Es una verdad universalmente aceptada que En busca del tiempo perdido , siete volúmenes y casi 6.000 páginas, es una de las obras cumbres de la literatura. Pero al lector de a pie quizá esa cumbre se le antoje por momentos una especie de Everest sin porteadores ni campamentos base. Ya lo decía el hermano de Marcel Proust, Robert, médico de profesión y el hombre práctico de la familia, una familia que creía fervientemente en el arte: "Lo triste es que las personas tengan que estar muy enfermas o tengan que haberse roto una pierna para disfrutar de la ocasión de En busca del tiempo perdido ".

Quizá no sea necesario. Un largo verano por delante y, claro, muchas horas de dedicación, podrían servir para el empeño de enfrentarse a la extensión no ya solo del texto sino también a sus frases laberínticas y boscosas. La más larga, como se encarga de destacar Alain de Botton en su libro Cómo cambiar tu vida con Proust , se encuentra en el quinto volumen de la obra, llamada comúnmente la Recherche (es decir, la búsqueda), y ocuparía unos cuatro metros, lo que no deja de ser paradójico si se tiene en cuenta de que amén de un sinfín de enfermedades, reales o inventadas, Proust sufrió asma y es fácil imaginárselo ahogándose en la longitud de sus propias frases.

Distancia cultural

Además de esos escollos, el lector del siglo XXI tendrá que familiarizarse también con la detalladísima vida cotidiana de un sinfín de rancios aristócratas, hombres y mujeres con retorcidos problemas sentimentales y anticuadas costumbres y rituales sociales, lo que provocó que André Gide, editor en el sello la Nouvelle Revue de France , rechazara el original con la tajante: "Está lleno de duquesas, no es para nosotros". Como quien rechazaría hoy un programa de cotilleos televisivo.

Más tarde, con la aparición del primer volumen de la obra, Por la parte de Swann --que a principios de este mismo año ha cumplido un siglo--, cuando harto de los rechazos Proust decidió costearse los gastos de edición, Gide se arrepentiría con lamentaciones de su miopía al leer la novela, esta vez sí, en profundidad. Ese sería el verdadero efecto Proust y su recompensa, tras sortear todos los inconvenientes, el deslumbramiento frente a una lectura inagotable.

La conmemoración ha propiciado la reedición de una serie de textos de y sobre Proust y es un excelente punto de partida para la recomendación. La hacen tres escritores, Félix de Azúa, Ignacio Vidal-Folch y el ¡posmoderno! Robert Juan-Cantavella, que hace unos años transformó al autor francés en un icono pop en su relato Proust Fiction , vinculando a Proust con Tarantino. Y es que en Pulp Fiction también hay referencias a epifanías como las de la célebre y tristemente manoseada magdalena, que desencadena el recuerdo.

"Lo que permanece hoy de Proust es esa idea del libro como selva textual y ha desembocado con otras intenciones en autores como Faulkner y Benet. Sin Proust no existirían experimentos como el Ulises de Joyce", asegura Vidal Folch, que lo leyó muy joven y ha recalado en la Recherche muchas veces.

¿Cual sería la mejor edad para leerlo? "Creo que la avidez por aprender de la juventud hace devorar los libros sin sacarles partido, pero para mí fue una escuela importante de observación. Seguramente, pasados los 40 le sacas más partido a todo como lector". Para Vidal-Folch, su principal interés por el autor es, curiosamente, el anacronismo. "Tiendo a interesarme por las cosas y a leer a los autores que no son como yo". También destaca, por supuesto, sus análisis psicológicos desencadenados a partir de detalles nimios: "Por ejemplo, el recuerdo infantil de cómo su madre le daba un beso antes de acostarse. Algo que no puede ser más trivial. El sacaba petróleo literario de esas cosas".

Félix de Azúa está convencido de que, en la actualidad, y a pesar de la consideración general de que se trata de un autor fundamental, los escritores españoles están leyendo muy poco a Proust. "No es que no lo reconozcan, es que no lo conocen, como casi todo el gran legado literario del siglo XX, uno de los siglos más ricos en literatura de toda la historia europea. El consenso es tan sencillo como el consenso sobre la belleza de las auroras. Y si los jóvenes se lo pierden, allá ellos".

Uno de esos jóvenes, Juan-Cantavella, cuya prosa clara y humorística poco tiene que ver con la del francés, asegura que durante un tiempo se interesó mucho por Proust: "Los períodos imposibles de sus frases, retroalimentándose y disolviéndose en el vacío, sin ningún miedo y sin red; su concepción holística de la novela como un lugar donde cabe todo, de lo más íntimo a lo más universal, del relato poético sobre lo más banal a la elaboración filosófica sobre el arte y la sensibilidad en términos absolutos; su envidiable y enternecedora fe en la capacidad de la literatura para contener el mundo o incluso suplantarlo... Pero uno puede perderse allí dentro, es un autor peligroso, como puede serlo Bernhard".

No ve Azúa la menor relación entre Proust y la actual tendencia a convertir la vida y su memoria, la tan traída y llevada autoficción. "El libro de Proust no son sus memorias, ni sus recuerdos, ni habla de sí mismo, aunque el protagonista se llame Marcel. La novela es una recreación del flujo temporal hasta detenerlo en el infinito para tratar de hacerlo duradero, pero obviamente es una quimera. Quedan seis mil páginas como un construcción cristalina flotando en el vacío del cosmos a la espera de que cualquiera se las descargue".

Y para que esto ocurra Vidal-Folch da alguna recomendación práctica. Como por ejemplo, leer Un amor de Swann , la segunda parte del tomo primero, que es una novela de amor autoconclusiva encerrada en la gran novela que es la Recherche . "Si quedas interesado por esa prosa y esa cadencia puedes engancharte después a todo lo demás. Y si no te interesa no importa, no es ningún sacrilegio, se puede devolver a la estantería".

Más rotundo se muestra el apasionado Félix de Azúa: "No hay actividad posible en este mundo comparable a la lectura de la Recherche . Creo que el mundo se divide entre los que la conocen y los que no. Quienes se mueran sin haberlo leído es como si no hubieran visto jamás amanecer".