La pregunta es ¿de puede salir indemne tras un escándalo sideral como el de la Academia Sueca, organismo encargado de la concesión del Premio Nobel de Literatura, cuando la confianza general en la institución ha sido dañada profundamente? Los ingredientes de esa debacle darían para varias temporadas de una serie de esas que tan bien facturan los nórdicos, un Borgen literario, con tráfico de influencias, filtración del ganador para obtener beneficio en las casas de apuestas, abusos sexuales e incluso, violación…, quién quiere más.

Y es que esa trama además de provocar una crisis ha minado seriamente la confianza popular en el premio, aun después de que hayan sido adoptadas una serie de medidas cara a restaurar, y habrá que demostrarlo, la honorabilidad del galardón. Este será, pues, el raro año de los dos Nobel, el del pasado año y el del 2019, que se darán a conocer el próximo jueves 10 de octubre. La decisión ha sido también muy contestada porque quien recoja el premio del 2018, ya de por vida quedará vinculado al escándalo.

Recapitulemos. La punta de iceberg de esta trama fue la acusación al francés residente en Estocolmo Jean-Claude Arnault, marido de la académica y poeta Katarina Frostenson, de acoso sexual por 18 mujeres, a las que hay que sumar dos violaciones, que finamente han dado con él en la cárcel. Arnault fue, como lo ha sido Weinstein en Hollywood, un hombre poderoso que apoyado por su esposa, encargada de las subvenciones de la Academia, manejaba indirectamente buena parte de sus fondos que recaían en el influyente centro cultural Forum, que él mismo dirigía. Y se sospecha que, solo o en compañía de académicos, filtró los nombres de los ganadores para lucrarse con ello en las casas de apuestas.

Pero Arnault solo fue la primera ficha del dominó, el olor evidente de que algo estaba podrido en el país nórdico. Su caso precipitó la dimisión de varios miembros de un total de 18 académicos, que de una forma u otra se enfrentaban a algún conflicto de intereses y se mostraron solidarios con Frostenson. El resultado fue contar con menos de los 12 miembros requeridos para seleccionar un ganador. Estaba claro que había llegado el momento de renovar en profundidad la institución.

MEDIACIÓN REAL / Para que este proceso de limpieza a fondo fuera realmente efectivo tuvo que mediar el rey Carlos Gustavo, algo inédito, a fin de cambiar un reglamento en el que los miembros eran vitalicios sin posibilidad de renuncia. De hecho, el número de académicos ya se había reducido, de facto, porque algunos de ellos dejaron de acudir a las reuniones en protesta por algunas de las decisiones tomadas. La remodelación implica la renovación real de los cargos vacantes sin que por ello la media de edad se haya reducido ya que el más joven de los académicos cuenta con 50 años y el mayor, con 95. La gran esperanza está, sin embargo, en la inclusión de un comité de cinco expertos independientes, entre ellos autores y críticos literarios, que participarán en el proceso de selección. Esa selección previa arroja un total de 200 nombres, de los cuales se designan cinco finalistas que permanecerán en secreto sumarísimo hasta transcurridos 50 años.

La Fundación Nobel, encargada de las finanzas y la administración de todas las categorías de los galardones, se ha mostrado muy satisfecha con los cambios. «Con las reformas que se han establecido, la Academia tiene la oportunidad no solo de dejar atrás el 2018 sino también de convertirse en una organización que funcione mejor en el futuro», declaró en un comunicado.

¿Restaurarán estas medidas la confianza? Es difícil decir que sí porque más allá de los acontecimientos recientes, históricamente la Academia Sueca siempre se ha dejado llevar por su lema snille och smak, es decir, talento y gusto, dos criterios de difícil medición (especialmente el del gusto) que dejaron en la cuneta a gigantes hoy indiscutibles como Ibsen, Tolstoi, Proust, Virginia Woolf, Borges, Nabokov, Conrad o Henry James y dignificado tremendos pestiños como Pearl S. Buck o el dramaturgo José Echegaray de quien hoy nadie se acuerda, junto a autores con renombre en su momento pero a los que la Historia ha arrojado al sumidero.

Pero aunque los errores en el pasado hayan sido de bulto, el Nobel de Literatura también ha actuado como prescriptor de escritores que difícilmente se conocerían mayoritariamente como el japonés Yasunari Kawabata, Isaac Bashevis Singer o la poeta polaca Wislawa Szymborska. Y en los últimos tiempos (2015) también se ha apreciado un intento de aproximarse a los problemas más acuciantes del mundo premiando a la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, cronista de la extinta (pero quizá no tanto) Unión Soviética. Y quizá también en esa línea haya que interpretar el discutido galardón a Dylan o la democratización que supone la elección de Ishiguro en el 2017, gran escritor por supuesto, pero ¿qué otro Nobel en el momento de su anuncio tenía tantas adaptaciones cinematográficas como él? Igual un año de estos, finalmente lo obtiene Murakami.

VUELVEN LAS QUINIELAS / De momento, solo faltan tres días para que se hagan públicos los ganadores y, como siempre se disparan las quinielas. Se da por descontado que habrá una ganadora (o dos) y se volverá a acusar al Nobel de plegarse al signo de los tiempos olvidando que de los 114 premios tan solo en 14 ocasiones ha recaído en mujeres. Otro debate es el eurocentrismo galopante de los galardones, ya que de 102 del total han ido a parar a idiomas europeos. En fin, que el Nobel de Literatura jamás pone de acuerdo a los lectores. Lo importante es que todavía siga dando qué hablar codo con codo con las demás disciplinas. Ahí está como para demostrar que junto a ellas, la Literatura quizá no nos haga más humanos pero sigue siendo el testimonio más fiel de la forma en la que lo somos.