El periodismo cultural se mueve siempre en un terreno pantanoso. Quien lo ejerce no sabe nunca todo lo que debería saber y siempre habla con personas mucho más cultas que él: filósofos, historiadores, traductores, críticos, poetas, novelistas, bailarines, dibujantes. Fuera la tercera persona: yo hablo siempre con gente mucho más sabia… de la que, generalmente, no he leído nada más que unas cuantas palabras (salvo de los escritores: que a esos hay que leerlos antes de llamarlos), muchas más entrevistas (si se da el caso: hay personas que no se prodigan en los medios de comunicación y resulta muy complicado encontrar alguna en la que intentar aprehender quién es ese señor que va a estar contigo dentro de seis horas. Lo único que queda es sudar e intentar parecer inteligente).

Y, además, está la propia percepción del periodista (éste sí, en tercera persona: quien le ha entrevistado antes que tú). Mis favoritos son los que psicoanalizan todos y cada uno de los personajes de los libros del autor, para que éste note que los ha leído y transforman el diálogo en un «a ver quién sabe más». En ‘Pulp Fiction’ lo decían mucho mejor: «No empecemos a chuparnos las pollas todavía». Y los temas de siempre: las influencias, las críticas, el mercado editorial, por qué se escribe (algún día alguien me responderá la única verdad posible: «Y yo qué sé, señora»), el proceso de creación (sinceramente, a mí es lo único que me interesa: cómo se crea), los músculos, la dramaturgia, el vestuario y la iluminación, las técnicas circenses, la partitura, el uso del color, las técnicas y materiales y, también, qué me has querido contar con todo eso. Por no hablar de todos los lugares comunes de los que se tira cuando no se sabe qué decir porque no hay un café delante ni una cara ni unos ojos. El micrófono tiene magia, dicen: un bar tiene magia, señores. El micrófono es un obstáculo. Una cámara es un obstáculo. Una grabadora, algo menos. Pero también.

El periodismo cultural también lucha con el propio concepto de lo que llamamos ‘cultura’: ahora, en las páginas culturales de cualquier periódico, encontramos gastronomía, moda y toros: yo soy una antigua, qué quieren y, después de casi doce años dedicándome a esta área de forma exclusiva, no sé aún qué pintan ahí. La actualidad manda a veces, pero mucho menos de lo que lo hace con Puigdemont y compañía. Al fin y al cabo, las obras de teatro giran y los libros nunca caducan.

Pero hay que elegir. Y aquí entran, de golpe, todos los prejuicios de uno. Ante ciertos poetas, por ejemplo; ante ciertos géneros literarios; ante algunos directores. También entra (no entra) todo lo que no llega. Podríamos hablar del daño que han hecho las redes sociales a la hora de promocionar eventos (con ‘redes sociales’ nos referimos a Facebook exclusivamente): no todo lo que está en Facebook se ve, por el propio funcionamiento de la red: solo se ve aquello que publican las personas o las páginas con las que más interactúas. Todavía recuerdo un correo, muy airado, cuando comencé a trabajar: «No informaste del concierto del pasado domingo». «Disculpe, no me enteré: ¿dónde fue?». «Aquí, en Navalmoral». «Pues nosotros tenemos la sede en Mérida y nadie nos informó». «No sé cómo no os enterásteis, si estaba todo el centro lleno de carteles». La de veces que lo pienso y lo que me hubiera gustado responder: «No soy Rondador». Rondador Nocturno es uno de mis personajes favoritos de La Patrulla X. Se teletransporta. Qué envidia me ha dado siempre, a mí, tan llena de distancias.

Se elige de entre lo que se tiene. Y, a veces, la labor de búsqueda es imposible, entre el marasmo de información, de novedades literarias, actuaciones, exposiciones y películas... con el agravante de que, de lunes a miércoles, casi no hay nada y el tiempo y el espacio (en cualquier medio de comunicación) son finitos. Hay más cuestiones: las mujeres subrrepresentadas (pero de ese tema he hablado ya muchas veces), el mercado y su dictadura (que, por mucho que se intente romper, es un tanto insoslayable), la precarización de quienes se dedican a esto y los debates con juicios paralelos incluidos que surgen de tanto en cuanto sobre qué es y no es cultura, la bondad intrínseca de una obra o, el último, si debemos rechazar la obra solo porque el autor tenga un comportamiento delictivo. A mí, y voy a citar a mi hermano Nacho (Facebook tiene cosas buenas también): «Yo este dilema lo tengo superado hace tiempo. A mí me provoca más desasosiego este otro: ¿Cómo me siento cuando la obra maestra defiende o es una apología de lo horrendo? Ejemplo: Griffith y ‘El Nacimiento de una Nación’».

Y una última cuestión más: si ustedes saben quién es la persona que les transmite todo esto. En nombre de qué formación, planteamientos ideológicos y gustos (sí: el gusto también interviene) habla, escribe o edita vídeos para televisión un periodista cultural. Si le han llamado o no para ofrecerle una entrevista. Si hay servidumbres. Y si podríamos tener perdón o redención alguna.