Eso del rap murmurado puede estar muy bien, abrir nuevas vías expresivas, pero alguien debe preservar las esencias más atléticas del género, su elogio de la verbosidad. Es algo en lo que ha destacado en los últimos tiempos Kendrick Lamar, seguido de cerca por un rapero con menor grado de fama, pero similares destreza y claridad en su entrega vocal. Hablamos de Vince Staples, quien animará el Sónar (viernes, día 19, SonarPub, 1.20 h.) con su torrente de palabras incisivas sobre imposible variedad de ritmos.

Staples, además de atlético, es elástico. Pocos raperos hacen de cada lanzamiento un mundo en sí mismo, cambiando regularmente de carril sonoro con el máximo acierto y el mejor gusto. Su referente en este sentido es David Bowie. «Nunca ha habido solo dos clases de discos suyos», dijo en una entrevista con Rolling Stone. «Cada proyecto debe valerse por sí mismo. Cada uno ha de tener su propia identidad; siento que así es como debe ser».

El primer lanzamiento oficial de Staples, tras colaboraciones con el colectivo Odd Future y algunas mixtapes, llegó en el 2014. El epé Hell can wait giraba en torno a los peligros de la vida de pandillas, que él conoció de primera mano en su infancia.

En el descomunal Big fish theory (2017), Staples salía del todo de la ortodoxia hip-hop para buscar su mapa sonoro en las aguas de la más futurista música de baile. Staples no sabe hacer discos convencionales, y este es un experimento de condensación (solo dura 22 minutos) en forma de falsa emisión de un programa de radio.