La última vez que Sofia Coppola estuvo en Cannes, hace siete años, no lo pasó bien. Los abucheos que provocó el biopic María Antonieta (2006) la hicieron pensar en no volver a ponerse nunca más tras la cámara. En lugar de retirarse, decidió recuperar el enfoque indie de Las vírgenes suicidas (1999) y Lost in translation (2003). Y le está funcionando: tras obtener el León de Oro de la Mostra de Venecia con Somewhere (2010), ayer obtuvo merecidos aplausos gracias a su nuevo trabajo, The bling ring , presentado fuera de concurso.

Como aquellas predecesoras, la película habla esencialmente de dos cosas: del ensimismamiento narcisista experimentado por pobres niñas ricas, aquí amplificado por la influencia de las redes sociales --"me alegro de que no existiera Facebook cuando yo tenía 16 años", confesó ayer la cineasta--, y sobre todo de las miserias consustanciales a la celebridad. Coppola habla de lo que conoce. Sin embargo, The bling ring supone un significativo cambio de enfoque. En lugar de situarse en el lugar que por linaje le corresponde, decide salirse de esa burbuja de privilegio y contemplarla con vitriolo.

Para ello, reconstruye el caso de un grupo de adolescentes de Los Angeles que entre el 2008 y el 2009 robaron objetos por valor de 3 millones propiedad de gente como Paris Hilton --que realiza un cameo y cedió su mansión para rodarla--, Lindsay Lohan y Megan Fox. ¿Cómo? Colándose en sus casas, que no estaban cerradas con llave.