Unas facturas las paga la tele, otras la música, otras la radio, otras los libros- Y con todo eso voy viviendo.

--¿Entiende que un aficionado a la música no le tome en serio si le vio en una tertulia de la tele?

--Esto solo ocurre con los fundamentalistas del rock. Hay un sector que no te permite que hagas otras cosas. En cambio, sí se lo permiten a los guiris. Si Bowie escribe un libro y hace una peli, es un señor del Renacimiento. Si lo hace un español, es un traidor. Aquí, si eres rockero tienes que ir a bares de rockeros, tomar Johnny Walker, oler regular tirando a mal y solo pueden verte encima de un escenario, demostrando lo rockero que eres. Pues a mí ese rollo de los auténticos no me mola nada, porque conozco a muchos, y en realidad son unos falsos auténticos. Yo no soy auténtico, soy de verdad. Hago lo que me gusta, digo lo que pienso, voy donde quiero. Si hay algo más rockero que eso, pues que vengan y me lo enseñen.

--A todo esto, ¿a usted qué es lo que más le gusta hacer?

--Subirme a un escenario a cantar. Seguramente, si hubiera vivido en el mundo anglosajón y mi vida se hubiera podido desarrollar en los escenarios, sin tener que luchar contra ciertos entornos, no me habría bajado jamás.

--¿A qué entornos se refiere?

--En realidad fue una decisión mía. De repente, un día Hermida me llamó a la tele y, al acabar el programa, me preguntó: "¿No has pensado en dedicarte a esto?". Aquel día llegué a casa pensando: "Qué buen rollo, vamos a probar a ver si funciona". Con la literatura me pasó igual. Andaba buscando citas para mi libro sobre la jerga cuando Umbral me felicitó y me animó a escribir.

--¿Qué le atrae de trabajar en la televisión?

--Me divierte y aprendo. Le pondré un ejemplo. Colaboro en el programa Catalunya Opina del Canal Catalán de Televisión, donde el año pasado entrevistamos a Jordi Pujol. A mí me parece un lujo que me inviten a un progra .[tfirma.065]

JUAN FERNANDEZ

MADRID